Originaria de Calpulalpan, es ciudadana del mundo y ha recorrido múltiples países en los cuales ha buscado perfeccionar el arte que inició en su adolescencia, hoy radica en Osaka, da clases y ofrece espectáculos.
Osaka, Japón.- Su cuerpo es su mejor lenguaje y con él ha traspasado fronteras.
Hoy esta tlaxcalteca de cálida sonrisa da clases en Japón y ofrece shows de danza flamenca.
Fabiola no domina el japonés, pero a través de la danza logra comunicarse.
Este proceso no fue fácil para ella, pero ama el trabajo que actualmente desempeña en la prefectura de Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón, después de Tokio y Yokohama.
Originaria de Calpulalpan, es ciudadana del mundo y ha recorrido múltiples países en los cuales ha buscado perfeccionar el arte que inició en su adolescencia, cuando formó parte del grupo de danza del DIF estatal, al cual auspició e impulsó Verónica Rascón, esposa del entonces gobernador de Tlaxcala, Antonio Álvarez Lima.
Como parte del ballet pudo visitar países como Estados Unidos, Perú, Guatemala, Puerto Rico, entre otros.
Ella recuerda con cariño a su profesora Martha García, quien la disciplinó en la danza folclórica.
“Hasta se quedaba sin comer para vernos practicar, pero gracias a eso pudimos avanzar”.
Tras esa primera incursión, su deseo de mejorar la llevó a formarse como profesora en Danza Española en Bellas Artes, en la capital del país.
Posteriormente viajó a España para especializarse en Danza Flamenca.
La pasión y dedicación por la enseñanza que ella recibió de su profesora es la que ahora ella da a sus alumnas japonesas, cuya enseñanza le exige más que cuando se trata de estudiantes mexicanas.
La diferencia, comenta, estriba en que las alumnas japonesas tienen mayor disciplina y se concentran a tal grado que ella requiere estar constantemente preparando nuevos elementos para incluirlos en sus clases.
“Te obliga a estar al pendiente, porque te requieren más como profesor, son muy constantes y no faltan, en México los alumnos no tienen la misma disciplina, faltan si no tienen ganas y eso no te deja avanzar, aquí es diferente y te obliga a estar al 100 como maestro”.
Cada alumna a la que ella enseña paga mensualmente entre 17 y 20 mil yenes, de 2100 a 2500 pesos, por una hora de clase de flamenco a la semana.
Esta cantidad es mucho mayor al costo de las clases en México, donde dice que muchas veces los alumnos no aprovechan la oportunidad.
No obstante, orgullosa de su tierra y de sus raíces, se empeña en hablar de los puntos buenos que tienen las alumnas mexicanas y que por mucho esfuerzo y dedicación, a las japonesas les falta.
“Las alumnas mexicanas tienen su punto bueno, tienen mejor ritmo y son más expresivas, cosa que a las japonesas les falta”, enfatiza.
Es apenas la segunda vez que Fabiola platica con quien redacta esto, pero no ha dudado en abrir las puertas de su casa, a pesar de que los espacios en las viviendas japonesas pueden complicar la llegada de un huésped.
Su hospitalidad mexicana se expresa de inmediato cuando se le pide un espacio de su tiempo y de su hogar y pese a que los japoneses son reservados en su entorno cercano, su esposo, muestra toda su amabilidad a esta reportera e incluso entabla una plática en español con ella.
El amor hacia Fabiola ha hecho que aprenda “supeingo”, como llaman los japoneses al español, por ella es que esta reportera aprovecha la rara oportunidad que tiene en estas tierras de hablar su idioma, pues es el primer japonés con quien puede conversar y se sorprende por la fluidez con la cual se desenvuelve el esposo de Fabiola.
“Cuando estuvimos en España porque fui a estudiar él se iba a los mercados y hablaba con la gente, sabe muchas palabras, las memoriza y aunque no sabe en el momento para que se usan después logra acomodarlas, así son los japoneses, de que se aplican, se aplican.
Durante su estancia intermitente por tres años en Japón ella ha tenido la oportunidad de conocer a la gente y ha aprendido de ellos.
