Desde La Sociología columna por Luis Pérez Cruz
Concluido el proceso electoral del año anterior se fue delineando paulatinamente el mapa político del país y se denota un claro predominio de Morena, ello pareciera se avecinen cambios profundos en los diferentes ámbitos de la vida pública, pero lo que vemos y no cambia es el reparto de espacios que permitan el avance de personas y no de políticas encaminadas al bien común, sembrando la duda de la decadencia de los partidos y su inutilidad para los ciudadanos. No es raro que las múltiples encuestan colocan a los partidos políticos como instituciones con muy escasa aceptación.
En realidad, estamos ante una cultura en los partidos heredada del siglo pasado, basada en una serie de elementos como la construcción de lealtades no de principios político, sino de intereses personales; asimismo, vínculos sustentados en alianzas familiares y compadrazgos; además de que se han convertidos en pequeños grupos cerrados que toman las decisiones fundamentales en los partidos, en consecuencia, para el país.
De manera insistente se cuestiona el papel poco confiable de los partidos; pasamos de la inexistencia de una ideología definida, además de convicciones muy pobres de los políticos, así como de una escasa identidad que guíe los fines de los partidos y cimente el actuar de los políticos.
Ahora bien, hay diferentes formas de caracterizar a los partidos políticos, ello obedece a los contextos históricos, políticos y sociales, pero esencialmente tiene dos aspectos que debían guardar un equilibrio; con lo anterior, nos referimos básicamente a una construcción ideológica, y dos, basada en la representación de grupos sociales.
Con los elementos ideológico y la representación de grupos, su objetivo esencial es competir por el poder, ello supondría que es un estado ideal de la democracia, pero nos encontramos ante un panorama con más cuestionamientos sobre la idoneidad y buen funcionamiento de este sistema.
La literatura sobre los partidos ha sido abundante y en general podríamos señalar que se orientan a tres aspectos; uno, a su vínculo y contribución a la democracia, ya que ello permitiría la participación ciudadana; dos, la creación de pequeños grupos cerrados y la formación de elites políticas; finalmente, las críticas al funcionamiento, eficiencia y la posible crisis de los partidos.
En un primer momento surge un sistema formal en Inglaterra (Toris y whigs) en el siglo XIX, después en Francia (republicanos y monarquistas), En Estados Unidos, federalistas y antifederalistas, y en el México del siglo XIX, liberales y conservadores.
Para el siglo XX encontraremos dos tipos de sistemas; en el primero prevalecía la competencia entre dos alternativas y otro donde encontramos un sistema de partido único o partido hegemónico.
En el México actual después transitar del sistema de partido hegemónica con el acompañamiento de otros partidos sin participación destacada en el poder, nos encontramos frente al fenómeno de la misma élite en el poder, pero con la participación en diferentes institutos partidistas, con ello se aparenta la competencia política, pero la cultura política priista construida en la primera parte de siglo XX sigue presente, sigue vigente.