El amor de una madre, más allá de la muerte

A Magdalena le preocupa la salud mental de su hermana Diana. Hace cuatro años que murió, víctima del Cáncer, Mario, un jovencito de 16 años, orgullo y esperanza de su madre, una promesa en el deporte y una realidad para las chiquillas de su edad.

Magdalena dice que la ausencia de Mario enloqueció a Diana a grado tal, que platica con él, le consulta y ordena lo que hay que hacer al día siguiente, lo regaña por cualquier cosa, aunque siempre imaginaria; le plancha la ropa, le prepara el uniforme de fut bol, le alista el baño diario y coloca en una silla la ropa que habrá de llevarse ese día a la escuela.

Cuando sale de casa le pregunta si desea acompañarla. Y creyendo o imaginando que se niega, entonces le ruega, lo presiona a seguirla, pero si decididamente Mario quiere quedarse entonces le sugiere cerrar bien las puertas, no dejar la llave del gas abierta, apagar las luces para ahorrar en el recibo de servicio eléctrico y, sobre todo, no abrir la puerta a desconocidos. Le pide la bendición, le da la bendición, y sale, aunque sea sólo a la tienda, a unos metros de la casa. Porque salir a pasear jamás, no sin el consentimiento del hijo... como si viviera.

Magdalena nos presenta a Diana... es una mujer de 40 años de edad, agraciada, parece despreocupada, incluso en alegre y ocurrente. Podría ser considerada una persona de esas a las que les llaman normales. Pero no lo es. O al menos así lo creen quienes viven cerca de ella. Es una madre obsesionada, una madre que no acepta la ausencia de su hijo, que no ha entendido que no está físicamente en la casa.

Nos recibe alegre y sin que venga a tema, nos justifica la ausencia de su hijo.

"Bueno, mi hijo Mario no está... salió un rato con sus amigos; llega como a las nueve, digo, por si quieren hablar con él, llega a esa hora. Me preocupa que llegue tarde; es muy peligroso andar de noche, no importa que por aquí todos lo quieran, nunca falta el peligro. Yo siempre le digo: hijo, cuídate, por favor, no andes de loco, no te metas en problemas, respeta siempre, por vida tuya"

"Gracias a Dios me salió un buen muchacho, ah, eso sí... es muy responsable, respetuoso, educado, de veras. Creció muy sano, muy deportista... si vieran ustedes cómo lo buscan los equipos de por acá... es re goleador, es buen delantero... se lo pelean los equipos, de veras. Los domingos, ya se sabe, es de partido. Temprano se levanta, me ayuda con algo en el quehacer de la casa, ayuda a sus hermanos, desayunamos a ahora sí, al campo"

"Ah, no, eso sí, es bien consentidor. Quiere que todos los domingos lo acompañe al fut, pero no siempre puedo: hay que ir a la plaza por el recaudo. Pero cuando lo acompaño, uy, no; que ya me compró esto, que ya me compró aquello, que si no se me antoja nada, que si quieres de acá o de allá. Me salió bueno el muchacho, para qué más que la verdad"

"Bueno, yo no le conozco novia, que yo sepa no tiene, pero siempre le he dicho: fíjate bien de quien te vas a enamorar, fíjate que sea buena muchacha, que sea como tú de buena persona. No, no le voy a buscar mujer, que sea la que él quiera, pero eso sí, nomás que sea buena mujer, que lo quiera y lo respete; por lo demás pues no importa que sea pobre o fea, si finalmente va a vivir con él, no conmigo"

"Fíjense que es un chico bien comprensivo... no es de que me ande vigilando, que ya nomás vea el reloj para ver a qué hora llego, que pregunte quién me acompaña o quién me llevó a la casa. En ese sentido es un hombre comprensivo; eso le he enseñado. Nunca me ha reprochado nada... por el contrario, me ha dicho que haga mi vida, que no esté sola en el mundo, que me busque una pareja, que sea feliz, pues... y pues cuando llego él ya está en la casa al cuidado de sus hermanos o acompañando a sus abuelos..."

"Ah, no, de vicios nada... eso sí que no... qué cigarro ni qué ocho cuartos... Y menos la cerveza o el alcohol; en eso sí soy muy estricta. Porque una madre puede ser consecuente, o descuidada, o hasta cómplice o como se diga, con los hijos, pero lo que una no debe permitir jamás es dejar que los hijos se destruyan, que acaben mal. Yo siempre le digo a Mario, el día en que te vea con una cerveza en la mano te rompo el hocico, no digo tú. Me verás como me verás pero eso de andar de borracho nunca, óyelo bien: nunca. Y no, no toma de eso mi muchacho"

"No me salió plagoso... si vieran que hasta eso no. Come de todo, todo lo agradece. Le encantan las albóndigas en guisado rojo, los envueltos verdes, con queso y lechuga, pero con lo que sí lo matan es con las tostadas... y vieran que ni les toma el refresco; no, él pura agua... de frutas. Yo se la hago: de melón, de sandía, de piña... qué sé yo..."

