Ninguno de los candidatos promete un proyecto reformista después de la expulsión de la Cicig
La revolución ciudadana de 2015 insufló a la joven democracia guatemalteca un aire de renovación. Las manifestaciones pacíficas en una de las regiones más convulsas del mundo propiciaron el encarcelamiento de un presidente, Otto Pérez Molina y la llegada al poder de un humorista, Jimmy Morales. El nuevo mandatario ondeaba la bandera de la anti política, cada vez más global. Prometió que cumpliría con los reclamos de la mayor parte de la población. Cuatro años después, aquel sueño se evaporó y el horizonte, a tenor de las elecciones de este domingo, no parece nada halagueño.
Los guatemaltecos votan para elegir a un presidente, un vicepresidente, 160 diputados al Congreso, 20 diputados al Parlamento Centroamericano y la renovación de las corporaciones de los 340 municipios del país. Por encima de los grandilocuentes números está un desafío mayúsculo para el próximo mandatario: atajar la corrupción o ahondar en el debilitamiento de una fragil democracia, existente desde 1985. La convulsa campaña no augura un futuro reformista. Las noticias de los últimos días llenan de incertidumbre la votación de este domingo. Dos altos cargos del Tribunal Electoral estarán ausentes: uno pidió una licencia de 15 días, aduciendo motivos de salud; otro, el jefe de la Fiscalía contra Delitos Electorales, Óscar Schaad, abandonó el país junto a su familia tras denunciar amenazas de muerte.
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