En tiempos de la independencia el bandido del Pinal con Luis Pérez Cruz
Luis Pérez Cruz
agendatlaxcala
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En esta ocasión traemos un fragmento de la novela de El bandido del Pinal, de Fidel Palafox García, escrito hacia el año de 1996, me parece atractiva la novela histórica, desde mi punto de vista refleja al Tlaxcala rural de 1863, cuando los ejércitos invasores se adentran en territorio mexicano, particularmente en el en el oriente y norte de nuestro estado se desplazan fuerzas básicamente austriacas y belgas; en los siguientes años y hasta finales de 1866 los caminos e encuentran en manos de bandoleros, en este contexto se desarrolla el relato de Fidel Palafox.
Para el historiador holandés Raymond Buve, estudioso de la historia de Tlaxcala decimonónico, hacia mediados de ese siglo reinaba la inestabilidad política, además la mayoría de los caminos estaba infestada de bandidos, tenemos por ejemplo la novela El Zarco, escrita por el liberal Ignacio Manuel Altamirano, inestabilidad que alcanza todavía al final de siglo, descrita por Manuel Payno en Los bandidos de Río Frío.
Esta entrega nos muestra los primeros momentos de una banda de asaltantes que asoló la región oriente de Tlaxcala, todo ello en plena intervención extranjera y donde la autoridad no se daba abasto para enfrentar a los ladrones que rondaban los caminos hacia 1863. Así les hacemos entrega de la lectura:
En la Malintzi, montaña que existe en los límites de los Estados de Puebla y Tlaxcala, reinaba absoluta calma una noche de julio de 1863, la luna iluminaba con todo esplendor; nada parecía interrumpir aquella tranquilidad, sin embargo, en las primeras horas de la madrugada, por el sureste, en la falda de la montaña, se distinguió el tropel de unos caballos. Silencioso y lentamente caminaba un grupo de jinetes, que instantes después apareció en la orilla del monte. Formábanlo hombres muy jóvenes en su mayoría que montaban buenos caballos y portaban buenas armas. Ricos trajes de charro era su indumentaria y se tocaban con sombreros jaranos bordados de hilo de plata, enfundándose además con muy buenos jorongos. Por su porte y elegancia se distinguían tres jóvenes que marchaban a la cabeza. Uno de estos ordenó hacer alto a la vez que preguntaba
-¡”Grillo”! ¿Cuál es el camino que debemos seguir?
-Jefe- respondió uno del grupo que se le acercó atendiendo el llamado –Seguiremos rumbo abajo ¿Ve usted el cerro que allá al frente se ve un poco lejos?
-Sí por cierto, la luz de la luna es tan hermosa, que todo el panorama se distingue perfectamente.
-Bien Jefe. Ese es el cerro del Pinal ¿Hacia dónde nos dirigimos?
-¿Dónde queda pue la tan famosa barranca “Del Águila” de que tanto nos has hablado?
-preguntó otro de los otros tres jóvenes.
-Sigamos caminando, y pronto veras “gallito” estaremos en el lugar que te interesa.
El Jefe ordenó seguir la marcha, guiados ya por aquél que llamaban “Grillo”, y que, por lo visto, conocía el terreno ¿Con qué objeto andaban por allá esos jinetes? Nadie al verlos hubiera creído lo que en realidad eran: unos bandidos capitaneados por un joven de escasos 18 años; de cuerpo y complexión regular, muy bien parecido y de mirada inteligente, y sobre todo de un valor extraordinario. Como lugartenientes tenía dos jóvenes también, más o menos de su misma edad, estos eran: “El Gallito” y Escamilla. El primero de cuerpo muy bajo pero de complexión regular, y el segundo, alto y delgado, y aunque los dos eran también bien parecidos, su instinto era un contraste, pues mientras aquél era de un carácter afable, este era un tanto repulsivo y cruel.
Por veredas distintas siguieron su camino hasta que por fin llegaron a la barranca “Del Águila”, y ya dentro de la misma siguieron hacia el sur. La anchura de la misma les brindaba facilidad para caminar a caballo sin dificultad. Habían recorrido un tramo considerable cuando intempestivamente se detuvieron diciendo el jefe a media voz: -¿Oyen?
Todos quedaron atentos a un rumor que a lo lejos se oía
-No cabe duda jefe. Respondió el “Grillo”
-Estamos próximos al paso del camino, y fácil es, por la bulla que traen, sean arrieros mañaneros y algo deben traer.
-¿Qué de valor pueden traer esos tunantes?
-Preguntó Escamilla
-Los arrieros que por aquí transitan, traen oro a veces, aunque tu no lo creas.
-Siendo así, acerquémonos a ese lugar y esperaremos a esos hombres. –ordenó el jefe.
Siguieron avanzando hasta el punto indicado, ocultándose tras la arboleda para no ser vistos pronto por los arrieros que no tardaron en aparecer, descendiendo a la barranca procedentes del rumbo de Acajete, viendo los bandidos que tenían a la vista y por ende a su alcance, un atajo de mulas que arreaban cuatro hombres, éstos, procedentes de Puebla regresaban después de haber vendido su mercancía y traían dinero, confiados en la seguridad que antes ya había en el camino. Por su imaginación no pasaba la idea de un posible asalto, sólo pensaban llegar lo antes posible a su humilde hogar; por eso caminaban de madrugada y en su camino, para no hacer más pesado éste, venían, ora diciendo algún chiste que les causaba hilaridad. Ora cantando alguna canción, haciendo con todo esto naturalmente haciendo la bulla que pudo ser oída por aquellos malvados que ya estaban en acecho para despojarlos del dinero que traían…
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