Fe de ratas columna por José Javier Reyes
Hemos comentado a vuelapluma el tema central de estas entregas: por qué creemos cosas que resultan verdaderamente absurdas, como las apariciones de ovnis de Maussán, los horóscopos y las curaciones milagrosas; y en cambio no creemos en hechos científicos como la evolución y el calentamiento global.
Los mecanismos de la credibilidad resultan asombrosos. Las razones pseudológicas, las analogías sacadas de la manga y las explicaciones metafóricas que sustituyen a la demostración científica son formas ingeniosas con las cuales nos engañamos o exaltamos nuestras ganas de creer. En cambio, cerramos los ojos a los razonamientos que echan por tierra nuestras creencias más entrañables. Las historias que se tejen en torno a las apariciones de la virgen de Guadalupe, la Navidad y la existencia de los Reyes Magos son, por ejemplificar, respetables, pero absolutamente inexactas.
También funciona si el hecho es exaltar a los héroes de nuestra mitología patria (acaba de pasar el centenario de Emiliano Zapata, con más pena que gloria) o exacerbar victorias de importancia relativa, como la Batalla de Puebla que parece tener más fans en Estados Unidos que en la propia ciudad de los camotes. Es evidente que no nos interesa la exactitud histórica de nuestro pasado, sino lo inspirador de esta mitología idílica.
Por eso llamó mi atención una captura de pantalla que circula en redes sociales, donde en la famosa sección de respuestas alguien explica qué es la Fe de ratas: “Las ratas también tienen su fe y su Dios, al que nunca han visto ni oído, dicen que es el creador del universo de las ratas y que envió a su hijo en forma de rata a morir por ellas, yo no sé si esto es cierto, pero millones de ratas lo creen así.”
Este párrafo, del todo revelador, me causa la misma impresión que una escena de la película El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968, sobre el excelente guion de Rod Serling) cuando el sumo sacerdote orangután explica que Dios hizo al simio a su imagen y semejanza.
Y de esto se trata. De cómo La Verdad (en mayúsculas) nos importa un rábano sin sal, mientras hacemos todo lo posible para crear e imponer nuestra verdad. ¿Existen verdades absolutas? Nadie al inicio del siglo XXI parece creerlo. Entendemos que tratar de aprehender un sector de la realidad implica una serie de presupuestos (incluido qué entendemos por “realidad”), un particular punto de vista e inclusive, una interpretación. Pero también entendemos que la ciencia hace un esfuerzo para comprender, explicar y describir la realidad con un método que nos permita caminar con paso firme entre las tinieblas que rodearon a la humanidad desde el remoto pasado.
En cambio, sí existen las mentiras absolutas. Y su impostura es fácilmente demostrable, porque en forma invariable tienen una intención y un origen. Se basan en el miedo y la ignorancia y tiene como destinatario los bolsillos de aquéllos a quienes engañan.