Raymundo Pérez Romero

Uno de los aspectos inherentes al hombre es sin duda alguna el regreso al pasado y uno de esos recuerdos es el eterno regreso a la infancia, el recuerdo de los años felices donde la despreocupación era la principal forma de ver la vida, donde el cuidado y la protección de uno corrían a cargo de los padres, entonces todo era diversión y juegos sin fin, la única condición para mantener la vigilia de la realidad eran los conflictos de salud y el hambre, fuera de ahí el regreso a ese pasado nos envuelve en una aura de felicidad.
La consecuencia de la infancia es el ser feliz y que esos recuerdos queden grabados en nuestro inconsciente y que estén ahí a la espera de ser el motor que nos impulse a ser personas íntegras en muchos de los aspectos de la vida de adulto, ahí se gestan los actuares de lo hacemos y de la manera en que reaccionamos ante los imprevistos que el presente nos depare, se concretan los sueños y muchas de las veces se hacen realidad nuestros anhelos planteados en años pasados.
Creo que en parte de la conformación de una rica infancia también entra a colación la participación activa de los abuelos quienes con sus historias de años añejos nos convocan a la aventura, a la búsqueda de algo que quedó en el ayer y seguramente se tendrá que quedar en la imaginación de los compañeros de historias.
Con el paso de los años, juegan otro papel importante en la conformación de esa infancia los ejemplos que nos pone la madurez, quienes a través de sus diversos representantes nos mantienen sujetos al piso y nos aventuran a realizar cosas pensando en el “mañana”, tal es el caso de manera importante los padres, le siguen los tíos, los maestros, y luego otras personas que entran en el rol de aprender para el futuro.
La entrada de la imaginación a la vida del hombre comienza con la interpretación de lo que sucede en nuestro entorno, claro, con nuestras propias deficiencias que nos llevan a crear mundos alternos al real y que nos transportan a desentrañar los por qués de la vida de los adultos.
Si bien, uno acude en esos momentos de recuerdo a los pasajes de las aventuras propias o de otros colegas de juego, siempre busca uno esa sonrisa entre los compañeros de aventura para rescatar un omento inolvidable, pero en ocasiones también lo es para poner un ejemplo de lo que no se debe hacer, de lo que se debe dejar de lado porque no funciona o no es digno de poder realizarse, todas esas enseñanzas nos motivan a dejar de herencia a nuestros seres queridos quienes esperan un aprendizaje significativo que les ayude en su vida a comprender e interpretar lo que años atrás nosotros hicimos a manera de un anacronismo de entrelazamientos de tiempos, espacios, personas y situaciones.
Las recomendaciones y exhortos que nos hacen las personas de la tercera edad se quedan, a manera de vivencias, fijadas en nuestra mente, son los abuelos quienes nos motivan a ser mejores personas ya que es a través de las moralejas de fábulas, de los finales y meta-narraciones de los cuentos, de la moralidad de las leyendas y de las enseñanzas de historias reales como se adueñan de nuestra atención y nos dejan parte de su legado de vida.
Antes, los juegos eran mucho más imaginativos en sentido de libertad de expresión tanto corporal como lingüística, se hacía ejercicio constante, se comunicaba uno con la naturaleza, experimentaba uno con la presencia y cambios de los climas y sostenía uno una lucha encarnizada contra las enfermedades que acechaban a los infantes, todo ello con el único fin, el divertirse.
Sólo en ser feliz nos estribaba el ser feliz, nos motivaba el conocer todo el terreno de juegos además de expandir nuestros horizontes, saber el reaccionar de los compañeros de juegos y sobre todo, a saber compartir de tiempo, espacios y diversión con los otros.
Nos leemos pronto, hasta luego.
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