Desde la Sociología columna por Luis Pérez Cruz
Comenzaba el año de 1821 y las relaciones entre el Imperio español y sus colonias americanas se habían transformado desde finales del siglo XVIII y principios del XIX, las reformas borbónicas del último tercio del siglo de la ilustración modificaron sustancialmente el tipo de relación económica y político administrativa, a principios del XIX sobreviene la invasión de Napoleón a Europa y en 1808 invade España, las consecuencias de este último hecho tuvo eco en toda América y sobrevino la disyuntiva: ¿le debemos obediencia a España o a Francia?, ¿somos súbditos de España o de Francia?. La multiplicidad de respuestas no se hizo esperar y los procesos de transformación fueron complejos, largos y difíciles.
En la llamada Nueva España todo comenzó al alba del siglo decimonónico, fueron múltiples los descontentos, sobre todo con la implementación de las Reformas borbónicas, la invasión francesa a España en 1808 abrió la posibilidad de pensar más allá de manifestar los desacuerdos y meditar sobre la condición de las colonias ibéricas en nuestro continente, hubo posturas como la de Miguel Hidalgo, que en principio, propuso guardar el trono a Fernando VII, mientras se lograba expulsar a los franceses, ya que la idea propagada de la Revolución francesa fue la de promover el desorden, la soberanía, la herejía y el abandono de “la verdadera religión”, sobre la marcha y con la influencia de grupos insurgentes, Hidalgo se da cuenta de la magnitud de su empresa y ve la imposibilidad de guardar la Corona a Fernando VII, Morelos piensa en el espíritu oculto de una nación con una larga trayectoria, Francisco Javier Mina introduce conceptos como la soberanía, el pueblo y el liberalismo; podemos consignar muchas otras ideas, pero llegando a 1820 las condiciones cambian y, se hace necesario ante la restitución y juramento de la Constitución de Cádiz de 1812, pensar profundamente en la necesidad de la Independencia.
La disputa por la independencia no se hizo esperar, vamos a encontrar en el inicio de esa década de 1820 desde independentistas que pretendían mantener sus privilegios y no confiaban en la Constitución liberal de Cádiz, también estaban los monarquistas que impulsaban la monarquía parlamentaria, estilo inglés, los federalistas que basaban su postura en la defensa de sus cacicazgos producto de las Reformas borbónicas, los liberales que fueron heredando la lucha de Hidalgo y Morelos; lo anterior sin mencionar la presencia de la masonería, representada por los yorquinos y escoceses, con posturas pronorteamericana e inglesa, respectivamente. Visualizamos una gama amplia de formas e ideas sobre el naciente país.
Por lo anteriormente dicho, de manera escueta y general, es necesario analizar el Plan de Iguala desde la época en que fue pergeñado, nos concentraremos básicamente en su naturaleza, en su postura ideológica.
En primer lugar, comienza con lo siguiente “Americanos, bajo cuyo nombre comprendo no sólo a los nuestros en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos que en ella residen: tened las bondad de oírme. Las naciones que se llaman grandes en la extensión del globo, fueron dominadas por otras y hasta que sus luces no les permitieron fijar su propia opinión, no se emanciparon: las europeas que llegaron a la mayor ilustración y política fueron esclavas de la romana; y este imperio, el mayor que conoce la historia, asemejó al padre de familia que en su ancianidad mira separarse de su casa a los hijos y los nietos por estar ya en edad de formar otras y fijarse por sí, conservándole todo el respeto veneración y amor como a su primitivo origen.”
Trecientos años hace la América septentrional de estar bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. La España la educó y engrandeció, formando esas ciudades opulentas, esos pueblos hermosos, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del universo van a ocupar lugar muy distinguido. Aumentadas las poblaciones y las luces, conocidos los ramos todos de la natural opulencia de este suelo, su riqueza metálica, las ventajas de su situación topográfica, los daños que origina la distancia del centro de su unidad, supuesto que la rama es igual al tronco, la opinión pública y la general de todos los pueblos es la independencia absoluta de la España y de toda otra nación. Así piensa el europeo, así los americanos de todo origen, así toda la nación.”
“Esta misma voz que resonó en el pueblo de Dolores el año de 1810, y que tanta desgracia originó al pueblo de las delicias, por el desorden, abandono y otra multitud de vicios, fijó también la opinión pública de que la unión general entre europeos y americanos, indios e indígenas, es la única base sólida en que puede descansar nuestra común felicidad.”
Lo que vemos en parte del texto introductorio al Plan de Iguala es una fuerte inclinación por fomentar una unidad entre los americanos septentrionales, abrazando una serie de elementos propios de la herencia española, se arenga a mantener a cualquier costa la religión católica, manifestando una serie de virtudes que heredamos como la educación, el idioma, los sentimientos que nos unen, todos ellos tan estrechos y solamente ello nos llevará a la felicidad como nación independiente
Lo que vemos es un incipiente nacionalismo basado en elementos simbólicos, pero no vemos en ello ni la revolución iniciada en 1810, ya que la califica de perniciosa y destructiva, ni las culturas prehispánicas, ya que señala que trecientos de años fueron suficientes para educarnos.
No cabe duda que el Plan de Iguala es rico en mostrarnos los primeros atisbos de un nacionalismo mexicano profundamente religioso y promotor de la herencia básicamente española; a final de cuentas promueven la independencia para seguir el ejemplo en el modelo político y económico español. No se señala ningún cambio profundo en la estructura de poder político y económico.
Este nacionalismo mexicano en ciernes deja fuera el pasado precortesiano y hace hincapié en un pasado glorioso de trecientos años, pero de ninguna forma abre la posibilidad de ir más atrás en el tiempo en la formación del nuevo país, por ello el modelo que se imponer es el español, dejando fuera la posibilidad de pensar al republicanismo y el federalismo y menos dar pie a la ideología liberal, tan de moda en Europa.
Pero tenemos otra corriente que arranca con el pensamiento ilustrado criollo, uno de los textos más importantes de esta corriente es Historia Antigua de México del jesuita de finales del siglo XVIII, Francisco Javier de Clavijero, por cierto, expulsado, junto con muchos jesuitas, de los territorios españoles en 1768, quien a grandes rasgos mostraba la forma de organización cultural, educativa y económica del mundo prehispánico.
El contexto en que se consolida la independencia, bajo el Plan de Iguala en 1821, no representa, de ninguna manera, una postura homogénea, sino que es compleja y hay una disputa irreconciliable por México, así lo veremos a lo largo del siglo XIX.