Fe de ratas

La encuesta inútil

José Javier Reyes

Los demógrafos políticos del 2018 tendrán uno de los mayores retos desde que aplicar encuestas se volvió el método más socorrido por los candidatos de todo el mundo: encontrar un sustituto a los sondeos que habitualmente se utilizan en época electoral.

Este es un resultado, tardío pero notable, de la derrota de Donald Trump en las elecciones del 2016, luego de que todos los estudios de casas encuestadoras daban por hecho el triunfo de Hilary Clinton. Nadie parece ya creer en las encuestas, las cuales han sufrido del abuso de sus pergeñadores. Sobre todo porque antes que servir para definir el grado de conocimiento o de aceptación de un candidato, se usan como elementos de propaganda. Veamos un caso reciente.

Una encuesta elaborada para El Universal por la empresa Buendía & Laredo ponía a Andrés Manuel López Obrador a la cabeza con el 31 por ciento de la preferencia, arriba del candidato del Frente PAN-PRD-MC (en ese momento, 6 de diciembre, no tenía nombre, aunque era previsible que fuera Ricardo Anaya) con 23 por ciento, superando al recién destapado José Antonio Meade en un lejano 15 por ciento.

¿Cómo conciliar estos datos con los del Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE)  que apenas un día antes, el 5 de diciembre, colocaba primero a AMLO, pero en segundo lugar a Meade, en tercero a Zavala, en cuarto a Anaya y en quinto a Mancera? Ya ni cómo hacer que coincida con la encuesta que presentara Reforma el 30 de noviembre, que coloca al popular Peje con 30 puntos y en un insólito empate técnico a Meade con Ayala, si éste último hubiese sido candidato del PAN y no del Frente, como finalmente ocurrió.

Esto cuestiona el sentido y la intención misma de las encuestas. Tal vez se crea que pueden servir para impulsar una candidatura que empieza en una desventaja clara, debido a los problemas de corrupción, inseguridad, ingobernabilidad, y los episodios de represión que han caracterizado a la actual administración, pero si las encuestas mismas carecen de credibilidad, ¿para qué gastar tiempo y dinero publicando algo que la gente no cree?

Al margen de su descrédito, las encuestas plantean un reto aún mayor: ¿cómo medir la verdadera intención de voto del electorado? Porque si bien es cierto que algunas encuestas sesgan los datos de acuerdo a intereses muy claros, lo cierto es que otras (como en la elección de Trump) simplemente fallan. Las personas no dicen lo que realmente piensan o cambian de modo de pensar de forma inesperada. A veces, lo sabemos, el votante está formado para pasar a la casilla de votación y aún no ha tomado su decisión.

Seguirá habiendo encuestas, a falta de cosa mejor. Y cada empresa demoscópica dirá que la suya sí es científica, seria, imparcial. Pero su utilidad será más que dudosa. Así como su veracidad.