No sé y nunca sabré por qué maté a mi mejor amigo”: Juan

Bernardino Vázquez Mazatzi
Escritor y Periodista

No sé y nunca sabré por qué maté a mi mejor amigo”: Juan

A Juan le preguntamos: ¿Cuántos años estuviste preso?... y con la mirada al piso nos responde: “once años”.
Ahora tiene 41 años de edad, pero en realidad tiene la apariencia de contar más de 60. Acusa una avanzada calvicie impropia de su tiempo de vida, su aspecto físico es poco atractivo a la vista. No nos parece posible que sea un médico titulado, que haya tenido su consultorio y una amplia cartera de pacientes… simplemente, no es posible aceptar que haya sido un joven de mucho respeto.
¿Por qué delito estuviste preso?, le preguntamos. Y titubea al contestar: “Por homicidio”. Levanta la vista sin mirar algún lado, su actitud parece decirnos que va a levantarse para dar por terminada la entrevista o, parece que se dispone a contarnos su historia.
¿A quien mataste?
“A un amigo… o, mejor dicho, a alguien que anduvo mucho tiempo cerca de mi, que me ofreció su amistad”
¿Por qué lo mataste?
“No sé…”
¿Cómo fue?
“No lo sé… no recuerdo nada. Muchas veces lo han preguntado y siempre he contestado lo mismo: no sé por qué maté a mi amigo, no recuerdo nada de aquella noche, no sé por qué terminó así una noche de parranda. Todo lo que les pueda decir es lo que sé por lo que cuentan los testigos, o por lo que se asentó en mi expediente: pero en verdad yo no sé nada”
¿Qué pasó aquella noche?
“Creo que empecé a hacer mal las cosas cuando puse mi propio consultorio. Me sentí sobrado; me volví arrogante, presumido, grosero hasta con mis propios hermanos que por cierto, ninguno de ellos obtuvo algún título profesional. Imagínate entonces cómo era yo con mis amigos… la verdad me soportaban”
“De todos los amigos de mi generación fui quien tuvo primero un coche ¡y qué coche eh!. Bueno, de mi barrio, de mis amigos y  hermanos el único con coche era yo. Por eso me volví altanero, pedante, digamos que hasta violento. Luego pues empecé a tener dinero, mucho más del que hubiera pensado; creo que era yo buen médico porque mucha gente me buscaba”
“Bueno, eso de ser doctor para ayudar a la gente es pura mamada. A mi me gustó el billete. Así que si alguien me venía con eso de que: ay, doctor, fíjese que mi chamaco está enfermo pero no tengo dinero para pagarle yo le decía ¿sí? Pues me vale madres, yo no soy beneficencia pública; o qué, cree que a mi no me costó mi carrera… vaya a donde ayuden a los pobres; aquí, si no trae dinero ni entre”
“Ah, bueno pues, el dinero lo gastaba en parrandas. Todos los viernes salíamos a Atlixco, a Puebla, a San Martín, a los antros, a ver viejas, a contratar prostitutas. Nos poníamos unas pedas, que no manches. En eso se me fue el dinero. Ni siquiera lo compartí con mis papás siendo ellos quienes costearon mi carrera; ni me dio tiempo”.
“Pues dicen que me volví bien grosero y agresivo con mis cuates. Muchos me seguían nomás porque les disparaba todo, por eso me aguantaban. Pero hubo unos que de plano me mandaron al diablo. Me decían: oye, no creas que por tu pinche dinero me vas a sobajar; vete mucho a la chingada pero a mí me respetas”.
“Esa noche fue igual que las de todos los viernes y sábados. Empezamos a beber en mi consultorio, luego nos salimos y nos fuimos a un antro a Santa Ana y de ahí, alguien dijo que en Orizaba conocía un lugar bien chingón, con muchas viejas y todo eso y que les digo: vamos, no le saquen y pues ya, nos fuimos, tomamos mi coche, compramos unos pomos, cigarros y botanas y nos fuimos”.
“Ajá, el caso es que dicen que empecé a discutir con mi amigo… ¡cómo me apreciaba ese guey, neta!. Pues por estupideces ¿verdad?. Dicen que le pegué en dos ocasiones y que él no me reclamó nada, que quizá entendió que yo estaba borracho y que no era mi intención humillarlo, que en verdad no le quería hacer daño. No hubiera sido capaz. En juicio lo estimaba mucho porque estuvo siempre conmigo en mi pasado de privaciones… llegó a prestarme dinero para mis pasajes a la escuela de medicina”.
“Mil veces he dicho lo mismo: no me acuerdo de nada. Dicen que lo empecé a golpear con el puño, que lo tiré y ya en el piso lo agarre a patadas, que no paré hasta que me cansé; no entiendo esa reacción en mí, no comprendo por qué actué de esa forma con un ser humano. Los testigos dicen que muchos hombres quisieron detenerme pero que no pudieron, que simplemente, cuando vieron que el difunto ya tenía expuesta la masa encefálica y no era más que un bulto ensangrentado, me dejaron hacer, hasta que me cansé”.
“Mi amigo no tuvo la más mínima oportunidad. Ya estaba muy tomado cuando le empecé a pegar con esa saña. Por eso no se defendió. Lo saqué del antro y afuera, en plena calle, lo maté. No sé por qué. Creo que nunca lo sabré”
¿Qué pasó luego?
“Me detuvieron. Yo no recuerdo la forma, ni quiénes, ni cómo me llevaron a la cárcel. Simplemente amanecí bien madreado por dos razones, por el esfuerzo de matar a mi amigo y por la madriza que me pusieron los policías de Veracruz. Me dijeron: no mames, guey, en qué pedo te has metido y yo decía, chale, pues qué pudo haber sido, ahorita le hablo a mi papá y a mi amigo abogado y ya, cuánto puede ser”.
“Cuando me explicaron el motivo de mi detención, cuando supe la verdad, no manches… dije que ninguna pena máxima podría hacerme pagar por lo que hice”.
¿Qué se siente matar?
“No sé”
¿Por qué lo hiciste?
“No sé”
¿Cómo tratar de componer la vida, cómo regresar el tiempo”
“No sé”
¿Qué le dijiste a su familia cuando pudiste hablarles?
“No, pues me dijeron la verdad: asesino”.
“No puede entonces, ni ahora puedo ni podré jamás mirar de frente a esas personas que ofendí. No podré explicarles nunca por qué les arrebate a alguien de su familia; yo no lo sé”
Juan llora; su hermana, que concertó la cita y que no lo ha dejado en ningún momento, que ha sido la única que lo perdonó, dice que desde esa fecha fatal no había llorado. Y dice que eso le hará bien. Le acaricia la cabeza y al tiempo que maldice: ¡Todo por el maldito vicio; todo por el maldito alcohol! Y luego le pregunta al silencio: ¿Por qué nunca nos hizo caso que dejara esa vida?
Luego de un largo silencio le preguntamos si desea agregar algo. Mueve la cabeza en señal de negación. En silencio, como si temiéramos despertar a alguien, salimos. Afuera el viento sopla fuerte, hay tolvanera; son aires de libertad.