“A la mejor fue porque siempre vivimos juntos. Ella siempre durmió conmigo… al principio porque era una niñita que necesitaba calorcito, luego, cuando ya fue mujer, pos fue por costumbre; nunca durmió sola; a lo mejor por eso”.
Pocos sabemos el secreto de Marcos y Ana. Al menos nosotros lo conocemos desde hace algunos años y ahora que los hemos reencontrado en Santo Toribio les preguntamos si querían compartir su historia. Son renuentes, incluso se ofenden; se preguntan qué dirá la gente de su realidad.
Pero nuestra insistencia rinde frutos.
Es Marcos quien nos cuenta que en Ahuacatlán, Puebla, se casó con Ardelia cuando ambos tenían 13 años por lo que a los 14, fueron papás de una niña a la que registraron con el nombre de Ana.
Ana quedó huérfana a los seis años y fue traída por su padre al estado de Tlaxcala en donde se desempeñó en trabajos del campo y, al mismo tiempo, la niña se dio a la tarea de asistir a su padre con la ropa y el desayuno, la comida y la cena, al menos hasta los 12 años.
Así, cuando él tenía 25 años de edad y ella esos 12, en realidad parecían hermanos o, novios; o pareja.
“Pues, sí, sí estamos conscientes de la realidad pero ¿Qué le vamos a hacer? Ya somos hombre y mujer”, nos dice nerviosa Ana, cubriéndose el rostro con su rebozo de hilo.
Y Marcos la secunda: “Pos yo digo que si eso estuviera mal, Dios no lo hubiera permitido; pero ya ve usted el tiempo que llevamos digamos que de esposos y no nos ha pasado nada; no ha de ser tan malo; o será que a nadie tiene por qué importarle la vida ajena”.
¿Por qué pasó esto?; quiero decir ¿se aman?, ¿hubo amor, deseo, tentación, fue una trampa del destino o del demonio…? ¿Qué los llevó a sostener relaciones sexuales
siendo padre e hija?
Ella dice, totalmente ruborizada:
“No sé…”
Él dice, totalmente molesto y hasta agresivo:
“Y a quien hijos de puta le importa”.
El silencio es pesado; pareciera que no hay más qué decir, pero es el mismo Marcos el que retoma la conversación.
“A la mejor fue porque siempre vivimos juntos. Ella siempre durmió conmigo… al principio porque era una niñita que necesitaba calorcito, luego, cuando ya fue mujer, pos fue por costumbre; nunca durmió sola; a lo mejor por eso”.
¿Cómo ocurrió?, quiero decir ¿fue deliberado, fortuito, inconsciente, medió algún sentimiento o simplemente pasó?, Contesta ella.
“Yo no sabía si eso era bueno o malo; estaba yo chiquita. Él me hizo su mujer y ya, de todos modos por decirlo así, ya era yo su mujer porque siempre anduve con él pa’ todos lados, de aquí pa’ allá, y le lavaba la ropa, le preparaba los alimentos y si se enfermaba pos le hacía un té…”
¿Sólo eso?
“Bueno, él estaba borracho en la primera vez; hace tiempo el agarró la botella, estuvo bebiendo como 20 días seguidos y dejaba de tomar pocos días y volvía a tomar, en ese tiempo diario era yo su mujer…”
¿Y cuando dejó de beber?
“Pos ya nos seguimos derecho; como por esos tiempos nunca estuvimos en un sólo lugar la gente que supo que era yo la hija no nos volvió a ver y la gente que nos empezaba a conocer me empezó a conocer como la mujer de don Marcos”
Y Marcos defiende su situación de este modo:
“No creo haber cometido pecado… ella fue la mujer que Dios puso en mi camino, yo no la busqué ni como hija ni como mujer, no la obligué, no le pegué ni la amenacé para que se hiciera mi compañera así es que es cosa del destino, el demonio…”
“Yo hasta creo que mi esposa, donde Dios la tenga, estará contenta porque me la dejó encargada en su agonía y en verdad nunca se ha separado de mí; siempre la he cuidado de malas compañías, de los hombres que sólo buscan jugar a la mujer, me he preocupado porque no se vuelva una vieja chismosa como todas las mujeres; a mi lado nunca le ha faltado nada ¿no es eso lo que cualquier mujer busca?, ¿No es eso lo que todo hombre debe dar a su mujer?”
