El asfalto está casi ardiendo. El sol quema, está a su máximo esplendor, es medio día, pareciera que la carretera desprende vapor, pero ese no es un impedimento para Florecita, una indígena de Chiapas que descalza ha encontrado una forma de autoemplearse en los cruceros de Tlaxcala como traga fuegos y como malabarista.
Ella se ha escabullido de la realidad de las mujeres indígenas del sur del país, de la extrema pobreza, donde no hay empleo. Ahí donde el rol de la mujer es sólo doméstico, por eso emigró de Motozintla, Chiapas un municipio considerado de alta marginación y encontró en Tlaxcala una forma de sobre vivencia, mejor que en su lugar de origen.
El sol quema y opta por ponerse sus sandalias para mitigar ese asfalto que arde, pero eso no le impide continuar con lo que ella llama su trabajo. Marabarea tres naranjas mientras aprovecha el semáforo que se ha puesto en color rojo, los conductores la observan, unos le obsequian unas cuantas monedas, otros la ignoran.
En el crucero que está frente a la unidad habitacional Santacruz, en el municipio de Chiautempan, Florecita González permanece más de ocho horas y gana poco. Por la tarde, cuando el sol se oculta aprovecha la oscuridad, ahora para convertirse en traga fuegos, luego viaja a Puebla, donde renta un cuarto con sus familiares.
El sabor de la gasolina ya no le quema la boca, ya no hace gestos, su paladar se ha familiarizado, pero el fuego le ha dejado huella en su rostro, lo tiene cuarteado y eso no le importa, su fin es obtener unas cuantas monedas para poder ingerir sus alimentos y comprar su vestimenta que ha modernizado.
Ahora usa pantalón corto, una playera y hasta una chamarra de mezclilla, al igual que Florecita, su hermana menor de sólo 10 años se emplea de la misma manera, es su forma de vida, es su realidad, es el rol de estas mujeres en la sociedad tlaxcalteca.