Parte 1

Mucho tiempo se lleva hablando de que los mexicanos no leemos, y que otros países latinoamericanos lo hacen al nivel de los europeos. Se argumenta sobre las raíces del “problema”, sobre cómo afecta nuestra sociedad ese déficit y de cómo podría mejorar muchos aspectos de nuestro país, si se leyera más.

Todo esto relacionado con nuestras actividades literarias, sobre nuestras buenas y malas costumbres. Pero yo quisiera reflexionar sobre otro asunto, relacionado intrínsecamente con nuestra costumbre de leer o no.

Pongámoslo así: digamos que usted, querido lector, es una de esas personas que no leen, no le gusta y nunca lo ha hecho salvo para desarrollar tareas básicas.

Entonces un día, un extraño impulso se apodera de su cuerpo, ese impulso trae consigo tenues voces de amigos que le aconsejaban leer.

Y  entonces ese día, sale de su hogar dispuesto a ir a casa de un amigo, o a una librería o una biblioteca para conseguir un libro y comenzar a leer. Camino a su destino, usted sólo piensa en comenzar a leer, y se repite una y otra vez los beneficios que le traerá su reciente decisión.

Una vez llegado a su destino, otro impulso, igual de vehemente que el primero lo detiene precipitadamente frente a su destino. Entonces una voz desde lo profundo de su cabeza, le grita con aire familiar: -“¿Y qué carajo vas a leer?”-

Como verán amigos, no es tan sencillo para una persona que no tiene la costumbre de leer, ni el menor interés en hacerlo, despertar un día y, de repente decidir que quiere cambiar ese mal hábito.

Es evidente que nuestro medio familiar y nuestro entorno social, influye significativamente en nuestros hábitos culturales, y sería complejo indagar en el “por qué” unas personas, que pertenecen a la misma comunidad,  leen y otras no. Entonces lo que nos queda, y podemos hacer es aconsejar a los neófitos de la lectura.

Recomendarles libros sobre temas que a ellos les interesen, porque hasta de los temas más frívolos se puede aprender algo; recomendar libros de editoriales económicas o libros semi nuevos -pues no esperen que cualquier persona esté dispuesta a gastar más de cien pesos en algo que no les agrada demasiado-; recomendar libros divertidos y emocionantes, que sean capaces de entretener a todo tipo de lector, por ejemplo, recordándole a las personas que muchas de las películas existentes antes fueron libros, y que leer un buen libro es mejor que ver una buena película.

Arturo S. Rojas