Desde La Sociología columna por Luis Pérez Cruz
Retomar el tema del gobierno abierto supone, en principio, partir de la democratización de México; por ello es necesario abrir la discusión de la naturaleza del actual proceso denominado democratizador. Por ello es indispensable plantear dos reflexiones en torno a la a los vínculos entre democratización y la integración de un gobierno abierto.
La democratización en nuestro país comienza desde arriba y a los de abajo hay que enseñarles, hay que orientarles y llevarles por el camino que se dicte; ante este panorama la forma de resolver esta crisis fue a través de crear instituciones que permitan encauzar políticamente a México; ello fue posible a través de la reforma política de la segunda mitad de la década de1970 y los cambios que hemos presenciado a finales del siglo pasado y en estas dos primeras décadas de este siglo, no creemos resuelvan a largo plazo en problema de nuestro país, como es el caso de la transparencia y la rendición de cuentas.
La democratización que hoy vivimos, no solamente, como ya señalamos, es impulsada desde arriba, sino que en la primera mitad del siglo XX se apuesta por una estabilidad no vista en casi todo el siglo XIX, esta se concentra en dos aspectos; por una parte, se comienzan a sentar las bases de un desarrollo económico acelerado; por otra parte, se construye un sistema político que garantice la estabilidad y la paz, lo anterior basado en una cultura de homogeneización.
El desarrollo económico basado en la fundación de un proceso de industrialización, estuvo motivado por el impulso de la industria militar en Europa y en los Estados Unidos, dejando los mercados latinoamericanos a su suerte, situación aprovechada por los países de esta región.
Asimismo, había una efervescencia nacionalista y el pretexto idóneo fue destacar la naturaleza popular de la Revolución Mexicana, construyendo un discurso basado en lo positivo de los gobiernos emanados de dicho proceso, representado en la construcción de un nuevo Estado y un partido político que lograra edificar una identidad que permeara a la sociedad mexicana posrevolucionaria.
El convulso y anárquico siglo XIX y los excesos en la Revolución Mexicana estuvieron marcados por el robo, la violencia y la corrupción; a pesar del proyecto de nación construido en el siglo XX, que cambió significativamente el panorama nacional, no modificó de raíz la cultura heredada desde la Colonia, agudizada en el XIX y exacerbada en la guerra civil iniciada en 1910, hay obras que retratan al México que no cambia, pese a los proyectos de nación que se cimientan y que no logran solucionar problemas de fondo; dichas obras son El periquillo Sarniento de Joaquín Fernández de Lizardi, El cura y la Opera, así como Los bandidos de Río frío de Manuel Payno y El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano, entre muchas otras.
Ahora bien, ya avanzado el siglo XXI, México no logra extirpar males que arrastramos desde la Colonia y que forman parte de nuestra realidad: como la compra venta y herencia de puestos burocrático, las trampas políticas para obtener puestos de elección popular, el uso de la violencia para hacerse de recursos. Esta realidad cultural mexicana es nuestro pan de cada día; los cambios culturales son de larga duración y no es posible pensar en ellos en corto tiempo.
La democratización de México solamente se circunscribe a cambios de forma no de fondo; por ello, será necesario pensarla, en otros términos.
A lo largo del presente sexenio hemos presenciado una confrontación que escala a situaciones cada vez más ásperas entre algunos Consejeros, así como el Poder Judicial frente al Ejecutivo Federal; el presidente López Obrador acusa al Instituto Nacional Electoral (INE) y al Poder Judicial de constituirse en un instrumento de grupos de poder económico y político, tanto nacionales como extranjeros.
Por otra parte, integrantes del INE y PJF, grupos de la sociedad civil y personajes que no comulgan con la llamada cuarta transformación, acusan toda una campaña impulsada desde la presidencia de quererse perpetuar, de pretender adueñarse de la organización de los procesos electorales, con el fin de garantizar su permanencia indefinida en el poder.
Las reflexiones que se derivan de este contexto son variadas, ante ello consideramos necesario hacer hincapié en que no estamos transitando a la democratización. Decimos lo anterior porque reducimos nuestra perspectiva a la institución que se dedica a la organización y entrega de resultados electorales.
Con la reforma electoral de finales de la década de 1970 fue el inicio de cambios que se circunscriben exclusivamente al ámbito electoral, posponiendo enfrentar los problemas de fondo.
La democratización de la vida pública se entendería como un proceso que nace bajo ciertas condiciones, con el predominio de la secularización y la racionalidad, aunque el motor de estos elementos sean los regímenes centralistas; por el contrario, la exacerbación por la unidad nacionalista no abona mucho a la democracia. Por ello la imposición del nacionalismo revolucionario en la primera mitad del siglo pasado en México, no permitió el avance democratizador, ni la fundación de un régimen abierto.
Lo anterior no significa que solo en los países donde nace un proceso político endógeno existe la posibilidad del arribo de la democratización; no obstante, en nuestro país, así como en otros de América Latina, transitamos hacia la construcción de una democracia simulada.
Durante el siglo XX se impusieron regímenes excesivamente centralistas en buena parte del mundo, arribamos a este siglo presenciando su caída, pero se imponen gobiernos, en su forma, democráticos, pero carentes de un vínculo con el desarrollo económico y sin un contenido basado en la conciencia de derechos, la idea una representatividad de fuerzas políticas, así como el nulo ejercicio de la ciudadanía; privó el escaso respeto a los derechos, el reparto de cotos de poder y una ciudadanía menospreciada.
