“No les interesa nada”, uno de los ayos más comunes entre los catedráticos actualmente y; es que tal pareciera que a la mayoría de los estudiantes no les gusta ir a la escuela. En 2013, la OCDE dijo que México era el tercer país con jóvenes que no estudian ni trabajan de entre los 34 países de la organización. En 2018 el INEE registró el mayor número de expulsados con 770 mil estudiantes de bachillerato y 300,000 alumnos de secundaria, argumentando que el principal ejecutor de salida de los alumnos es la misma escuela.

Al parecer no se ha logrado formar jóvenes apasionados por la vida, responsables de sus actos, comprometidos con sus labores, capaces de darle sentido a sus anhelos.

Se puede concluir que las “competencias desarrolladas en clase” no se han alcanzado. ¿Será que ha sido una carrera desenfrenada por proveer conocimiento a los estudiantes y se nos olvidó el ser humano?

Inherentemente como sociedad estamos inmersos en la educación de las futuras generaciones, es decir, padres, maestros, directivos, empresarios, líderes sociales, políticos y espirituales, por supuesto medios de comunicación, todos; somos modelo que orienta o desorienta puesto que la vida misma es un proceso de formación basada en experiencias que organizan y/o desdeñan el futuro desde el presente a raíz de la convivencia familiar, social y económica.

Cada día es una oportunidad de empezar; pues existen momentos de convivencia, oportunidades de conocerse, comprender al otro, respetar y valorar a los demás como diferentes; pero como semejantes, donde ya no se diga “Hay humanos sin humanidad” frase del libro El principito.  

Por lo tanto, las Instituciones Educativas deben ser el espacio perfecto para la edificación de relaciones democráticas, participativas y abiertas. Donde el proceso real de aprendizaje sea un camino de adquirir hábitos y desarrollar procesos de mejoramiento personal, dando lo mejor de cada uno todo tiempo que sin duda se reflejará en la sociedad.