Desde la Sociología columna por Luis Pérez Cruz
Revisando un artículo de Lara Campos Pérez, “La república personificada. La fiesta porfiriana del 2 de abril”, encontramos las siguientes aseveraciones:
Pasando al tema que nos reúne hoy, el mito usualmente se relaciona con lo no científico y se reduce generalmente a lo religioso, pero desde nuestra perspectiva precisa orientarse hacia las consecuencias que genera, el movimiento estudiantil que tiene su momento álgido y recordado es el dos de octubre, no se recuerda con la misma vehemencia el inicio del movimiento o cuando se da a conocer el famoso Pliego petitorio, se recuerda por los hechos de violencia que le cuesta la vida a un número no conocido, en su mayoría, de estudiantes.
Ahora bien, el mito, de acuerdo con Alfredo López Austin, es un sistema de conocimientos y expresiones que a lo largo del tiempo se exteriorizan y adquieren una forma que permite interpretar que hay atrás de ellos, como es que adquieren esa forma definida y es posible pasar a formar parte de creencias, de expresiones y se integran a la visión de nuestra sociedad. Así por ello, en la medida que nos creemos científicos somos muy dados a desdeñar y señalar a los mitos en su concepción negativa y cuando algo no nos gusta lo señalamos como mito, pero en realidad nos muestra la esencia de la sociedad, una forma de comprender la realidad, son válidos en función de que reconstruyen el pensamiento de las personas.
En el pasado se consideró que el mito es producto de la imaginación que se transmite a través del lenguaje, por eso desde sus orígenes nació contaminado del encantamiento y la seducción que acompañan al discurso oral, ello muy propio de pueblos atrasados. Más recientemente y a partir del funcionalismo se construyó la idea que los mitos cumplen una función, la que se asocia al fortalecimiento de las naciones, forman parte de la identidad y unidad nacionales.
En el caso del dos de octubre se va construyendo de acuerdo a la fusión de alimentar su visión positiva y reorientar los principios básicos de la identidad y unidad nacionales. Lo positivo que se ve del movimiento estudiantil del 68, es que funda la democratización de la vida política de México y contribuye al avance de ideas progresistas. Además de continuar una tradición política de izquierda.
De acuerdo con Arturo López Sánchez, quien señaló hace dos años “Estamos seguros de la necesidad de repensarlo, historiarlo, humanizarlo, porque tendemos a construir un mito perfecto y redondo de él. Y hablar de mitos, puntualiza, no es hablar de algo malo por definición, pues éstos nos ayudan a construirnos y reconstruirnos como individuos y sociedad.” No se trata de suprimir los mitos de la historia oficial por nuevos mitos.
Así entonces, siguiendo con López Sánchez. Una mirada reflexiva al 68 muestra que no todo cambió por el movimiento, no todos los estudiantes pensaban lo mismo sobre el momento que vivían y no toda la sociedad les dio su apoyo; que hubo movimientos estudiantiles anteriores y en paralelo al de ese año en la ciudad de México, pero sin relación directa con él.
Desde la sociología podemos repensar el 68 bajo una perspectiva no idealista ni fabulosa, sino reconstruirla de acuerdo a los significados que tuvo en generaciones de jóvenes posteriores y buscar si aún es así.