La fragilidad a la hora de combatir al crimen organizado golpea a López Obrador y cuestiona su política de seguridad
México ha vuelto a firmar una de las páginas más tristes de una historia de violencia que acumula ya demasiados volúmenes. La debilidad del Estado para combatir al crimen organizado quedó de nuevo en evidencia este jueves en Culiacán, la capital de Sinaloa, cuna del cartel con el que Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, hoy encerrado a cal y canto en Estados Unidos, construyó un narcoimperio las últimas décadas ante la incapacidad e ineptitud, cuando no complicidad, de las autoridades. La detención y posterior liberación de uno de sus hijos el jueves; la precipitación en un operativo con más dudas que certeza, los argumentos del presidente López Obrador, develan la falta de rumbo a la hora de poner freno a la violencia que consume al país.
Lo único que se sabe a ciencia cierta es que el jueves, un enfrentamiento entre militares y criminales, entre los que se encontraba Ovidio Guzmán, uno de los hijos de El Chapo, desató el terror en las calles de Culiacán, al norte de México, durante horas. La incertidumbre y el caos se apoderaron de la capital de Sinaloa y se extendió por todo el país en la medida en que las imágenes de los enfrentamientos, con armas de gran calibre, se propagaron por las redes sociales. La confusión sobre lo que ocurrió, no obstante, sigue siendo enorme un día después debido en gran medida a la errática política de comunicación oficial.
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