La caída del PRI obedeció más una descomposición interna y no precisamente a la fortaleza de la oposición política. Esto tiene como consecuencia la llegada de una democracia reducida a la libre elección de autoridades y representantes populares; este carácter superficial se traduce en una participación escasa.
A mediano plazo la democratización reducida y una economía poco favorable nos puede llevar a experiencias políticas negativas y que pospongan aún más la anhelada democratización.
Ahora bien, lo anteriormente señalado implica un cambio necesario de la forma, pero el fondo sigue respondiendo a una cultura fundada en los contubernios tradicionales de una cultura priista del siglo XX; no es posible evitar el cambio de fondo, precisamos desarticular esa cultura propia del régimen sustentado, presente en todos los partidos políticos, de la arbitrariedad, el compadrazgo y la irreflexión. En este sentido, poco avanzamos y en nada cambian las condiciones en los otros ámbitos de la vida pública de nuestro país. El saldo ustedes lo juzgarán rumbo al proceso electoral 2024.
A lo largo del presente sexenio hemos presenciado una confrontación que escala a situaciones cada vez más ásperas entre algunos Consejeros Electorales, así como el Poder Judicial frente al Ejecutivo Federal; el presidente López Obrador acusa al Instituto Nacional Electoral (INE) y el Poder Judicial de constituirse en un instrumento de grupos de poder económico y político, tanto nacionales como extranjeros.
Por otra parte, integrantes del INE y PJF, grupos de la sociedad civil y personajes que no comulgan con la llamada cuarta transformación, acusan toda una campaña impulsada desde la presidencia de quererse perpetuar, de pretender adueñarse de la organización de los procesos electorales, con el fin de garantizar su permanencia indefinida en el poder.
Las reflexiones que se derivan de este contexto son variadas, ante ello consideramos necesario hacer hincapié en que no estamos transitando a la democratización. Decimos lo anterior porque reducimos nuestra perspectiva a la institución que se dedica a la organización y entrega de resultados electorales.
Con la reforma electoral de finales de la década de 1970 fue el inicio de cambios que se circunscriben exclusivamente al ámbito electoral, posponiendo enfrentar los problemas de fondo.
La democratización de la vida pública se entendería como un proceso que nace bajo ciertas condiciones, con el predominio de la secularización y la racionalidad, aunque el motor de estos elementos sean los regímenes centralistas; por el contrario, la exacerbación por la unidad nacionalista no abona mucho a la democracia. Por ello la imposición del nacionalismo revolucionario en la primera mitad del siglo pasado en México, no permitió el avance democratizador, ni la fundación de un régimen abierto.
Lo anterior no significa que solo en los países donde nace un proceso político endógeno existe la posibilidad del arribo de la democratización; no obstante, en nuestro país, así como en otros de América Latina, transitamos hacia la construcción de una democracia simulada.
Durante el siglo XX se impusieron regímenes excesivamente centralistas en buena parte del mundo, arribamos a este siglo presenciando su caída, pero se imponen gobiernos, en su forma, democráticos, pero carentes de un vínculo con el desarrollo económico y sin un contenido basado en la conciencia de derechos, la idea una representatividad de fuerzas políticas, así como el nulo ejercicio de la ciudadanía; privó el escaso respeto a los derechos, el reparto de cotos de poder y una ciudadanía menospreciada.
La caída del PRI obedeció más una descomposición interna y no precisamente a la fortaleza de la oposición política. Esto tiene como consecuencia la llegada de una democracia reducida a la libre elección de autoridades y representantes populares; este carácter superficial se traduce en una participación escasa.
A mediano plazo la democratización reducida y una economía poco favorable nos puede llevar a experiencias políticas negativas y que pospongan aún más la anhelada democratización.
Ahora bien, lo anteriormente señalado implica un cambio necesario de la forma, pero el fondo sigue respondiendo a una cultura fundada en los contubernios tradicionales de una cultura priista del siglo XX; no es posible evitar el cambio de fondo, precisamos desarticular esa cultura propia del régimen sustentado en una cultura política construida en el siglo XX y que le hizo mucho daño a México, presente en todos los partidos políticos, basada en la arbitrariedad, el compadrazgo y la irreflexión. En este sentido, poco avanzamos y en nada cambian las condiciones en los otros ámbitos de la vida pública de nuestro país. El saldo ustedes lo juzgarán rumbo al proceso electoral 2024.
A manera de conclusión
Bibliografía
Fuentes, Carlos. Confesiones Políticas, educación, sociedad y democracia, México, Fondo de Cultura Económica, 2018, 157 p.
Meyer, Lorenzo. “El primer tramo del camino”, en Historia General de México, México, El Colegio de México, 1976, pp.1183-1218.
Pérez Cruz Luis. Miguel Lira y Ortega: el romántico liberalismo radical, Tlaxcala, Presidencia Municipal de Tlaxcala, 2022, 138 p.
Zimmermán, Joseph F. Democracia Participativa, el resurgimiento del Populismo. México, Grupo Noriega Editores, 1992, 238 p.
https://www.oas.org/es/sap/dgpe/pub/coleccion5rg.pdf
https://www.oecd.org/gov/Open-Government-Highlights-ESP.pdf
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