Fe de ratas

Cataluña-España: callejón sin salida

José Javier Reyes

En un mundo que trata de integrar bloques económicos, alianzas, tratados, comunidades, el surgimiento de los grupos separatistas no sorprende, pero sí preocupa. Es lógico que surjan los regionalismos, es lamentable que emerjan con tal intensidad. La salida de la Gran Bretaña de la Comunidad Económica Europea y el triunfo de Donald Trump tienen más puntos de contacto que un simple viraje a la derecha.

Pero las ansias separatistas de Cataluña merecen más de un comentario. No son un síntoma, son la enfermedad: dos millones de habitantes que salen para externar que no se sienten españoles merecen toda la atención del estado que dice representarlos. Se les envían gendarmes, se les trata de disuadir a garrotazos. Azuzados o no por la Generalitat, los catalanes han llevado las cosas a un punto extremo. Y si algo faltara, la falta absoluta de sensibilidad del gobierno de Rajoy arroja gasolina al terreno incendiado.

Digámoslo de la mejor manera: la supuesta “independencia” de Cataluña es una pérdida para España, pero sobre todo para Cataluña. Al margen de la estampida de capitales que amenaza desestabilizar la economía catalana, el micropaís no será reconocido por la Unión Europea. Ni México le dará su reconocimiento, lo que ya es decir. La República de Cataluña sería, si llegara a existir, el hermano pobre de España. Borges decía que en Francia se les consideraba impostores, aunque reconocía que Barcelona merecía más ser la capital de España que Madrid. Decía que en la capital todo estaba como a servicio doméstico. Se. le hacía provinciana, junto a la cosmopolita Barcelona.

Pero los costos de la independencia son incalculables. La imagen de la otrora poderosa ciudad portuaria quedaría aniquilada. Habría una devaluación de la ciudad de Gaudí y Miró. De ser la capital española de la cultura pasaría a ser la capital de una nación semieuropea.

Hasta el futbol perdería su interés. La liga de balompié catalá tendría sólo dos equipos, el Barça y el Espanyol. Toda la liga catalana transcurriría en dos fechas y siempre ganarían los blaugranas. Podrían tener 25 torneos al año y las vitrinas azulgranas se llenarían de microtrofeos.

El nuevo país nacería aislado. La falta de respaldo a sus intenciones separatistas puede ser la causa de que el presidente Carles Puigdemont se retractara de su declaración de independencia. Pero ni la retractación del presidente de la Generalitat ni las amenazas del rey o del presidente del gobierno español tienen que ver con la solución del problema. ¿Qué quieren realmente los catalanes? ¿Cómo subsanar ese sentimiento de no pertenecer a España? ¿Cómo curar las heridas?

La solución no está en el artículo 155 de la Constitución ni en enviar policías a golpear manifestantes. Pero el diálogo no parece formar parte de los recursos que se emplearán para resolver la crisis.