“Yo no noto cambios, pero la gente cercana cuando estoy en México si los ve, allá tenemos el hábito de llegar cinco minutos después de la hora, he aprendido a respetar los espacios de otra persona, me he vuelto más tolerante con eso aquí y más intolerante para las personas de allá”.
Su llegada a este país se dio por medio de un contrato para trabajar en una serie de presentaciones por ocho meses para actuar en Kyushu, la tercer isla más grande del Japón ubicada al sur y la cual es considerada como la cuna de la civilización japonesa.
“Teníamos presentaciones diarias, descansábamos una vez al mes, ensayábamos por horas y luego las presentaciones, adaptarse a los horarios, a las costumbres y a la comida fue complicado”.
Tras ese periodo su regreso a México no fue como ella lo había planeado en un inicio. De hecho sólo fue para arreglar sus papeles y volver para casarse.
En la mesa en la cual ella me ha ofrecido un café se encuentra la foto del día de la boda realizada de acuerdo al shintoismo y donde ella luce un traje tradicional para la ocasión.
“No sabía ni ponérmelo, me ayudaron y una persona tuvo que ayudarme para caminar porque aquí hay una manera especial, con los pies en cierta posición para que se vea bonito y yo quería tener las manos libres por si me caía tuviera con que detenerme, una señora todo el tiempo me ayudó con el vestido”, recuerda entre risas.
Con todo ello, tiempo después decidieron probar suerte en México y regresaron a Tlaxcala, donde el matrimonio estuvo una temporada.
Su regreso al país del sol naciente terminó para buscar mejores oportunidades de vida para el futuro.
Durante su estancia en su estado natal, ella recuerda no pudo concretar un espacio cultural donde ofrecía espectáculos de calidad y combinaba con las clases de danza.
Este es el momento en que ella reflexiona sobre el estado de la cultura en México y aunque subraya el amor su país, no deja de hacer los señalamientos.
“En México no pagan por la cultura, si les cobras quince pesos por entrar a ver un grupo, un buen grupo no lo pagan, pero yo no he visto que una chela te la vendan en quince pesos en los bares y por eso si pagan”.
Fabiola cambia el tono de su voz cuando “señala que los artistas también necesitan comer y lamenta la poco oportunidad que hay en México, a diferencia de Japón donde sí se puede vivir de los ingresos por esta actividad.
Con su experiencia de vida de tres años en Japón y su estancia después de casada en México, es capaz de definir las ventajas y desventajas que ha observado.
“En México hay grandes espacios, tenemos muchas frutas, árboles, la comida es mucho más barata, aunque con los sueldos tan bajos queda casi igual, en México teníamos una casa mucho más grande que esta, pero no teníamos posibilidades de ahorrar e íbamos al día, ahora esperamos ahorrar para montar un negocio propio”.
Aunque señala el costo de vida de Japón, Fabiola también reconoce que su vida en el país del sol naciente es mucho más tranquila y no tiene el estrés de México, debido a que no hay inseguridad y tus impuestos serán retribuidos.
“Aquí no te preocupas por revisar el cambio de la tienda, sabes que no te van a hacer trampa y aunque la seguridad social es mucho más cara, es mucho más efectiva, aquí sabes que si tú pagas un impuesto el gobierno te responde.
Fabiola responde con una sonrisa amplia cuando se le pregunta sobre el recibimiento que tiene como mexicana en Japón, al asegurar que hay buena aceptación a la cultura mexicana.
“Los Panchos aquí fueron un boom, si tú le preguntas a la gente de cierta edad, no a los jóvenes, te pueden cantar Bésame Mucho, apenas fui a un restaurante de comida mexicana aquí en Osaka y había un mariachi con japoneses tocando, sí les gusta la cultura mexicana”.
En el futuro no descarta la posibilidad de regresar a México e iniciar un nuevo proyecto en materia cultural, pues afirma que su alma viajera la puede llevar a cualquier lado.
De entrada, se le ilumina el rostro cuando se le pregunta por la posibilidad de regresar pronto a su tierra, ya que el final para ella las fronteras no una preocupación y ya las ha traspasado con su arte.