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En la época de la independencia el martirio de Morelos por Luis Pérez Cruz

Columna por Luis Pérez Cruz
Vienes 01:29 pm, 23 Oct 2020.
Luis Pérez Cruz
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En la época de la independencia el martirio de Morelos por Luis Pérez Cruz

Ahora recuperaremos a otro extraordinario historiador mexicano, caracterizado por su vasto conocimiento de la historia de México, además de demostrar su bagaje cultural y de un manejo de la impecable del lenguaje, nos referimos a Artemio del Valle Arispe, quien nace en 1884 y muere hacia 1961, en buena medida escribe novelas e historia de México, además de ser diplomático. Hoy recuperamos un texto que escribió hacia la década de 1950 y que desarrolla temas muy interesantes, como crónicas y leyendas, hasta temas de la vida en los conventos, historias de personajes de la vida novohispana y ahora recuperamos la narración que nos muestra la parte final de la vida de José María Morelos y Pavón y que me tome la libertad de titularla “Martirio de Morelos” y que el texto completo se llama “Padrenuestro insurgente”. Lo llame de esa manera porque hacia 1981, el guionista teatral y novelista Vicente Leñero, escribe una obra de teatro llamado “Martirio de Morelos”, donde, basado en una investigación documental, recupera al ser humano, con grandes virtudes militares, políticas y de un pensamiento liberal sólido, pero con defectos que lo hicieron titubear al enfrentarse a la condena de muerte, además de degradarlo eclesiásticamente. Lo que presentamos en este documento de del Valle Arispe es el pensamiento de una época donde se construye una historia patria que enaltece a ciertos personajes y relega a otros. Cabe destacar que al anunciarse del estreno de la obra “El martirio de Morelos”, es censurada y tuvimos que esperar algunos meses antes de que saliera del congelador gubernamental. Sin más que agregar, comencemos con este fragmento realmente interesante de Morelos:

Han fusilado al extraordinario Morelos, los habitantes de México estaban en la cumbre de dos sentimientos contradictorios. A los realistas se les derramaba el alma en un efervescente y caudalosa alegría; a los partidarios de la Independencia una íntima congoja les doblaba el espíritu y levantábales un gran desconsuelo. Gustaron grandes tragos de amargura por todas las vejaciones y vilipendios por los que hubo de pasar, erguido y noble, el famoso cura batallador y estratégico. Nada más de Morelos se hablaba en la ciudad de México. Sus claros hechos llenaban las ansiosas conversaciones en todos los estrados, en las tertulias de los locutorios, de los portales, de las reboticas, de las tiendas del Parián.

          Era un hombre de alma ardorosa y extremada don José María Morelos y Pavón. Cuando llegó preso a San Agustín de las Cuevas, la gente corrió, anhelante y en tumulto, para conocer a ese cura heroico con cuyo solo nombre les pasaban largos estremecimientos por el cuerpo a los vistosos soldados del rey. Hasta a sus enemigos, los más llenos de encono, los que le tenían entrañable aborrecimiento, el respeto les llevaba la mano al sombrero, y se descubrían al verlo pasar, y muchos echaban los ojos en tierra o los desviaban, porque no podían soportar la penetrante agudeza que en ellos les ponían, quemantes, las miradas altivas del prisionero. Fijas miradas de falcónida.

          Así es que se sabían en todo México las mil humillaciones con que a diario cargaba a Morelos la negra Inquisición. Se sabían y comentaban sus frases, siempre enhiestas; se hablaba de la ropilla ridícula, de irrisión y de escarnio, que le vistieron para que oyera su sentencia; se hablaba de los veintitres cargos que le fueron haciendo, de las gallardas y hábiles, prontas contestaciones que dio en su defensa; de que se le condenó por “hereje formal cismático, lascivo, enemigo irreconciliable del cristianismo”, se hablaba de los débiles alegatos con que lo defendió don José María Quiles, joven e inexperto abogado, que le impusieron; de cómo lo obligaron a que abjurara de lo que llamaban sus errores, e hiciera protesta de fe, recibiendo de rodillas los humillantes varazos con que lo ofendieron los ministros del tétrico Tribunal, mientras que rezaban con hueca gravedad el Miserere; se decía y además era verdad , que por todo pasó Morelos sereno y tranquilo; que oyó, sin alterarse, su sentencia de muerte; que cuando lo revistieron con los varios ornamentos sacerdotales y se arrodilló delante del obispo que lo iba a degradar, este buen señor lloraba conmovido, y que, sólo cuando le rasparon las manos, alzó una mirada lenta y triste y una lágrimas rodó por su morena cara asoleada.

           Se referían los ejercicios espirituales que hizo en la capilla que se le formó en su estrecha prisión; la petición bárbara del oidor don Miguel Bataller, que quería, con empeño, que, después de fusilarlo por la espalda como a un traidor, se le cortara la cabeza y dentro de una jaula de hierro se le expusiera en la Plaza Mayor y la mano derecha se clavase en un poste en la de Oaxaca; con gran consternación se narraba cómo murió: que iba rezando camino al suplicio…

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