ENTREVISTAS

Me arrepiento de no haber hecho feliz a mi marido

Dolores es una de esas muchas historias que se cuentan continuamente y son de tragedia, son de miseria, de pobreza, de migración. Ella es de Tlaxcala, tierra que ama porque aquí nació pero que odia porque le negó a su esposo la oportunidad de un empleo digno, pero en cambio le regalo la desgracia.

20/07/2014 21:35:44
Bernardino Vázquez Mazatzi
agendatlaxcala
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*Bernardino Vázquez Mazatzi

Me arrepiento de no haber hecho feliz a mi marido

Doña Lola no puede empezar a contarnos su historia: el llanto se lo impide, los recuerdos la ahogan. Sus hijas la reconfortan, la abrazan, le acarician el cabello. Nos habla de su esposo muerto…

“Lo vi triste desde días antes, como que él ya presentía su muerte... pero fue hasta el mero día que se iba al norte cuando supe que nos iba a dejar, no sólo para irse al otro lado, sino para siempre...”

Dolores es una de esas muchas historias que se cuentan continuamente y son de tragedia, son de miseria, de pobreza, de migración. Ella es de Tlaxcala, tierra que ama porque aquí nació pero que odia porque le negó a su esposo la oportunidad de un empleo digno, pero en cambio le regalo la desgracia.

Y nos platica:

“Éramos muy pobres si usted quiere desde antes de casarnos. De juntos seguimos pobres. Pero pobres y todo estábamos juntos, no como ahora que me dejó sola para siempre. Antes al menos lo tenía yo a él y ahora la vida me pesa y ya no sé qué hacer, no sé cómo se vive sin él, no sé qué hacer con los hijos, con la pobreza, con la miseria, con mi dolor”

“Creo que lo vino a desatar la desesperación de él fue la falta de dinero para la educación de los hijos. Se nos vinieron los gastos fuertes: las inscripciones a la escuela de los tres niños y él no tenía trabajo. Por más que le buscaba pero parecía maldición: nomás no encontraba. Porque de veras de repente no hay trabajo de nada. Antes al menos de costurera sacaba yo algo, aunque sea para puras tortillas; pero en esos tiempos ni eso...”

“Sí, lo vi triste, desde días antes, pero no me decía nada. Total que pues, una se desespera y yo ya no aguantaba la pobreza. No la soportaba. Me hacía estallar. Por eso le echaba yo en cara la falta de dinero. Oye, le decía, cómo es posible que no encuentres nada... pues eres un inútil de plano ¡roba aunque sea! Pero no regreses sin un centavo. Y el pobre no decía nada”

“Ya en los últimos días de plano eran puras peleas. Y él llegó a pegarme y yo a él. Es que oiga, de veras no teníamos ni un centavo. El caso es que pues ya lo nuestro era insostenible: no había dinero... iba a chambear de chalán y de al tiro le daban una miseria, se iba a la carretera a descargar camiones pero a veces no traía un solo peso partido a la mitad”

“Ese martes me dijo: vamos a Apizaco, tengo algo qué enseñarte. Me llevó a ver a una persona que presta dinero pero no estaba, por eso nomás me invitó unos tacos y un refresco; al día siguiente él se fue solo. En la tarde llegó con unas bolsas con ropa: era para él. En la noche les di de cenar a mis hijos y se fue a sentar con nosotros. Quiero hablar con ustedes, nos dijo. Y ya fue como nos dijo que se iba al norte”

“Mis hijos pusieron el grito en el cielo... ¡No te vayas, papá! Si no estamos tan amolados como parece; total, si quieres ya no estudiamos y te ayudamos con el gasto ¡Pero no te vayas! Yo no decía nada, y no porque no tuviera nada que decir, sino como que empecé a vivir mi soledad, como que presentí algo terrible”

“No, ya no hubo forma de detenerlo. Si nomás me voy un año, con un año tengo para salir adelante; ustedes aguanten, me voy y vengo... y ya empezó a dejar sus consejos. Que tú, no desobedezcas a tu mamá, que tú estudia mucho, que tú ayuda en la casa... Y a mí me decía: cuídalos mucho, mujer, cuídate tú, acuérdense de mí que yo me voy acordar diario de ustedes”

“Pero mientras nos hablaba preparaba su maleta. Y los chamacos llore y llore y él firme con que se iba. Y se fue. Para siempre”

“Al día siguiente, como a las diez de la mañana nos dijo: ya me voy. No lloró, se hizo fuerte, pero estoy segura que luego lloró mucho. Los niños todavía quisieron detenerlo, convencerlo de que se quedara. Luego dijo: quiero que me vayan a dejar a la terminal. No, le dije: aquí me dejas y aquí me vas a venir a encontrar. Yo qué iba a saber que nunca lo iba yo a ver vivo”

“Un hermano mío y sus hijos sí lo fueron a dejar; cuando me quedé sola me puse a llorar. Decía ¿y si ya no lo vuelvo a ver? ¿Qué va a ser de mí?; yo ya lo presentía”

“Entonces me di cuenta de cuánto me hacía falta, aunque sea sin dinero, aunque sea pobre. Y pienso que no lo pude hacer feliz, que mientras estuvimos juntos, en vez de estar contentos era pura pelea... no sabe cuánto me arrepiento de no haber hecho feliz a mi marido cuando debí, cuando tuve la oportunidad...”

“Me lo regresaron muerto... el jueves de esa misma semana dicen que se ahogó en el río Bravo, que no pudo pasar; otros dicen que lo mataron para robarle su dinero... qué se yo... eso a mí qué me importa, ya no lo tengo a él, ya nos dejó solos a mí y a mis hijos... para qué sirve el maldito dinero, así para qué sirven los malditos dólares, a ver, dígame...”

“Aquí la gente es buena. En cuanto supieron lo que nos pasaba vinieron todos los vecinos, los parientes lejanos, la familia, todos me apoyaron. Fuimos a ver al gobierno y nos ayudó con el traslado del cuerpo; yo no entendía nada, andaba como borracha, pérdida, ida. Así estuve meses”

“Éramos pobres, pero estábamos juntos para lo que fuera; ahora me hace falta, tengo miedo ir a la cama por las noches y no verlo, no sentirlo, no oírlo. A veces creo que esto no es cierto y parece que lo voy a ver aparecer en la puerta. Se me ocurre que si así fuera lo abrazaría fuerte, lo besaría como loca, le daría de comer en la boca… simplemente lo iba a amar y no a pelearle por cualquier cosa ni a reprocharle la pobreza. Y no sabe usted como cuesta aceptar que no va ser así, que nunca va a ser así, que jamás va a regresar”

“Mis hijos no entienden la nueva realidad sin su padre. Tienen muchos sentimientos contrarios. A él le guardan un profundo recuerdo, pero maldicen la pobreza de este estado, que la gente honrada se le cierren las oportunidades, que nadie confíe en los pobres, maldicen a quien le quitó la vida a su padre… a mí me reprochan los días en que en vez de estar contentos y felices me la pasé reprochándole la pobreza en la que nos tenía viviendo”

Doña Dolores llora otra vez, sólo que ahora con mayor sentimiento e intensidad; la familia nos hace señas y salimos de la casa de ladrillos en silencio, con los ojos húmedos.

*Escritor y Periodista

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