Sandra Torres y Giammattei, con una ligera ventaja, se disputan la presidencia tras los comicios más cuestionados, conflictivos y opaco
Guatemala lleva casi una década en la que no abandona los últimos puestos del continente en combate a la desnutrición, el desempleo o la corrupción, excepto por los intentos desde el exterior y los heroicos esfuerzos de un grupo de jueces y fiscales. El expresidente Otto Pérez Molina, quien gobernó entre 2012 y 2015 y dejó precipitadamente el gobierno, está encarcelado por corrupción y Jimmy Morales, el actual mandatario, dejará el cargo en enero con una de las tasas de aprobación más bajas del continente. Al 80% de los guatemaltecos que rechaza su gestión se suma el repudio de los electores en la primera vuelta de las elecciones de junio en las que la formación que representa apenas logró el 3% de los votos. Nunca en la historia democrática de Guatemala un gobernante ha logrado un resultado tan raquítico en unas elecciones organizadas desde el poder.
Mientras esto sucedía, en los primeros seis meses del año más de 200.000 guatemaltecos, el 1’5% de la población, salió del país rumbo a Estados Unidos. A los que se quedan no les va mejor y la mitad de los niños del país crece con desnutrición crónica, una tasa, la más alta de América Latina, que se mantiene invariable desde hace una década.
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