En la época de la independencia vicisitudes de Miguel Lira y Ortega
Luis Pérez Cruz
agendatlaxcala
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De acuerdo con la historiadora mexicana Josefina Zoraida V,. “La historia se tiene que vivir”, hoy rescataré un fragmento de la obra de Miguel Lira y Ortega, quien nace en 1828, un tlaxcalteca reconocido por su trayectoria política, pero también habría que ser reconocido por su tenacidad y contribución en la expulsión de las fuerzas extranjeras durante el Segundo Imperio; además me gustaría destacar que escribe sobre su forma de ver la historia mexicana y tlaxcalteca en particular, en esta última destaca su postura, hacia mediados del siglo XIX, en la reivindicación de los orígenes prehispánicas del naciente país, haciendo hincapié en la grandeza de Tlaxcala. En cierta forma es fundador de la naciente mestizofilia que tendrá su fuerza principal hacia la segunda mitad del siglo decimonónico.
Lira es un profundo liberal y pertenece a una familia de clase media venida a menos a raíz de la guerra de independencia y que sufre los estragos de los cambios y la lucha entre liberales y conservadores.
El pensamiento político de Miguel Lira y Ortega se caracteriza por dos aspectos; el primer lugar, cultiva una postura profundamente liberal, agregando que el liberalismo precisa asumir un respeto irrestricto al pueblo, donde radica esencialmente el poder, expresión que debe darse y cristalizarse en el fortalecimiento del municipio.
Por otra parte, nada de lo anterior sería posible si ignoramos la importancia de la soberanía, que desde su punto de vista recae esencialmente en el pueblo; pasemos entonces a escuchar a Miguel Lira y Ortega.
Si mis enemigos no hubieran pretendido averiguar el origen de mi vida, me habrían ahorrado el trabajo de escribir sobre este particular, en que el corazón afectado declina a la parcialidad.
No condeno el deseo natural de la gente, respecto a la investigación de aquel que se levanta entre ella para alcanzar los primeros cargos. Lo que me parece ilegítimo es la consecuencia, porque las acciones de los hombres casi siempre están en contradicción a sus antecedentes.
Para mí la nobleza es una quimera y un error los títulos de nacimiento. Reía delante de mi padre con los recuerdos de las distinciones que mis abuelos obtenían de los reyes de España. Es una tarea embarazosa y aun me parece incurrir en risible ridículo hablar sobre la causa de los méritos contraídos por medio de sus procederes, ya que éstos de ninguna manera son transmisibles de padres a hijos.
Sin embargo, los recuerdos de familia me han producido siempre placer, con especial inclinación los trabajos genealógicos, de los que he disfrutado mucho. Mas comprendo que tan gratas reminiscencias sólo interesan a los miembros de la familia para modelar su conducta a la de los antecesores, cuando ha sido buena, y reparar, en cierto modo, las faltas que aquéllos hubieren cometido, corrigiendo las suyas, para honrar su memoria.
Ciertamente mi cuna fue humilde; lejos de causarme rubor el confesarlo, siento verdadero gozo al decirlo. Fue también oscura, si la luz es producida por el dinero, a causa de las reducidas proporciones de las de mi padre Santiago Lira, que sufría una de las tremendas vicisitudes de la fortuna. Humilde y desconocido pasé los primeros años de mi vida; tal vez por esto llegaron a concentrarse en mi corazón los principios democráticos.
El carácter de mi padre era bueno y poseía un alma que congregaba los mejores sentimientos, habiéndose formado cuando la cabeza de mi abuelo era bañada por los rayos de la estrella, es decir, cuando este astro en el cenit protegía con su luz al autor de su existencia. Inspirada su alma en las ideas de su siglo y la gratitud a la Corona Española, que guardaba una particular predilección a los caciques de Tlaxcala, sus opiniones no eran liberales, tampoco retrogradas; fue en secreto partidario de la Independencia Nacional y quería el progreso de la patria. Si por un favor especial de la Providencia tuviera vida en la época presente, pertenecería al Partido Moderado.
Al decir esto, fácil es comprender el género de educación que me daría, evitándome la pena de referirla; la escasez de fondos y sus enfermedades, conspiraron a un tiempo para cortarme la carrera literaria, que por su gusto habría seguido.
Respecto a genealogía, mi padre ostentaba los blasones de la Casa Maxixcatzin. En efecto mi bisabuelo don Juan Diego de Lira, fue esposo de doña Marcela Faustina Maxixcatzin, quien participaba de la sangre del Senador de este nombre y del patriota y bravo guerrero Xicohténcatl Axayacatzin, cuyas familias enlazáronse después del pacto de alianza con los españoles.
Mi madre doña Ignacia Ortega, descendiente de éstos, contaba entre sus parientes a don Juan de Ortega y Montaña, obispo de Michoacán, arzobispo de México y por dos veces virrey de la Nueva España.
Así, cuando mis enemigos, admirados de mi elevación, volvían la cara para escudriñar mi cuna entre la oscuridad de la pobreza, encontraban el lugar donde ella se había mecido. Sin poder pasar más allá, deducían que el origen había sido humilde, pero no hallaron mancha alguna de aquellas que avergüenzan a las familias. El orgullo desarrollado por una mala educación o la fatuidad del dinero, hacía que aquéllos no se conformasen.
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