Columna Diálogos con eco por Raúl Martínez Nava
El término “nuevas masculinidades”, también renombrado por algunos especialistas del tema como “masculinidades igualitarias”, “hombres igualitarios”, “masculinidades positivas” u “hombres pro-feministas”, se puede definir como aquellos cambios de idiosincrasia que permitan eliminar viejos paradigmas y prácticas nocivas con respecto al cumplimiento de roles que han sido establecidos a lo largo del tiempo por la sociedad y que son asociados al género, como lo pueden ser la asignación de las labores del hogar a la mujer y el rol de proveedor del hombre, por citar solo unos ejemplos; es así como este concepto hace referencia a la idea de promover el trato igualitario a través de procesos de reflexión, intervención e investigación desde una perspectiva de género y con énfasis en derechos humanos.
El eje fundamental de este concepto parte de la premisa que ser hombre no sea asociado a desarrollar determinadas tareas, labores, acciones o roles y que seamos capaces como sociedad de dejar de asociar la “masculinidad” como el género que discrimina, excluye, estigmatiza y subordina, es así que las nuevas masculinidades tienen como base la construcción de sociedades más justas y el rechazo absoluto a todo tipo de violencia de género.
Fue durante las décadas de los años 60 y 70 que se acuñó este término derivado de los primeros estudios de género realizados por parte de las academias en Europa y Estados Unidos principalmente, como respuesta de los fenómenos sociales emanados de los movimientos feministas que demandaban la participación de los hombres y su reflexión respecto a la construcción de sociedades más justas.
En este sentido, el gran reto que tenemos en la actualidad es la construcción de un modelo social más justo, para lo cual es fundamental el fomentar las nuevas masculinidades, pues si tomamos en cuenta que hoy en día el contexto económico a nivel mundial se vio paralizado a consecuencia de la pandemia por la covid-19, donde las mujeres y niñas fueron las más afectadas en todos los niveles; políticos, sociales, familiares, culturales y particularmente económicos.
Pues por un lado el empleo femenino durante la contingencia sanitaria fue el más afectado, derivado de que las mujeres al tener que repartirse las tareas del hogar junto con las del trabajo muchas tuvieron que abandonar sus actividades laborales para priorizar los cuidados del hogar, cumpliendo en sí una doble labor que no ha sido reconocida.
Por ello se recalca la importancia de que los gobiernos puedan trabajar en mecanismos que coadyuven para la inclusión laboral de las mujeres donde éstas logren tener una calidad de tiempo favorable que les permite el crecimiento personal, pues hay que tomar en consideración que la tasa de participación laboral de los hombres es de 76% mientras que las de las mujeres 44%, por debajo del promedio de los países de la OCDE siendo este de 56%, es decir mientras en promedio en Latinoamérica 7 de cada 10 hombres participan en la economía, en México solo 4 mujeres lo hacen, en gran medida por seguir priorizando las labores del hogar.
Es en este sentido que la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) propone promover modelos de desarrollo sostenible que incluyan a todos, sin discriminación de ningún tipo y con especial énfasis en perspectiva de género, pues tan solo en nuestro país 1.6 millones de personas se quedaron sin trabajo, de las cuales el 84% eran mujeres, esto de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Otro de los grandes retos es fomentar la creación y aplicación de políticas públicas con perspectiva de género y enfoque en derechos humanos, que puedan contribuir a erradicar todo tipo de violencia, que fomenten las nuevas masculinidades y que impulsen la participación económica de las mujeres, pues en este sentido de acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), si la tasa de participación económica de las mujeres fuera la misma que la del promedio de los países de la OCDE (56% registrada en 2019), para 2030 el país lograría:
El crecimiento del PIB de 15% equivalente a 3.5 billones de pesos adicionales, esto implica también que la inclusión laboral femenina podría sumar 1.4 puntos porcentuales de crecimiento económico al año, un incremento en el ahorro para el retiro y la vivienda de 3.6 mil millones de pesos anuales y un aumento de la recaudación fiscal por impuesto sobre la renta de 2.5 mil millones de pesos anuales.
Lo anterior sin tomar en cuenta que de no implementar una agenda sustantiva y real para la igualdad entre hombres y mujeres, y de mantenerse la tendencia actual, México tardaría casi 60 años en alcanzar la tasa de participación económica promedio de los países de la OCDE.
Es por todo lo anterior que necesitamos evolucionar hacia un modelo social más justo, como medio para mejorar las condiciones sociales, erradicar la violencia de género y contribuir al desarrollo económico, pero para lograrlo es necesario asumir nuestra responsabilidad como sociedad, pero más que nada como seres humanos, empezando por fomentar las nuevas masculinidades y las buenas prácticas que fomenten la participación igualitaria en todos los niveles y ámbitos de la vida cotidiana pues como menciona Henry Miller “Si nos volvemos hacia una realidad más grande, es una mujer quien nos tendrá que enseñar el camino. La hegemonía del machismo ha llegado a su fin”.