Dos víctimas del sacerdote Fernando Martínez acusan a la congregación de seguir operando como una “estructura mafiosa”
Veintiséis años no han sido suficientes para borrar de la memoria de María Belén Márquez las manos del sacerdote Fernando Martínez sobre su cuerpo. “No te tocaba solamente la pierna, te tocaba las partes íntimas”, se lamenta. “Yo tenía seis años, estaba muy chiquitita”. Decirlo en voz alta le genera mucha vergüenza, le da pena “que la gente sepa” lo que le pasó. Márquez, de 34 años, es una de las ocho víctimas que este año denunciaron haber sido abusadas cuando eran niñas en Cancún -al sur de México- por el director de su colegio, miembro de los Legionarios de Cristo. “No fue una debilidad, fue abuso sexual, y en varias ocasiones”, detalla sobre lo que pasó entre las paredes del Instituto Cumbres entre 1991 y 1993. Su relato revive uno de los recuerdos que más le atormenta, la voz del cura interpelándola en la oscuridad: “Me decía: ‘¿Te gusta?, ¿te gusta?’, y yo callada”.
Hostias y cera de vela que las niñas usaban para jugar era lo que les prometía el sacerdote a cambio de que fueran a su oficina, cuenta Márquez a este periódico. Era su “modo de atracción”. Desde que el caso estalló en mayo, la mujer, que actualmente dirige la ONG católica Misión Maya, ha vuelto a sufrir ansiedad, rechazo a su cuerpo y culpa, síntomas que padecía de niña. “Uno cree que pudo haberlo evitado”, comenta con pesar. “Son secuelas que no se ven, pero que duran toda la vida”.
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