Fe de ratas columna por José Javier Reyes
Aunque no es un tema que se registre en las biografías oficialistas del general Emiliano Zapata, desde principios del siglo XX hubo versiones sobre la posible homosexualidad del caudillo. Concretamente, de una relación con el yerno incómodo de Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre y Mier, esposo de la primogénita del dictador, Amada Díaz Quiñones, quien menciona la supuesta relación. Ellos se habían conocido en 1906 en el estado de Morelos, donde la familia De la Torre y Mier tenía haciendas en Yautepec y Cuautla. De la Torre había hecho caballerango al futuro insurgente.
En 1909, Nachito intervino por su antiguo caballerango ante el gobernador de Morelos, Pablo Escandón, para librar a Zapata del reclutamiento y aún tuvo que acudir al presidente de la República para que Emiliano evitara al 9º. Regimiento de Caballería. Lo llevó consigo, nuevamente como caballerango, a su residencia de Paseo de la Reforma, en la plaza conocida como “El Caballito” por estar frente a la estatua ecuestre de Carlos IV. De ahí Zapata huyó a su natal Anenecuilco para ponerse al frente de la Revolución en el sur.
A la caída de Díaz, De la Torre se mantuvo activo como opositor a Madero e incluso, participó del homicidio del Mártir de la Democracia y del vicepresidente José María Pino Suárez. Esto le valió más tarde la prisión, a la caída de Victoriano Huerta. En una vuelta de tuerca inesperada, ahora fue Zapata quien libró a su antiguo patrón de Lecumberri, pero no para ponerlo en libertad, sino para hacerlo una especie de prisionero personal. De la Torre tuvo un final trágico: fue abusado por la tropa zapatista, al punto que le desgarraron la cavidad anal. En 1917 escapó de la cárcel de Cuautla y finalmente llegó a Nueva York, donde fue operado de su desgarramiento, con tan mala suerte que le reventaron una vena del esfínter y esto le provocó la muerte en 1918.
Así pues, existen indicios suficientes para creer que una relación así pudo existir. No cabe duda que este episodio merece más de una reflexión acerca de la posible homosexualidad de un héroe tan mitificado, símbolo de la lucha irreductible, motor de un cambio trascendental en el país, y cómo asimilamos este hecho. Muchas cosas se podrán decir, asimismo, de una sociedad que se escandaliza por una pintura de Zapata feminoide, desnudo, con tacones, montando un caballo deforme con una erección. El tema es complejo, pero lo que sí es cierto es que pintar a Zapata de esa forma excluye toda reflexión y se queda en lo superficial. Los conocedores de arte han opinado que, además, la pintura carece de valores artísticos y se une a cierta impostura en el arte, como el plátano pegado con cinta adhesiva a la pared, que se exhibió como obra de arte. Apenas es una caricatura.
Lo que no tiene sentido es exhibir la pintura con un cartel que afirma que los descendientes del libertador protestan por esta obra. Prácticamente cualquier expresión artística moderna podría tener detractores y, de seguir así, todos los cuadros de todas las galerías podrían lucir tales cartelitos. Si tiene o no valor como obra de arte, sí es parte de la libertad de expresión del autor, la cual es inalienable.