Acorralado por José Javier Reyes
José Javier Reyes
agendatlaxcala
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Y el gran día llegó. Y tan pronto como crecieron sus expectativas, se desvanecieron. En Washington privó la diplomacia de dientes para afuera, la cortesía gélida, la obviedad que sustituyó a la declaración política, la no-ofensa disfrazada de cumplido. Y de la misma manera que se ha plegado a las exigencias del vecino abusivo, que hace un año le exigió hacer un trabajo de gendarme de su frontera, el presidente mexicano se disciplinó: se hizo el examen de Covid-19 (que se había negado a practicarse), subió al avión con cubrebocas (lo que en México nunca quiso usar) y guardó un asiento de sana distancia con Marcelo Ebrard.
Tan arriesgada como cuando el entonces candidato Donald Trump visitó México en pleno proceso electoral del 2016, resulta la visita de AMLO a la Casa Blanca. Y al igual que en aquella ocasión, la propuesta, el interés y el factor de decisión estaba en Washigton. Porque es claro que la sorpresiva visita del candidato republicano al presidente Peña Nieto le servía a su campaña, pero podía empañar la relación con Hillary Clinton, si ella hubiese ganado la presidencia de los EU.
El riesgo se repite, porque nuevamente, esta forzada visita de López Obrador a la capital norteamericana entra en la esfera de la campaña de Trump rumbo a la reelección. Tal vez el riesgo sea menor, considerando que el magnate venido a político es el presidente del país vecino. Pero de ganar el candidato demócrata Joe Biden, quedaría por ahí esa espinita clavada.
Queda claro que la diplomacia de Trump es lo que decimos de chivo en cristalería. Piropo y ofensa, pan con cordelazo. No es de extrañar que el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, haya rechazado toda posible reunión con el mandatario estadounidense, aunque dejara abierta la posibilidad de reunirse con López Obrador. Sus cálculos respecto a participar en un acto propagandístico son diferentes a los del presidente mexicano.
De hecho, López Obrador visitó la Unión americana acorralado por el vecino poderoso. Y como en la fábula de Esopo, el mayor reconocimiento que podía esperar era no ser engullido. Por eso todas sus frases son agradecimientos a que no fuimos más denigrados: “Usted no nos ha tratado como colonia, al contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente. Por eso, estoy aquí. Para expresar al pueblo de EEUU que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto (…) Nos ha tratado como lo que somos: un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano”. Ahora hay que agradecer que nos den el único trato que podemos aceptar: que nos consideren, no como su principal socio comercial, sino como a cualquier nación libre del mundo.
“Lo que más aprecio es que usted nunca ha tratado de imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía.” Convertirnos en guardianes de su frontera sur, conejillo de indias de sus “estrategias” contra el tráfico de armas y a pesar de ello ser tratados como delincuentes no vulnera nuestra soberanía, solo nuestra dignidad.
Sabemos que la asimetría es dramática: la economía más grande del mundo contra la número 13. Y poderío bélico, abismal. Tal vez sea cierto: con que no nos aplasten nos damos por bien servidos.
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