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El deporte nacional por José Javier Reyes

Fe de ratas columna por José Javier Reyes
Martes 08:42 am, 14 Ene 2020.
José Javier Reyes
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El deporte nacional por José Javier Reyes

¿Cuál es el deporte nacional de México? El tema se puede debatir. La primera respuesta sin pensar sería “futbol”, pero tras los pobres resultados del Tri, sería un pasatiempo fallido. Otra respuesta más creíble es “la corrupción”. En efecto, somos parte de un país donde éste mal se puede vivir, palpar, respirar. Ni siquiera vale la pena pensar si somos corruptos. Más bien deberíamos preguntarnos en qué escala y con qué frecuencia. La variedad incluye: comprar películas piratas, comprar fayuca, darle una “mordida” al agente de tránsito, dar cualquier tipo de gratificación por un trámite “gratuito”, pagar el “diezmo” (o “veintezmo” según el caso) para que nos asignen algún contrato gubernamental, pedir cualquier tipo de retribución por nuestros servicios y todas las demás que nuestra imaginación discurra.

Lo anterior es parte de la mala fama que nos han hecho. Que el país siempre aparezca mejor posicionado en las listas de Transparencia Internacional que en las de la FIFA o que el nombre de México figure junto a países que ni siquiera sabíamos que existían es casi un complot contra la nación. Si nos atenemos a esta época electoral, sin importar el estado de la República, el partido político o el cargo a elegir, la verdadera vocación del mexicano es la filantropía.

¿Cómo dudar de las nobles intenciones de los candidatos si están dispuestos a gastar cantidades varias veces superiores a los topes de campaña para servir al pueblo y dar su vida por sus representados? Sin dudarlo un instante, los abanderados manifiestan que la vocación de servir es la única razón que los mantiene pagando espectaculares, comprando entrevistas en medios, realizando perifoneo con horribles parodias de canciones populares, contratando porristas para los principales cruceros de la ciudad, distribuyendo volantes que lamentablemente nadie lee, en fin, derrochando dinero con tal de estar cerca de los electores para convencerlos de la sinceridad de sus propuestas.

Todos quieren ayudar a la ciudadanía, todos quieren trabajar y luchar por el bien de la comunidad. Y si acaso los electores ingratos no reconocieran los esfuerzos de sus representantes y sólo recibieran las migajas de un salario burocrático, ellos compensarán todo este sacrificio con la adquisición de algunos bienes que justifiquen sus desvelos: casas, terrenos y ese tipo de detalles que cualquier ser humano sensible agradece. Mención aparte merecen los funcionarios que se asignan sueldos demasiado generosos, se conceden bonos millonarios y partidas presupuestales que ejercen a su arbitrio.

El final de un sexenio resulta ser el “descubrimiento” de muchos latrocinios cometidos por los funcionarios salientes. Personajes que vimos cotidianamente en los noticieros dando anuncios a la prensa se vuelven noticia cuando la procuraduría (o fiscalía en turno) les da el estatus de prófugos. Vuelven a ser noticia cuando son capturados. Concluyen su ciclo cuando se les dicta sentencia.

Debemos soñar en algo grande, algo que nos llene como personas y nos haga crecer, al tiempo que prodigamos el bien para la sociedad. No queremos parecer interesados, pero ¿tanto sacrificio, inversión y trabajo para un mugriento salario? Es comprensible que senadores, diputados y funcionarios de organismos autónomos corrijan estas injusticias por su propia mano.

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