Fe de ratas columna por José Javier de Reyes
Creer o no creer, ése es el dilema. Y es el tema de estas colaboraciones en que nos preguntamos en dónde radica la terrible crueldad con la cual se masacra a nuestros semejantes. Podemos negar hechos que forman la base de la ciencia contemporánea, como el fenómeno del calentamiento global, la teoría de la evolución, la redondez de la tierra (¡!), la llegada del hombre a la luna o el genocidio de los judíos a manos de los nazis y, en cambio, creer en la más disparatada teoría sobre las cosas más absolutamente carentes de fundamento. Creer, como hemos visto, es ante todo una decisión, y no una basada en hechos sino en percepciones o predilecciones emotivas.
¿Cómo obtiene credibilidad una ideología de odio? Como cualquier creencia soportada en prejuicios, miedos e ignorancia (quizá sean sinónimos): por una determinación personal, por una convicción interna, sin nexos con la realidad circundante. Sin ánimo de descubrir el agua tibia, podemos señalar que, por una parte, existen percepciones que son el sustento de los crímenes de odio. Si el mundo es el escenario de la eterna lucha entre el bien y el mal, lo único que se requiere es identificar al malo. Aquí, otro principio de simplificación: el malo no puedo ser yo, ergo, el malo es el otro. Y el rebosante etcétera que engloba esta otredad es vastísimo: el que profesa una religión diferente, el que sigue a otro candidato, el extranjero, el de un credo político diferente al nuestro. Porque el otro además es ininteligible y, por consiguiente, deshumanizable.
Los ejemplos se multiplican a nuestro alrededor. Matar a 300 personas en Sri Lanka porque no son musulmanes, enjaular niños en Estados Unidos porque son migrantes, asesinar a una persona porque tiene una predilección sexual minoritaria, son formas en que la deshumanización del otro se manifiesta claramente. En su forma benigna, la discriminación por motivos de raza, religión o preferencia sexual son una consecuencia que, de tan cotidiana, acaba por parecer “normal” o por lo menos “no tan grave”. En el extremo, su resultado es el lavado cerebral de un yihadista que está dispuesto a matar niños, ancianos, mujeres y de inmolarse a sí mismo en una pretendida defensa de su fe.
El mecanismo por el cual negamos la realidad histórica del holocausto, del exterminio de los indios pieles rojas en los Estados Unidos o de los pueblos originarios de América por parte de los conquistadores españoles es análogo. El mecanismo mental que permitió que dichos etnocidios se llevaran a cabo, también.
Si construir una ideología de odio es fácil, la construcción de la tolerancia es un camino escabroso que suele resquebrajarse con cualquier malentendido. Aceptar que una persona puede tener un pensamiento radicalmente opuesto a nuestro es, en principio, su derecho, resulta difícil. Entender que el hecho de que una persona que opina y piensa diferente a nosotros no la hace nuestra enemiga, implica un paso adelante en ese proceso genial que llamamos civilización. Coexistir con personas diversas en preferencia, gustos, convicciones, creencias, costumbres, culturas y entender que la diferencia es la riqueza de la sociedad, es avanzar en ese arduo camino que es la evolución de la especie humana.