Soy escritor y apoyo a los maestros...

Bernardino Vazquez Mazatzi

Me dijeron mis maestros, allá en mis años infantiles en que descubría el mundo, que la violencia sólo genera violencia y que en la forma de pedir está la forma de dar, que por encima de todos mis derechos están los de los otros, que el respeto es el supremo principio de toda forma de vida y convivencia y que la violencia es el monstruo que una vez despierto acaba incluso con quien lo creó.

Me dijo mi mentor de la primaria rural de las faldas de la montaña, que el maestro debe inspirar respeto y admiración, no miedo ni odio ni forma alguna de rencor. Por eso fueron siempre mis maestros el ejemplo de la palabra, de la limpieza y la higiene, el diálogo y el cuerdo justos, la razón y la justicia.

Quisiera saber dónde está el maestro que me enseñó con palabras cálidas y sabias que un profesor debe enseñar a los niños a no claudicar ni a aceptar la sumisión, y mucho menos a estar bajo el yugo del poder pero para luchar debe desplegar el ingenio y la inteligencia y no a agredir, herir, robar ni destruir pues eso es la característica del usurpador y el verdugo, del delincuente y el cobarde.

Bajo el techo de un aula humilde, con las carencias y privaciones de los años lejanos, se me enseñó que un maestro debe tener la autoridad de la moral y la verdad y justicia de la palabra y no la fuerza de la violencia para hacerse entender ni para convencer. Se me dijo con ejemplos de las consecuencias de la cerrazón y la ignorancia.

Aun escucho con nitidez sorprendente el mensaje sublime de que "Un maestro debe ser ejemplo de respeto y tolerancia y debe enseñar en la clase lo que representan ambos valores" pues estos habrían de acompañarnos en la vida y habrían de ser nuestra visa y carta de presentación. Sigo creyendo que eso es verdad, que esas enseñanzas fueron sagradas y llenas de sabiduría.

Mis mentores insistieron siempre en que un maestro debe levantarse como adalid de los valores y principios que buscan la paz, el progreso, la igualdad y el humanismo, y que el profesor no debe rebajarse jamás al nivel de los delincuentes que roban y lesionan y rompen de manera impune. Lo escuché tantas veces que aún ahora lo creo.

Un maestro es aquel que enseña que la palabra es suprema y que esta jamás ha sido vencida ni sustituida por ninguna forma de violencia, me dijeron en el aula, de pequeño. Sigo creyendo que esas fueron palabras venerables pues salieron de la boca de un maestro.

Un maestro es quien deja en claro que la violencia no es aceptable venga de donde venga y la ejerza quien la ejerza y que no debe ser considerada ni siquiera una opción pues no es violento el más fuerte ni el más valiente sino por el contrario, es el recurso del cobarde y el débil. En ello insistieron siempre al corregir nuestras conductas agresivas y para conducirnos por el camino de la inteligencia en que avanza la sociedad evolutiva.

Un maestro no enseña a hacerse entender a golpes, no hace uso de la estridencia ni cierra sus ojos y oídos para exigir lo que real o supuestamente le corresponde. Lo dijeron los profesores con ejemplos, lo explicaron con calma para hacernos gente de provecho y sabios como ellos.

Un maestro es el que seguro de sus capacidades y potencialidades no teme a la ser evaluado de la forma y las veces que le imponga el régimen o el tirano, el patrón o el padre de familia y lo dijeron para que nosotros, sus alumnos, entendiéramos que el que está seguro de lo que siembra no le teme a la cosecha. Los maestros de esos tiempos eran quienes además de enseñarnos a leer y escribir, eran el vivo ejemplo de la integridad y la superación.

Incluso les escuché decir cuando hablaban de su apostolado que un excelente maestro vive con la satisfacción del deber cumplido y entiende que la riqueza está lejos de la fortuna que tergiversa su destino, su origen y esencia. Eso lo vine a entender mucho después pero incliné la cabeza al recordarlo como homenaje a ese viejo sabio, ahora muerto.

Tal vez así recuerdo las enseñanzas de mis maestros porque nunca me enseñaron a romper vidrios, a quemar los pupitres, a desgarrar los pizarrones y a bloquear el acceso al plantel para hacerse entender.

Por eso no entiendo, no acepto, no apoyo ni soy cómplice ni alcahuete ni comparsa de alguien que amparado bajo manto sagrado del magisterio se deja influenciar por una nefasta ideología política y cobijado en una absurda e inaceptable lucha dizque reivindicatoria mata, incendia, roba, hiere, obstruye, agita, ofende y rompe con total impunidad; ningún maestro lo haría...

Sí, soy escritor y estoy con los maestros, pero con aquellos que todas las noches se desvelan para preparar la clase del siguiente día, con los que son orgullo y no vergüenza, con los que enarbolan la bandera de la dignidad y el respeto, que manifiestan sus desacuerdos y exponen sus divergencias de forma civilizada e inteligente, con los maestros que escuchan y se comprometen, con aquellos que se preocupan por los problemas de su entorno y los de sus alumnos, con aquellos que dentro y fuera del salón de clases siguen enseñando y que dan cátedra de tolerancia y de respeto a quienes ya no somos sus alumnos pero que no obstante les seguimos aprendiendo.

Soy escritor y estoy contigo, maestro, que me enseñaste a escribir, que me mostraste la ciencia y la prudencia, el respeto y el valor de la existencia. Estoy contigo maestro, que construyes, que defiendes la vida, que te sacrificas por los demás, que antepones tu bienestar y tu salud por los alumnos que te dan la razón de ser y de vivir...

Estoy contigo, maestro orgullo y no vergüenza; cuenta conmigo, profesor de aula y de respeto, no delincuente ni violento; estoy a tu lado si usas la palabra y no la violencia para enseñar el camino correcto que debe andar de la humanidad.