Columna por J.A. Javier González Corona
El 9 de agosto se conmemoró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas y el 13 la caída de Tenochtitlan. La primera conmemoración se realiza en reconocimiento a la primera reunión de trabajo efectuada por parte de las Naciones Unidades en Ginebra Suiza en el año de 1982. Objetivo principal: conocer las necesidades de estos grupos sociales. La segunda conmemoración obedece al día en que los mexicas (pueblo dominante, para ese momento) sucumben ante los conquistadores ibéricos; iniciándose el proceso de dominación y sometimiento sobre los pueblos mesoamericanos a través de una despiadada conquista material y espiritual. A lo que algunos historiadores simplemente le llaman: encuentro de dos culturas.
A la fecha existen 68 diferentes pueblos indígenas en todo el territorio nacional, con una población de 10 millones 185,060 personas que representan el 10.45% de la población total nacional; de los cuales 7 millones 382,785 personas de 3 años y más edad hablan una lengua indígena, representando el 6.5% del total nacional, según el INEGI (2015). Esto indica que después de 500 años de la llegada de los españoles a tierras mesoamericana (aunque ya no se puede hablar de una pureza indígena) aún existe una población originaria representativa.
Para Miguel León Portilla: “La conquista de México no se inicia en 1519 ni concluye en 1521. Este proceso histórico sólo se comprende realmente cuando se abarca un contexto temporal mucho más amplio, que se traslapa con los últimos tiempos mesoamericanos y continúa, de alguna manera, hasta nuestros días”. Si bien el historiador, filósofo y lingüista lo planteó en el 2012, siete años antes de su muerte (1 de octubre 2019), para 2020 sigue vigente su comentario.
En cinco siglos los pueblos indígenas han demostrado que no han desaparecido: ni por los conquistadores, ni en los últimos tiempos, por la sociedad mayoritaria. Es cierto, sus condiciones de vida han sido muy precarias, producto de la explotación, discriminación y racismo en que han vivido, sin embargo, fueron y siguen siendo tan capaces de mantener un sinnúmero de elementos culturales mesoamericanos en la vida cotidiana de la sociedad mexicana, tales como: lengua; vestimenta; tradiciones; costumbres; comidas; nombres y apellidos de personas; toponímicos: pueblos, volcanes, ríos, lagos, montes y montañas; herbolaria; creencias y mitos. Podría seguir enumerando bastantes elementos de origen mesoamericano para demostrar que, hasta este momento, no han sido del todo conquistados.
Desgraciadamente nuestra historia mexicana, no sé si para ocultar la realidad o simplemente para que parezca como un relato “romántico”, la han cargado de mitos. Me refiero a la historia oficial, la impartida en la escuela. Sin embargo, el mito no es malo si se utiliza e interpreta adecuadamente, según Alfredo López Austin (Los Mitos del Tlacuache. UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, México 1998: 45) “el mito es un relato; pero también se le concibe como un complejo de creencias, como una forma de captar y expresar un tipo específico de realidad, como un sistema lógico o como una forma de discurso”.
Uno de los mitos más conocido y utilizado para estigmatizar a Malinche o Marina (nombre que le dieron los españoles al bautizarla) y a los tlaxcaltecas, es llamarles traidores por el hecho de unirse a Hernán Cortés para que éste lograra la conquista de Tenochtitlan. Sin embargo, el prestigiado Maestro en ciencias antropológicas Eduardo Matos Moctezuma es muy claro en su explicación: “la Malinche o doña Marina ayudó a los españoles en la acción conquistadora de la misma manera que lo hicieron otros pueblos que padecían el yugo impuesto por Tenochtitlan. Por lo tanto, el sistema tributario fue uno de los motivos que llevaron a esos grupos a tratar de liberarse del mismo y vieron en los españoles una manera de lograrlo…” (Revista Arqueología Mexicana vol. XX n°115). Desgraciadamente al paso del tiempo se dieron cuenta que, si bien es cierto habían logrado liberarse del dominio mexica o mantener su independencia de ellos -en este caso los tlaxcaltecas-, habían caído a un dominio peor por parte de los españoles, tanto en lo político, social, económico y religioso.
No cabe duda que como sociedad nos urge entender y valorar al México pluricultural que somos, sin tantas peroratas, ni utopías, simplemente con respeto y dignidad. Ciertamente nos vanagloriamos de ser una sociedad con una gran historia, cultura y bastantes recursos naturales, mismos que no hemos sido capaces de utilizarlos en nuestro beneficio como sociedad, salvo por algunos cuantos, quienes se los han apropiado y utilizado para la conformación de grandes capitales privados.
El levantamiento armado del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el 1 de enero de 1994 en el estado de Chiapas, fue un parteaguas histórico para México, ya que nos permitió voltear a ver a los pueblos indígenas no tan solo de ese estado, sino de todo el país. Desgraciadamente nos confirmó que la mayor parte de ellos vivían en la miseria y que si bien aparecían como parte de la nación mexicana, era como promoción turística. También nos ayudó a darnos cuenta que algunos connacionales, con mentalidad racista, proponían desaparecerlos.
Esa experiencia de hace veintiséis años, sirvió de reflexión por parte de toda la sociedad mexicana, por lo menos eso creo, para respetar los derechos de cualquier indígena, tal como lo señala el artículo 1° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos a favor de cualquier ciudadano mexicano. En cuanto al gobierno nacional, estatal y municipal, simplemente les corresponde hacer valer sus derechos y obligaciones, sin distinciones. Ya basta de paternalismos manipuladores y de llamarles “nuestros indios”, ellos saben decidir por sí mismos y nunca han sido propiedad de nadie.
En Tlaxcala habitan dos grupos indígenas: otomíes y nahuas. Además de otras personas de diferentes grupos étnicos que han migrado de otros estados, principalmente con fines laborales, destacando en número los de origen totonaco. Años atrás la sociedad mayoritaria los quiso desaparecer, culturalmente hablando, motivados por una ideología racista y clasista, incluso mediante la educación institucional (David Robichaux, Clase, Percepción Étnica y Transformación Regional: Unos ejemplos Tlaxcaltecas. Universidad Iberoamericana. México,1997) afortunadamente no lo lograron gracias a su resistencia y defensa que hicieron de su cultura.
Las conmemoraciones nos recuerdan, en ocasiones, cosas importantes que las actividades cotidianas nos orillan a olvidar. En este caso, sentirnos orgullosos en ser parte de una sociedad nacional pluricultural y con una destacada historia. ¿Usted qué opina?