Cien días después del desastre de Brumadinho, con casi 300 muertos
Las legiones de avariciosos aventureros que se adentraron en estas tierras de Brasil en el XVIII no se pararon a pensar en que el oro no se come. Algunos murieron de hambre con pedruscos en el bolsillo. No había comida, carreteras, ni comercio. Aquella fiebre del oro sentó los cimientos de un estado que debe casi todo a las minas. Su nombre, su desarrollo, su patrimonio histórico y su economía. El verde paisaje de Minas Gerais (minas generales) está punteado por enormes brechas de ocre intenso que la minería escarba en la tierra y por descomunales depósitos para depositar los residuos que genera. El colapso de una de esas balsas en Brumadinho mató hace cien días este domingo a 235 personas. Otras 35 —también devoradas por el barro en segundos— siguen desaparecidas. Vale, la empresa propietaria de la mina y una de las mayores multinacionales brasileñas, es reincidente. La tragedia generó una gran ola de indignación ciudadana que ha derivado en algunos cambios, pero el temor a que se repita está muy presente.
La señora Maria Lourdes Anunciação, de 64 años, vive con miedo hasta el tuétano en una vivienda de ladrillo descubierto muy cerca de una balsa cuatro veces mayor que la que reventó en enero. No es la única. Nada menos que 23 depósitos de desechos rodean Congonhas, una ciudad turística de 50.000 vecinos. Solo una colina separa a los Anunciação de la más cercana. Cuentan que tras el desastre las autoridades cerraron la escuela, pero poco más. “Después de Brumadinho, no han hecho ningún simulacro. Solo la sirena, que sonó una vez. Eran casi las nueve de la mañana y casi nadie lo oyó. Sonó muy bajo”, recuerda. Las víctimas de Brumadinho tampoco la oyeron porque no sonó. “La gente tiene más miedo de las balsas ahora, pero al desempleo también”, apunta su hija Tatiane. Ellas, como tantos en la zona, tienen parientes en el sector.
Toda la información en:
https://elpais.com/internacional/2019/05/04/actualidad/1556925352_146651.html