“… Bueno no, a la escuela no fue, nunca ha ido y ahora menos ¿pa’ qué?. La escuela no sirve para nada; bueno, nomás pa’ agarrar malas mañas, pa’ perder el tiempo. Porque allá no les enseñan a cocer frijoles, a echar tortillas, a remendar un pantalón o una camisa, no, en la escuela no te dicen cómo ser mujer, cómo atender al marido ¿o me va usted a decir que sí?”
Ana está de acuerdo con su marido-padre.
“No pos en realidad no me hace falta la letra; él gana el dinero, él trae a la casa el recaudo para toda la semana, me compra ropa, paga el agua y la luz… y pos como nunca voy sola a ningún lado pues no me hace falta leer ni escribir”
Y está orgullosa de su padre-marido
“Es muy listo… es re inteligente, me acuerdo que cuando llegamos a Huamantla se alquilaba como peón en los ranchos. En ese tiempo él usaba calzón de manta y yo nomás una capa que me servía de falda y abrigo; en esos tiempos nos llamaban nacos.
Pero pronto se puso abusado y empezó a ganar más y ya nos vestíamos como la gente de acá. Luego se hizo albañil, chalán pues. Pero lueguito se hizo maistro y hora ya es contratista y hasta renta madera”.
A Ana le preguntamos si quiere a su hombre. Se le sube el color a las mejillas, ríe
nerviosa, se cubre el rostro con el rebozo de hilo…
“Algo…, sí”
Él es menos expresivo. La pregunta lo desconcierta pero no contesta. Sólo hizo una mueca que bien pudo ser una sonrisa o una respuesta positiva. Nos dice:
“Ya le hice su casa… no será mucho pero ya no andamos rentando, ya no andamos de acá para allá, ya tiene sus muebles y hasta le compré su estufa de gas, ya no tiene que estar chillando de humo en el tlecuil. No le falta nada; tiene todo lo que cualquier mujer necesita para hacer su quehacer…”.
Ella no ha quitado el rebozo de su rostro y embozada refuerza a su hombre:
“Pos sí… él me da todo, pa’ qué más que la verdad…
La pregunta es obligada; la respuesta no:
Oigan, pero siguen siendo padre e hija ¿tienen plena consciencia de eso? Marcos tiene una respuesta airada:
“¿Y a ustedes quien chingaos les rasca la boca para andar diciéndolo? Señor, si ya lo sabe pos se calla y ya, ¿o va a andar publicando mis fotos para que todo el mundo lo sepa?.
Nos previene:
“No sea que me vaya yo enterando que me fotografiaron sin darme cuenta porque yo veo cómo le hago pero los encuentro y me van a conocer…”
Se va. Da un portazo; dice Ana que va a la tienda de la esquina en donde lo esperan sus amigos, los de todos los días. A ella le preguntamos lo mismo:
“Pos sí… sí sé que es mi papá, pero qué le hago, soy su mujer… como quiera que sea es también el papá de la hija que se nos murió. La hija no vivirá pero como sea él no solo me hizo mujer, su mujer, sino madre, madre de una hija suya; y eso no se puede borrar ni olvidar así como así”
Ana deja escapar una lágrima en memoria de la hija muerta. Murió de ocho años en un accidente; la atropellaron frente a la escuela a la que tampoco entró para aprender a leer.
Nos queda claro el futuro y destino de su relación incestuosa:
“… No, pos cómo lo voy a dejar…, a dónde voy, ni lo mande Dios. Lo que es que me busca y me mata; es rete celoso. Y pos como quiera que sea lo quiero como mi esposo, no como padre; en realidad nunca fue mi papá; para mi siempre fue mi hombre”.
“… No, no lo pienso dejar nunca, no importa que seamos lo que somos, yo creo que vamos a morir así, como marido y mujer… y menos ahora que mi padre y yo acabamos de cumplir 25 años de esposos”.