El amor es el mismo, no muere ni termina, tampoco cambia de lugar como lo califican quienes ya no cuentan totalmente con este sentimiento.
El amor es el mismo, no muere ni termina, tampoco cambia de lugar como lo califican quienes ya no cuentan totalmente con este sentimiento. El amor no sólo es entre un hombre y una mujer, el sentimiento del amor es divino para quien lo mantiene vivo, para quienes lo entienden y nutren cada día, sin importar a quién amas, sólo ama, ama mucho.
Es el consejo de don Manuelito, una persona con toda una experiencia que contar a sus 94 años de edad, nacido en la ex hacienda “Los Tepetates” del municipio de Nanacamilpa, Tlaxcala. Lugar donde se produce el exquisito manjar de los dioses, el pulque y donde desde pequeño, don Manuel tenía la ilusión de ser mayordomo pues su padre tenía ese cargo en los tinacales de donde proveía el sostén de la familia, antes de su camino al más allá.
Don Manuel huérfano a los seis meses de edad se quedó a vivir con los abuelos paternos, su madre, joven y viuda, rehízo su vida con otro hombre, cuando él apenas contaba con dos años de edad, llevándose con ella al más grande de los hijos.
Manuel no pasaba carencias con sus abuelos paternos, lo querían y le daban todo lo necesario, principalmente de comer. Pero le hacía falta lo más importante, el calor de su madre. A los ocho años de edad pidió a su familia irse con su mamá, no lo dejaban pero amenazó con irse solo, el trayecto era largo pues tenía que caminar de un rancho a otro, la distancia era importante y sus tías y abuelos no les quedó más remedio que llevarlo con su madre.
Manuelito, con lágrimas en los ojos, nos cuenta su historia, a su lado su esposa quien escucha todo y con una sonrisa en los labios, le acompaña a la vez realizando labores propias del hogar.
Con su voz un tanto cansada pero seguro y consciente al platicar y permitirnos dar a conocer a los lectores de Agendatlaxcala su vida, recuerda su época de niño, el contraste de vivir con una familia acomodada y pasar a la pobreza, pero comparado con el tesoro que tenía, su mamá, sonríe y nos dice, “mi mamá y yo no nos perdimos el contacto, ya tenía ocho años, me quedé con mis abuelos paternos de la edad de dos años. Ella me visitaba y yo me quería ir con ella, pero mis abuelos no me dejaban, los amenacé y les dije, si no me llevan, me voy, y me llevaron”.
“Donde yo vivía, me levantaba a desayunar chocolate con pan, con mi mamá, aguamiel y tortilla fría era mi desayuno, porque me iba temprano al campo con los magueyes, pero estaba yo feliz porque estaba con mi mamá”. Sus ojos se llenan de lágrimas y hace una pausa.
A los 17 años, Manuelito se casó y conocía los secretos del proceso del pulque, trabajaba en los tinacales de las haciendas que había en Nanacamilpa, Calpulalpan y Apan en el estado de Hidalgo, a su temprana edad, Manuel conocía de cueros para el mantenimiento de la esencia del pulque, yerbas y preparación, si como los latidos fuertes de su corazón que vivía enamorado, desgraciadamente a los 21 años enviudó.
En su trayecto por la vida de 94 años de edad, Manuel nos confía que ha engendrado 42 hijos, tuvo casi 40 novias, dos veces enviudó y con su actual matrimonio tiene doce progenitores. Su esposa, quien en todo momento está a su lado, sonríe como avalando una travesura de su hijo. Ella es menor de edad pero con un corazón enorme y bueno, así la describe nuestro entrevistado.
Manuel se siente orgulloso de nunca haber sufrido una decepción amorosa porque algún muchacho le haya dado “baje” con la novia, Recuerda, cuando acompañado de sus amigos de la edad, llevaba serenata a la dueña de su corazón y los corrieron a pedradas rompiendo la guitarra de madera del mejor de sus amigos, aunque la guitarra no se la cobraron a Manuelito, algunos de los acompañantes de la serenata, sí les dolían las pedradas.
Él no terminó con ninguna novia o mujer que formó parte de su vida, simplemente se dejaban de ver y si algún día se reencontraban y había la oportunidad…, pues retomaban la relación, sonríe y recuerda a sus amores de antaño.
La conquista de la novia entonces era llevarle cartitas con figuritas de amor, claveles y rosas, entonces la creencia dice, era que el clavel simboliza al hombre y la rosa a la mujer por eso las flores que regalaban era un clavel y una rosa, como símbolo de unión entre ambos.
Los novios en ese entonces para verse se escondían atrás de la casa porque no había parque por eso, era más probable que los sorprendiera el papá de la chica, cuando esto sucedía, a ella la metían a empujones y regaños y a él lo corrían tratándolo de “muerto de hambre”, el novio se alejaba un tanto triste por haber dejado a su novia y por el maltrato que le daba su familia para aceptar su relación.
El miedo a los mitos de brujas y lloronas era latente en un muchacho que creció sin orientación paterna, pero eso no importaba si se trataba de ir a ver a su amor.
Recuerda Manuel cuando tenía 37 años de edad y tenía que ir de un rancho a otro a ver a su novia por la noche para que no se dieran cuenta su familia, “una ocasión iba yo en un caballo muy bonito, tenía que pasar un puente de vigas de madera pero algo o alguien jalaba la rienda de mi caballo y no avanzaba, sólo daba de vueltas al mismo puente, yo chiflaba y gritaba pero nadie me oía, ni gritaba ni chiflaba, me regresé al rancho y al llegar a la puerta de madera escuché el alarido de “La llorona”.
Las bujas y lloronas no le quitaron a Manuel el amor que corría por sus venas, era más grande su deseo por ir de novio que los quejidos y alaridos.
Manuelito como lo llama su familia, dice que su paso por la vida le deja experiencias, cosas buenas y una buena mujer que lo acompaña, a ella agradece su comprensión y apoyo, no teme a la muerte, pues hace honor al dicho: de que: “Cada quién está como se siente” y él se siente de 40 o 50 años.