La apuesta del presidente de México por construir una refinería y expandir los combustibles fósiles choca con la determinación de muchos países
Un joven pescador saca la cabeza de las aguas del río Mecoacán y al abrir su mano muestra satisfecho un puñado de almejas. Sus compañeros le esperan a unos metros debajo del puente que une al río con el puerto de Dos Bocas (Estado de Tabasco, sur de México). La pesca en los últimos días no ha sido generosa. Algunos buzos se dedican a matar el tiempo a la sombra de la estructura, otros ya están en la carretera vendiendo los moluscos frescos. Por el puente, decenas de camiones cruzan cada minuto abandonando la localidad de Paraíso, cargados de fango y restos del manglar verdísimo que abundaba en donde hoy el Gobierno mexicano construye una refinería. El ruido del escape de los camiones es ensordecedor, pero los pescadores, callados, siguen con la rutina. La vida rural de la costa de Tabasco convive con el proyecto industrial gubernamental, aunque su futuro es incierto.
Andrés Manuel López Obrador es el presidente que apuesta por el petróleo en la época de la emergencia climática. El mandatario mexicano ha impulsado en su primer año de Gobierno el crecimiento de la estatal Petróleos Mexicanos (Pemex) y ha planteado como proyecto estrella la construcción de una refinería en el puerto de Dos Bocas. El plan del mandatario mexicano se resume a la necesidad de producir más combustibles en casa y evitar la importación, principalmente, de Estados Unidos. Su perspectiva de meter el acelerador a la producción de combustibles fósiles contrasta significativamente con las iniciativas internacionales que buscan la reducción de las emisiones de carbono, para dar tregua al cambio climático.
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