Día Naranja columna por Olivia Araceli Aguilar Hernández
Día Naranja será una columna mensual, tendrá como fin dar a conocer reflexiones que están orientadas a sumarse a las estrategias de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para generar consciencia, prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres y niñas. Usted que se acerca a leer estas líneas ¿había escuchado del “Día Naranja” ?, se conmemora el 25 de cada mes, en esta fecha se busca convocar y llamar la atención a la opinión pública y a los gobiernos para emprender acciones específicas con el fin de promover de forma muy importante y contundente la cultura de la NO violencia contra mujeres y niñas.
Para ponerle en contexto, es importante mencionar que desde 1981 en Latinoamérica se gesta el movimiento para visibilizar la violencia que cotidianamente viven niñas y mujeres en todo el mundo. Esta lucha se hace posible para honrar a tres hermanas dominicanas asesinadas el 25 de noviembre de 1960 por ser opositoras al dictador Rafael Leónidas Trujillo.
Patria, Minerva y Teresa Mirabal han sido nombradas y dignificadas como un símbolo latinoamericano en la lucha a favor de las mujeres, en honor a ellas, a partir de 1999 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Esta reivindicación reclama acciones específicas y efectivas a favor de la vida de las mujeres ante el incremento de la violencia en todos los contextos y demanda hacer conciencia sobre la gravedad de las condiciones de muchas niñas y mujeres.
En esta ocasión, realizaremos una reflexión en torno a una categoría central “el Orden de Género” esta permite identificar la forma en la que se organizan las relaciones sociales, basándose en la diferencia sexual; esto quiere decir que la estructura social clasifica a las personas, coloca por un lado a las mujeres y su feminidad y por el otro a los hombres y su masculinidad. Dentro de esta estructura y de acuerdo a las características que se le atribuyen a cada género se introducen y reproducen prácticas jerarquizadas de subordinación.
Si pensamos en esta estructura como una pirámide, imagine usted que en las interacciones cotidianas de la vida individual y colectiva y en todas sus dimensiones como puede ser la escuela, la iglesia, el trabajo, la familia, los partidos políticos; las mujeres se encuentran en la base y en la cúspide los hombres, para aclarar este punto, la investigadora Ana Buquet Corleto lo define de una manera muy sencilla, al establecer que este orden de género es un sistema de organización social de la vida humana de interacciones muy complejas.
En este sentido, las relaciones de género se constituyen en un plano colectivo, la estructura mantiene relaciones de poder, seguramente al revisar esto tendrá en mente algún caso público o privado, que haga alusión a estas situaciones, mujeres y niñas que cotidianamente viven violencia, aquí algunos ejemplos: en el transporte o en la escuela, mujeres que son violentadas por su pareja, compañeros de trabajo que cosifican a las mujeres; por cierto, ¿cuántas veces en una semana se entera de alguna desaparición de mujeres? sobre todo jóvenes, ¿qué piensa usted cuando se entera que Karla o Daniela ya no regresaron a casa?, ¿que los cuerpos de Mara y Ana Laura fueron encontrados sin vida?; el incremento de desapariciones y feminicidio en nuestra entidad es parte de esas relaciones desiguales de poder, que al generar diferencias vulneran y ponen en riesgo la integridad y la vida de las mujeres.
Es necesario romper con convivencias y dinámicas violentas, el hecho de guardar silencio y no reconocer, así como no hacer visible esta problemática nos hace cómplices de la situación.
A qué tipo de contextos nos enfrentamos como sociedad cuando la repetición de actos de violencia produce un efecto de normalización de la crueldad, en términos de lo que la antropóloga feminista Laura Rita Segato señala, nos encontramos en los umbrales de la desensibilización al sufrimiento ante la disminución de la empatía, vivimos como espectadores a una variedad creciente de formas de desprotección y precariedad de la vida de las mujeres cuando las autoridades omiten procesos que vulneran los derechos humanos, cuando los medios de comunicación revictimizan a las mujeres exhibiendo los casos como un espectáculo mediático, en lugar de preservar al máximo su privacidad y sus derechos.
Con esto, podemos entender que la violencia está intrínsecamente socializada en nuestra cultura, que promueve y alienta la supremacía masculina en cualquiera de sus formas: criminaliza cuando apunta hacia las conductas de las mujeres y no de los hombres que violentan, cuando a cualquier mujer en situación de violencia no se le escucha, no se le ofrece ayuda y no se le da credibilidad.
Para ir redondeando las ideas aquí expuestas, me parece muy importante establecer que el orden de género no se trata de mujeres contra hombre o a la inversa, fundamentalmente se trata de romper prejuicios que en la vida cotidiana persisten, donde las mujeres hacen frente a la violencia desproporcionadamente mayor a la que pudieran enfrentar los hombres, tanto a nivel individual como social.
Es muy importante reconocer que en el contexto más amplio los desequilibrios de género a nivel político, educativo, profesional, económico y personal, demandan no subestimar que la creciente misoginia normalizada afecta también a las mujeres más jóvenes y a las niñas.
Hasta este punto, se ha puesto a pensar ¿qué podemos hacer? comencemos por aceptar que los conocimientos aprendidos desde la infancia (y aclaro que no son únicamente responsabilidad de las mujeres) sino de un orden de género que polariza, degrada y cosifica a las mujeres y niñas; una vez que se reconozcan las violencias que como individuos reproducimos de manera cotidiana contra mujeres y hombres en nuestras relaciones, estamos dando un paso importante para tomar conciencia y contribuir voluntariamente en la búsqueda de un cambio significativo, que permita reducir la reproducción de violencias y conductas sexistas. Insisto, reconozcamos el problema y comenzaremos a avanzar en la erradicación de la violencia en sus múltiples forma y expresiones.
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