Fe de ratas columna por José Javier Reyes
Una creencia popular afirma que los personajes públicos no se van de nuestro mundo solos, sino que mueren de tres en tres. Y en aras de hacer cierta esta pseudoley, el periodo en que ocurren estas muertes se amplía tan arbitrariamente como sea necesario e inclusive abarca otros países, o lo que se requiera.
Y lo que pasa es que la gente (los famosos y las personas de a pie) mueren (morimos) de forma irremediable. Y si esperamos lo suficiente podremos contabilizar los tres decesos que pide esta consigna.
Ahora tocó a tres mexicanos disímbolos: Francisco Benjamín López Toledo (más conocido como Francisco Toledo) fallecido el 5 de septiembre a los 79 años, genial pintor, dibujante y grabador juchiteco, creador de una zoología fantástica y de un mundo de color y formas asombrosas; José Rómulo Sosa Ortiz (universalmente conocido como José José) muerto el 28 de septiembre a los 71 años y cuyo cadáver escamoteara su hija menor Sarita; y el nahuatlato Miguel León Portilla (cuyo nombre aparece escrito como Miguel León-Portilla), quien partió hacia el Mictlán el 1 de octubre a los 93 años, cuya vastísima bibliografía ilumina uno de los momentos más dramáticos de nuestra historia: el choque de dos culturas, la mal llamada “Conquista de México”.
El primero y el último tienen la leve relación de su apego al México profundo, a ese mundo mestizo de hondas raíces indígenas; José José tiene absolutamente nada que ver con los anteriores. Más famoso que los otros dos, su aportación está en el ámbito de la “música romántica” y en un puñado de interpretaciones notables. Después se volvió personaje de revistas de escándalos y tabloides, hizo de su autodestrucción un espectáculo público, perdió dinero, cartel y voz. Cambió la simpatía del público por la conmiseración que le permitió sobrevivir cuando había perdido todas las virtudes del gran cantante que fue.
El esquema se complica si ampliamos la elección a otros países. Si incluimos al español Camilo Blanes Cortés, el muy conocido cantante Camilo Sesto, muerto el 16 de septiembre, quien podría compararse con José José inclusive por coincidencia generacional, el esquema se descuadra. Haría falta completar la terna con alguien del medio artístico. Si incluimos en este obituario a Beatriz Aguirre, actriz mexicana fallecía el 29 de septiembre, además de muy forzado, nos faltaría un personaje de la cultura para completar el trinomio con Toledo y León-Portilla.
Unir estas muertes en un evento “sobrenatural” es, como se ve, cuestión de elegir hechos azarosos y tratar de revestirlos de significado. Acaso sea como buscar formas en la ubicación de las estrellas, nombrarlas “constelaciones” o “signos zodiacales” e inventar predicciones.
Morir es, evidentemente, un hecho trascendente que da sentido a nuestra existencia, pero en este caso se trata de eventos inconexos que el folclor y la leyenda urbana unifican en una extraña fantasía en la cual los muertos se acompañan al más allá marchando en tríos. Su significación escapa a la comprensión de quien esto escribe. Tal vez no nos resignamos a que la muerte sea un suceso tan solitario como nuestro nacimiento y queremos que se vuelva un amistoso viaje grupal.