Bernardino Vazquez Mazatzi

Los suicidas de las cárceles municipales

Cualquiera que caiga en las manos de los policías municipales querrá quitarse el nombre, los vicios y en casos extremos, hasta la vida.

Porque el trato que generalmente se recibe de esos funcionarios, salvo honrosas y muy raquíticas excepciones, es agresivo, violento, vulgar, humillante y degradante, y lo es más cuando detienen a una persona de aspecto humilde, en estado de ebriedad o cuando el infortunado se atreve a defenderse haciendo uso de sus derechos. En ese caso le va peor.

Una persona con uniforme es o debiera ser una persona con preparación, con sentido de respeto, de responsabilidad y cualidades humanas. Un policía de a píe debiera estar capacitado para afrontar cualquier situación y reaccionar en cuestión de segundos. Sin embargo, sus limitadas capacidades y arrogancia lo llevan a utilizar la fuerza y usar el uniforme y las insignias como sinónimo de poder y "ley".

La falta de argumentos legales, válidos y razonables la cubren con el poder que les da el decirse representantes de la ley y con ello negociar. Me explico. Al policía habría de darle mayor criterio y menos autoridad. Si algún ciudadano se estaciona en lugar prohibido, el elemento recurre al librito y pretende aplicarlo sin excusas. El ciudadano sabe que sale perdiendo, por eso negocia y así se consuma la corrupción. En cambio, si el policía utiliza su criterio y se reconoce como servidor público entonces concilia.

El policía sabe que sale ganando por el hecho de estar uniformado, que un conductor que ha cometido una infracción pierde más discutiendo u oponiéndose que entrarle con la mordida. Así se consuma y se fortalece una de las más grandes y vergonzosas características de la sociedad mexicana: la corrupción.

Ahora bien, quien ya ha tenido la desgracia de caer en manos de los policías municipales sabe de qué estoy hablando. Es traumático. El individuo se siente arrestado por crímenes horrendos, se considera el peor de los seres vivientes ante el lenguaje de los elementos y se le humilla con el uso de la fuerza exagerada y hasta con las amenazas de refundirlo por años en la peor de las mazmorras.

Ya para entonces el sujeto va elevando sus plegarias, ve pasar su vida en segundos y se acuerda que por más que se lo aconsejaron, no dejó firmado un testamento. A veces al detenido se le incomunica y se le priva de una llamada telefónica por lo que debe esperar a que sus familiares empiecen a buscarlo y den con él aunque a veces, ni siquiera eso sirve pues si cayó en viernes por la noche en o sábado ya valió...

A eso habremos de sumarle el estado físico y sanitario de las cárceles municipales. Son una ofensa para la dignidad humana. Son espacios extremadamente reducidos, mal olientes, con restos de haces fecales y orines, sin un pequeño sitio en el cual sentarse y, desde luego, la inmensa mayoría de esos lugares carece de agua limpia, retretes, camastros, ventilación y un largo etc.

Todo esto, sumado, deprime hasta al más fuerte y positivo de los mortales. En ese trance se acumulan los errores, se observa el camino mal tomado, se escuchan los consejos de quienes los quieren, se resumen los odios y rencores, se aparecen los fantasmas del pasado y se vislumbra un futuro incierto o lleno de consecuencias funestas.

Las cárceles municipales son en verdad un castigo excesivo y una ofensa para el razonamiento y para la evolución del hombre. Los elementos municipales se toman muy personal la detención de un infractor del bando de policía y buen gobierno: por eso reaccionan de forma tan violenta y agresiva. Estos lugares son no un retroceso en la vida civilizada de las sociedades, sino una continuidad de la mediocridad humana y una muestra de la insensibilidad y des humanismo de los presidentes municipales, de la mayoría.

Hay quien, inocentemente dice, hay que acudir a la Comisión Estatal de los Derechos Humanos para poner fin a esa irregularidad... No sean tan cándidos... esa instancia sí sabe las condiciones de las cárceles y sí y conoce del problema pero no le interesa ni le interesará... ni siquiera porque en los días siguientes sepamos de más suicidas de las cárceles municipales.