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Lunes 07:57 pm, 12 Oct 2020.

Acoso escolar en universidades mexicanas por Adriana Serratos R.

Desde la Sociología por Adriana Serratos R.

Adriana Serratos R. | agendatlaxcala | 3702 lecturas | 0 comentarios

Acoso escolar en universidades mexicanas por Adriana Serratos R.

Educar la mente sin educar el corazón,

 no es educar en absoluto

Aristóteles

No puedo enseñar nada a nadie,

 solo les puedo hacer pensar

Sócrates

Las mal llamadas “generaciones Millenial y Cristal” (los millennials tienen 30 años. la generación de cristal son los Centennials), son criticadas sin sustento. Se les critica con desdén de lo mismo que nosotros hemos generado y educado, las señalamos con desprecio como si hubieran surgido por generación espontánea, y no fuesen producto de nuestras mismas condiciones familiares, sociales y culturales que les heredamos con una carga sobreprotectora y confortable, con la singular y ya normalizada irresponsabilidad que aún tenemos hacia ellas y ellos. En muchos casos nos hemos atrevido a aprobar y ensalzar “las viejas costumbres”, donde las y los profesores ridiculizaban, castigaban y golpeaban a sus educandos, argumentando que aquellas prácticas nos hicieron “mejores” que a las actuales generaciones. Hemos hecho de nuestros hijos e hijas, en mucho, responsables de lo que las generaciones anteriores creamos como educación padre-amigo, madre-amigo, abandonando la responsabilidad de proporcionar las herramientas suficientes para hacer de esta generación, una generación independiente y autosuficiente.

Dichas decisiones han dificultado la tarea de impartir conocimiento dentro de las aulas, volviéndose un obstáculo tanto para los profesores y profesoras como para el alumnado. La convivencia y el respeto por la otredad sufre una estrechez en su ejercicio, lo que ha dado como consecuencia, el desahogo de frustraciones de los adultos sobre los y las jóvenes dentro y fuera de las aulas, en todos los niveles y en todos los sentidos. Así pues, el abuso, el acoso y el hostigamiento parecen ser la alternativa que se encuentra a la mano como un instrumento de poder y de control dentro de la vida académica, para estas generaciones. En el caso del acoso en su modalidad sexual no sólo se han incrementado (es peor aún), se ha normalizado, independientemente de las generaciones anteriores. El acoso sexual, la práctica de la seducción a menores, es una realidad de generación tras generación, debido al sistema patriarcal en el que nos desarrollamos. Todo lo anterior impide crear alternativas para acercar a los y las jóvenes al saber como una opción de vida.

Se hace, entonces, necesario definir qué es el acoso, abuso y hostigamiento. Según las pedagogas españolas Mercedes Blanchard Giménez y Estíbaliz Muzás Rubio, “es una forma de comportamiento agresivo que suele ser lesivo y deliberado: a menudo, es persistente y, a veces, continuado durante semanas, meses e incluso años, y es difícil que los acosados se defiendan por sí mismos”. “Subyacente a la mayor parte de los comportamientos de acoso (abuso y hostigamiento) está el abuso de poder y el deseo de intimidar y dominar” (Sharp y Smith, 1994).

Expertas en pedagogía* exponen que el acoso tiene siete características clave, que son:

1.­ Intención de hacer daño;

2.­ La intención se materializa;

3.­ La conducta hace daño al acosado;

4.­ El acosador aplasta al acosado con su fuerza;

5.­ La acción carece de justificación;

6.­ La conducta se repite una y otra vez;

7.­ El daño causado al acosado produce una sensación de satisfacción al acosador.

*(Blanchard, Rubio, “El acoso escolar”, 2007, España).

Podemos completar entonces la definición y expresarla como violencia prolongada y repetida llevada a cabo por un individuo o por un grupo, y que está dirigida a un individuo que no es capaz de defenderse ante dicha situación, convirtiéndose entonces en víctima. Según su naturaleza, puede ser tipificado de algunas formas.

El acoso verbal se produce cuando el acosador utiliza de manera maliciosa la palabra para provocar angustia al otro y, de ese modo, sentirse poderoso. Puede tomar la forma de burlas, vocabulario soez, desprecios, divulgar rumores desagradables, utilizar tácticas de vigilancia, lenguaje clasista, lenguaje racista y/o lenguaje homofóbico.

El acoso físico consiste en dañar físicamente al acosado y/o incitar a otros a agredir físicamente, así como invadir su espacio personal.

El acoso sexual, por otra parte, contempla un espectro de comportamientos que abarcan desde el exhibir dibujos, imágenes y fotografías, gestos obscenos, chistes groseros sobre el acosado, insinuaciones, preguntas y comentarios con tono sexual, hasta tocamientos no consensuado y violaciones.

Como es de suponerse, lo anterior se puede dar en el aula o en los diferentes espacios escolares. Dado que el docente ostenta el poder del conocimiento, es decir; el de aprobación, el de calificación y desde luego, el de abrir o no el camino a las siguientes etapas académicas, éste lo ejerce de forma sistemática para mantener su estatus como poseedor de la verdad y de sus privilegios académicos y personales. Evidentemente, la persona que está sujeto a este poder de control va a ceder a los ataques, porque está de por medio su estabilidad como estudiante y posteriormente como profesionista. Se sujeta porque se llega a convencer que no hay otras alternativas, y muchas veces, al no encontrar estas alternativas se toma la decisión de desertar, y al mismo tiempo se asume que la escuela es un lugar inseguro para desarrollarse como un ser productivo para sí mismo y la sociedad.