"No es exigente. Claro, tampoco nunca le falta la ropa. Porque eso sí, toda está planchadita, perfectamente ordenadita, limpia pues... Miren, este es su cuarto, a poco no está como quirófano de hospital... miren, sus zapatos limpios, sus trofeos en su lugar, sus útiles de la escuela bien acomodados y su cama como si nadie se hubiera acostado en ella desde ayer..."

"Ay, no, no... yo no siento que consienta mucho a mi Mario, no... más bien creo que así se debe atender y cuidar a un hijo ¿o no? Es una enorme responsabilidad ser madre. De nosotros dependen los hijos y van a ser como una los eduque; no, por el contrario, soy la madre que todo hijo quisiera tener y él es el hijo que toda madre quisiera tener, en serio, no exagero, no les miento"

"Yo le digo, quiero que seas un hombre de provecho, que seas ejemplo de la juventud, que seas orgullo de la familia, de tu madre, de tus abuelos... no la vergüenza del apellido, de quienes te queremos. Le digo: estudia, prepárate, haz una buena carrera para que cuando te cases nada le falte a tu esposa y a tus hijos, quiero que cuando Dios me llame a cuentas pues me vaya sin pendiente porque ustedes no me van a dejar mentir: no hay mayor satisfacción que ver a los hijos realizados; y bueno pues Mario es muy, pero muy educado, muy inteligente y no es por presumirles: saca puro 10 de calificación, de verdad; ay, no saben cómo me lo envidian"

"Mi hermana seguido me invita a salir, que a un baile, que al cine... que a dar una vuelta por ahí, pero no, le digo, deja avisarle a Mario, a ver él qué piensa y pues luego él dice pues mamá ahí tú sabes, nomás no llegues tarde y yo le digo a Magdalena: no, pues fíjate que Mario va a estar en la casa y no quiero dejarlo solo con los niños, mejor otro día, o mejor me traes algo de donde vayas. Y esto lo digo nomás para que vean hasta donde una madre es capaz de sacrificarse por su hijo"

Magdalena interrumpe a Diana y busca las palabras adecuadas para hacerse entender. Le dice a su hermana que hemos ido a conocer de la "ausencia" de Mario, para saber que el muchacho subió al cielo, que se convirtió en ángel para ayudar a Dios, que se ha quedado dormido para siempre en la paz de los justos... que descansa por siempre en la gracia divina.

Trata de decirle que Mario es sólo el recuerdo, un hermoso recuerdo, la imagen de un muchacho bueno que ha dejado esta vida, que debería aceptarlo, que le hace mucho daño fingir que desayuna, que cena y come en la casa, que va a la escuela aun, que juega fut bol, que la cuida como a sus hermanos y abuelos... pero ella no entiende. Se desorienta, mira hacia todos lados como tratando de interpretar el mensaje y luego se le iluminan los ojos, sonríe y muestra sus dientes blancos y sus labios alegres.

Y entonces nos conduce nuevamente a la habitación que fue de Mario y empieza a hablar con él como si estuviera presente. Lo reprende por haber dejado la ropa fuera del cesto, le recuerda que hay que sustituir el foco del cuarto de la lavadora, que el domingo, si tiene tiempo, la acompañe a la plaza por las verduras y luego le pregunta qué es lo que quiere comer...

Tal vez escucha algo porque guarda silencio, asiente, hace como si escribiera las instrucción de alguien y luego se levanta de la cama que fue de Mario y nos invita la mesa: Mario quiere huevos revueltos y salsa con cilantro, agua de melón y frijoles refritos.

"Dice Mario que si gustan acompañarnos a la mesa; aquí comemos sencillo pero sabroso..."

Luego le pide a su hijo ocupar su lugar en la cabecera de la mesa, como jefe de la familia que ella supone que es.

Comemos rápido, aunque sin dejar de escuchar a Diana hablar de lo bueno que es su hijo con ella. Magdalena llora de impotencia; no entiende cómo el amor de una madre no puede dejar partir al hijo que ya no está en este mundo.

Dice que no saben qué hacer y asegura que nadie los ha podido ayudar pues Diana no ha podido ni ha querido separarse de su hijo fallecido hace dos años. Antes de partir Magdalena nos pregunta: "¿no quieren esperarlo un ratito más; no tarda, se los juro".

Mejor nos vamos...