Desde la Sociología por Olivia A. Aguilar Hernández
El libro Gandallas. Las fuentes culturales de la violencia en México, de Héctor Domínguez Ruvalcaba, constituye un análisis de la reproducción de la cultura de persistente violencia y criminalidad; la experiencia del autor en la escritura permite una lectura ágil y una claridad expositiva. Con buen oficio delimita y explica a los lectores, desde el inicio, el asunto a tratar, con pleno conocimiento de como proceder, qué preguntar, dónde buscar, toma y debate de diferentes fuentes los datos de acontecimientos del pasado para comprenderlos en el presente.
El libro abre con el contexto de la violencia en México y centra su atención en la revisión del término gandalla que suena sugerente y da título al libro, de la misma manera explora algunas nociones centrales como cultura, violencia y desafección.
A lo largo de cinco capítulos Héctor Domínguez Ruvalcaba parte de una serie de preguntas clave o cuestionamientos capitales que orientan la exposición de sus planteamientos.
Del segundo al cuarto capítulo se presentan las figuras de un secuestrador, una asesina serial, un depredador sexual y cierra con un político corrupto. De esta manera abre el telón de fondo de las instituciones, estructuras políticas, económicas y religiosas que en las que se entretejen las biografías y trayectorias criminales de:
Las pesquisas a las que se hace referencia denotan un trabajo exhaustivo y muy bien documentado, para sustentar lo que se señala claramente cómo “el imaginario del mal” a partir de los diversos discursos producidos por estos personajes señalados como gandallas, en su exposición profundiza en las nociones políticas y morales, los actos reprobables son revisados y expuestos, aclara el autor, desde la subjetividad y el imaginario colectivo.
Ya en el quinto capítulo con el fin de explicarnos porqué la gandallez se erige como cultura, como poder y práctica económica, apoyado en Rita Segato, observa en la pedagogía de la crueldad este modelo que se sustenta en la reducción de la empatía con el sufrimiento de los otros.
Encuentro sumamente interesante las subjetividades que emergen tales como la desafección, la victimización de la que fueron objeto estos personajes, la indiferencia y el resentimiento experimentados, sobre todo en la infancia.
En el desarrollo del libro la categoría de “violencia” sirve de aparato orientativo y expresa una serie de prácticas y de acuerdos explícitos e implícitos que se sostienen al interior de diferente ordenes de la sociedad y tiene como efecto un sistema complejo de visión del mundo, que transforma esa realidad en violencia, lo que el autor considera “un patriarcado lumpen proletario”.
Nos aleja de la visión mediática, un tanto morbosa y surrealista para proporcionar una mirada donde la violencia no es vista como una enfermedad, sino como un aprendizaje dentro de un sistema material y cultural que genera y reproduce jerarquías y formas de perpetuación del ejercicio de ciertas lógicas de poder hegemónico. El término de hegemonía adquiere sentido tal como lo plantea Antonio Gramsci, la violencia descrita en este libro desentraña de cierto modo el efecto estructurante y estructurador mostrando un campo ideológico (el de la violencia patriarcal) que determina una reforma de la conciencia, convirtiendo lo criminal en un valor colectivo, en un modo de vida.
En los cuatro casos esclarece ¿qué encierra el mundo de las violencias dentro de estas estructuras patriarcales? y ¿Cómo opera?
De igual manera ya adentrándose en la lectura, hace reflexionar sobre el papel que juega la estructuras ideológicas y materiales en las que subyace la moral, un elemento en el que Héctor Domínguez Ruvalcaba hace énfasis como un tema teórico-político, este sistema de normas de conducta nos remite nuevamente al pensamiento de Rita Segato “los actos de transgresión” son actos que hablan a las víctimas y la sociedad, como un eje moralizador, la posición de superioridad de “los gandallas” es un ejemplo de disciplinamiento, de subordinación hacia sus víctimas.
Socialmente e institucionalmente en esta descripción del autor, se puede entender que la violencia es lugar común, que se naturaliza y se asume como algo dado, los procesos históricos en los que se inscriben los hechos naturalizan y configuran los discursos que vuelven normal la violencia como un hecho.
El libro deja ver dónde se recrean estas fuentes culturales de la violencia: en la cultura patriarcal, en la violencia estructural, en la corrupción, en la ineficacia de las instituciones.
Desde el análisis de “los factores que sustentan y perpetúan esta cultura”, en esta secuencia expositiva, la violencia atraviesa lo público, lo privado y lo íntimo, estos personajes y forma de operar se vuelve un habitus en términos de lo que plantea Pierre Bourdieu, este habitus reflejar la interconexión entre la estructuración social y la acción individual, una interconexión que no se reduce a la transgresión de las normas sociales o las adaptación de sus propias reglas como individuos, sino que expresa la incorporación de lo social en la producción de la subjetividad en la dominación masculina, que se entiende desde las relaciones sociales y violentas de poder.
Encuentro en el habitus, desde donde se circunscriben los personajes un rol central, por cuanto este habitus permite dar cuenta a la vez de distintas dimensiones sociales que se interrelacionan: contextos culturales, económicos, políticos, de dominación, que exigen un pensamiento también relacional.
La dimensión simbólica del poder, en este entramado de relaciones descansa sobre el acuerdo con la dominación de los dominados cuando en el texto se hace referencia a las filiaciones políticas, institucionales y barriales que construyen los personajes para llevar a cabo sus prácticas criminales. Ya sea por consenso o por coerción la crueldad se expande para asegurar el mayor dominio posible.
Este libro constituye una obra oportuna y necesaria, representa un esfuerzo importante por desentrañar las razones y sin razones de la violencia en nuestro país. Desde esta perspectiva, uno de los aciertos de la obra es introducir conceptos que desde los estudios de género demuestran la importancia de abordar el tema de las violencias. Encaja la violencia como una manifestación de poder de la ideología heterosexista inserto en todas las esferas, la cual cuenta con un amplio consenso social en nuestra cultura.
Ya en el epilogo, el autor expresa la preocupación ética sobre los marcos políticos, económicos y culturales que reproducen sujetos criminales; encuentro en los argumentos de Carlos Monsiváis una posible explicación cuando habla sobre la corrosión espiritual de la fábrica social, se pregunta en su libro “misógino feminista” ¿qué provoca el odio?, advirtiendo que intervienen las sensaciones de omnipotencia que se desprenden del crimen sin consecuencias penales y sociales para el criminal, tal como se describe en esta obra.
Continúa Monsiváis, el criminal no es solo superior a los seres quebradizos, llámese secuestrados, mujeres ancianas, niños o el despojo de recursos públicos, también se burla de las leyes y de la sociedad que lo sostiene. El odio es una construcción social que se vuelca contra quienes no pueden evitarlo.
La obra permite desmontar de manera fundamentada y con argumentos los mitos en relación con la violencia en los diversos espacios de la sociedad mexicana. Su contribución es múltiple, aporta elementos para la realización de más investigaciones que generen mayor conocimiento sobre el fenómeno de las violencias. También es importante señalar que al final su lectura abre muchas betas para posteriores reflexiones e invitar a la lectura del libro y que cada lector descubra el propósito central desde su propia mirada.