          Los acosadores saben cómo utilizar el poder. Las personas que se encuentran en una posición de liderazgo disponen normalmente del mismo tipo de poder, la cuestión central es cómo la utilizan, por lo tanto, es la víctima la que muestra vulnerabilidad y no encuentra alternativas de apoyo para salirse de la violencia que vive. Las víctimas del acoso escolar se encuentran en una situación de vulnerabilidad académica, social y emocional y tienden a pensar que ellos son los responsables de la intimidación que sufren. Aunque esta situación la viven tanto hombres como mujeres, son estas últimas las más afectadas. La violencia del acoso llega a dañar tanto emocionalmente que han provocado suicidios por falta de atención y acompañamiento. El silencio tanto del que sufre el acoso, en complicidad con el de los que lo ven y no intervienen, deja a las víctimas desamparadas.

          En los últimos días y en consecuencia de la pandemia, las clases se han tenido que impartir de forma virtual. Hemos visto en las redes sociales que algunos alumnos han expuesto a sus profesores en el momento en que humillan, maltratan y ridiculizan a sus alumnos. Tal fue el caso de la profesora de Durango (quien por cierto ya fue dada de baja de la institución), quien hace uso de insultos y maltratos a un alumno que no puede ver, pero ambos se escuchan; la profesora lo amenaza y lo intenta ignorar. Casos como este, en las redes, se tiende a revictimizar a las víctimas con comentarios en favor del maltrato de los profesores hacia el alumnado, sosteniendo que son la generación Cristal, a quienes no se les puede tocar con nada.

En los últimos tres años, las denuncias por acoso dentro de las aulas de las universidades se pudieron visibilizar ante la sociedad y las mismas autoridades universitarias gracias a las colectivas feministas y de mujeres de la Universidad Autónoma de México que salieron de las aulas y tomaron las facultades exigiendo se atendieran las demandas que habían interpuesto para denunciar a sus acosadores, quienes en su mayoría son profesores. Crearon los “tendederos de acoso” con nombre y apellido, exhibieron a sus agresores, señalaron el tipo de agresión que sufrieron dentro y fuera de las aulas. Este movimiento se hizo extensivo en casi todas las universidades de México, como fueron: la UAEMéx, el IPN, la UAM, la UJA de Tabasco, la U de Hidalgo, la U de Coahuila, la BUAP, la UPN, la UMichoacana de San Nicolas de Hidalgo, la U de Guanajuato, la U del Noroeste de Tamaulipas, la UA de Nuevo León, la UDG, la U de Colima, la U Veracruzana, la U de Sonora, la U de Quinta Roo, la UA de Campeche, la UA de Sinaloa, la UA de San Luis Potosí y la U de Guerrero, la Universidad Autónoma de Tlaxcala, así como las universidades privadas: La Salle, la Ibero y el ITAM.

Es necesario mencionarlas por al menos dos motivos: 1. ya que al señalarlas se puntualiza e indica la magnitud del grave problema que se vive respecto al acoso dentro de las aulas que se ejerce en contra de las y los alumnos, situación que es generalizada y normalizada en todo nuestro territorio, (siendo las más afectadas por el acoso sexual, mujeres) y, 2. El movimiento feminista universitario, dio pauta a que, en general, el alumnado denuncie el maltrato, acoso, hostigamiento y violencia sexual que día a día sufren. Esta realidad no es de tomarse a la ligera, pues como lo mencionan las y los expertos, esta violencia afecta, emocional, social y físicamente a las víctimas, lo que en muchas ocasiones empuja a las mismas a tomar decisiones como la deserción académica, el aislamiento social, el bajo rendimiento, y en casos más graves, los lleva a tomar la decisión de atentar contra sus vidas.

Los vínculos profesor-alumno deben reestructurarse y reinventarse, ofreciendo las herramientas pedagógicas y humanas necesarias para que el estudiante obtenga autonomía e independencia, así como, el libre ejercicio de una mente crítica y analítica.  Reconociendo y asumiendo la existencia del grupo como ente vivo y cambiante, el alumno como ser humano en condiciones económicas, sociales y culturales diferentes, se antoja urgente y obligado la reestructuración de la institución educativa en su conjunto, pues si mantenemos la idea y seguimos asumiendo que sólo aquel que está frente al grupo es el que sustenta el conocimiento y por tanto, tiene la posición de poder, se mantendrá esta práctica de abuso de poder sobre esa otredad, se seguirá alimentando y normalizando la violencia hacia el que se considera inferior.

El que enseña debe inspirar, el que inspira da conocimiento esperando que la otredad (el grupo, la niñez, la juventud) la reproduzca desde sus propias circunstancias y necesidades. De lo contrario, se está violentado la educación misma haciéndola una mercancía de poder.  La obligación del docente no es iluminar al educando, es transmitir conocimiento con el fin de fomentar el análisis, la discusión y la opinión.

Las instituciones educativas deben estar atentas a esta grave situación de violencia, no solo abriendo ventanas de denuncias, denuncias que muchas veces se quedan en el buzón sin mayor trascendencia, sino construyendo y reestructurando los métodos de enseñanza, transformando la enseñanza patriarcal, es decir; la falocracia educativa entendida ésta como el faro de iluminación que posee el conocimiento de la verdad, que posee el poder de la sabiduría absoluta que ilumina a los que no la tienen, a los ignorantes, a los que no tienen identidad, los que no tienen poder, los que no tienen capacidades de adquirir conocimiento por sí mismos.  El amor, como retracción del conocimiento y de las ideas con enfoque de jerarquía, de poder en el aula, debe ser la primicia para los docentes, reprimiendo el poder sobre los educandos para pasar a ser facilitadores del conocimiento, deconstruyendo en los alumnos la mentalidad de ser receptores de la “verdad absoluta” incitándolos, en su lugar, a dudar de los dogmas del conocimiento académico.