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En la época de la independencia conventos de monjas por Luis Pérez Cruz

Columna por Luis Pérez Cruz

Luis Pérez Cruz | agendatlaxcala | 2013 lecturas | 0 comentarios

En la época de la independencia conventos de monjas por Luis Pérez Cruz

En esta ocasión vamos a rescatar un fragmento de una descripción que hace Hipólito Villarroel que llamó “Conventos de monjas”, de un grandioso texto de un título muy grande, llamado Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva España en casi todos los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar para su curación si se quiere que le sea útil al Rey y al público, cuya publicación se va a dar en julio de 1787.

Hipólito Villarroel fue un peninsular que llegó a América pasados los 30 años y había tenido toda una formación que le permitió llegar en mejores condiciones que muchos otros. Nace en 1731, quizás en Valladolid, donde tiene lugar, junto con otras ciudades importantes, cambios que permitirán lo que muchos denominaron la modernización de la vida pública de la Corona. Su llegada al nuevo mundo será en plena imposición de las Reformas Borbónicas, en este contexto es que se da la descripción de los males que aquejan y que es necesario enfrentar. En la lectura es revelador el grado de corrupción al interior de la estructura eclesiástica, en el caso particular de los conventos. Problema que permanece la mayor parte del siglo XIX y es motivo central de la lucha entre liberales y conservadores; la confrontación de liberales contra la Iglesia Católica se da por este problema que vemos desde el siglo XVIII, la escandalosa concentración de riqueza de la cúpula eclesiástica.

          No es que Villarroel sea un profundo liberal del siglo XVIII, sino que es uno de tantos enviados para recuperar el poder económico perdido por la Corona española en sus colonias, concentrado por la clase alta (criollo y españoles hacendados y altos funcionarios virreinales) y la Iglesia Católica.

          Las monjas es evidente que para su ingreso en el convento exhiben cuatro mil pesos del dote y otras tantas o más cantidad que gastan en los regalos de tabla, propinas de Provisor, Secretaria, refrescos y otros gastos ociosos y destructivos; ya se ve que estos se va entre músicos y danzantes sin serles de provecho alguno al padre, pariente o bienhechor que lo gastó. Si la monja entra según el nuevo arreglo de la vida común, no hay duda que siendo suficientes los réditos de la dote para ocurrir a su manutención, aunque con estrecheces, ya aquella cantidad y las demás de esta clase podrían asegurar su subsistencia, suministrándoles el convento lo preciso, según sus reglas. Si este método fuese uniforme y hubiese tenido su observancia desde la fundación de los conventos, no habría en que tropezar en el arreglo de estos capitales; pero como na ha sido así, sino que antes bien aquella dote o sus réditos no han hecho masa común para el sustento de todas las que componen la comunidad y que sólo lo disfruta la que lo introduce, cuidando precisamente de abastecer diariamente de lo que necesita para su manutención y la de sus criadas; de aquí es que cada portería de convento es un tianguis o mercado franco, tan público y disoluto como lo puede ser una plaza o puesto asignado para el surtimiento  general de las personas del siglo y cuyas consecuencias se dejan percibir sin explicarlas. Además de que las cantidades que poseen muchas con título de reservas causan no pocas disensiones entre las monjas, tratándose unas con un fausto no correspondiente, mientras se mueren otras de necesidad o de envidia.

          Sería fácil hacer una demostración matemática de los capitales que han entrado en estos conventos producidos de las dotes de las que han abrazado la religión desde la fundación de dichos conventos, respectivamente, aun sin contar los fondos de su erección y se hallará una suma prodigiosa. ¿En qué, pues, se han invertido estos caudales? ¿Cuáles han sido las utilidades que han dado en tantos años?...

          Cual sea la causa de que unos conventos estén muy pobres y otros muy opulentos no es de este asunto; pero es evidente que el público sufre las desproporciones de unos y otros; ya por la precisión de no dejar perecer a los primeros, ya porque la opulencia de los segundos destruye y aniquila las familias de la sociedad con un despotismo sin límites. Es notorio que las más de las casas y habitaciones de esta populosa ciudad pertenecen a conventos y casas religiosas de uno y otro sexo, a fundaciones pías, vínculos y mayorazgos. ¿Qué facultades tienen los dueños y administradores de ellas para perjudicar al público, mofarse de los habitantes y proceder arbitrariamente en subir a unos exorbitantes precios los alquileres de ellas, precisando a los inquilinos a que las compongan y hagan en ellas a su costa aquellas obras necesarias y precisas para su habitación? ¿No es esta carga insufrible para el vecindario?