Alberto Méndez Aguilar

A votar, se ha dicho

A una semana de conocer el resultado de la elección de diputados federales, además de 9 gubernaturas y otros congresos estatales, ya se pueden apuntar algunas líneas al respecto.

La primera es que se ha puesto en cuestión la legitimidad misma del proceso electoral. El llamado a boicotear las votaciones se expresa claramente aún y si sus impulsores son apenas una minoría.

El contexto, sin embargo, aumenta la repercusión de su llamado. Llama la atención  –de algún modo hay que decirlo- la amarga idea de que las elecciones no sirven de mucho visto que los grandes pendientes del país y las carencias ciudadanas no han encontrado pausa ni remedio.

¿De qué sirven al país elecciones en las que se gastan millones de millones de pesos si el empleo no mejora; si la educación va en picada; si la violencia nos amenaza a cada paso?

Y más: ¿de qué han servido al país los cambios de gobierno, las alternancias, los diputados plurinominales, el surgimiento de nuevos partidos políticos, las campañas con debate, las campañas con spots, las campañas con espionaje telefónico?

Este razonamiento es el que anima a quienes, de plano, pasaron de la abstención y el voto en contra al rechazo frontal de los comicios.

Es cierto, no es lo único que se piensa al respecto.

Desde los medios masivos se impulsa otra visión: la que agradece la bendición de que nuestros votos sí cuenten; que la incertidumbre sobre los resultados avala lo competido y genuino de la contienda; que, a diferencia de muchos otros, nuestro país aún pueda elegir a sus gobernantes mediante el voto.

Y allá en las montañas se piensa que eso de la democracia es puro cuento; que se cuentan los votos nomás para saber quién de tres muy parecidos va a administrar el mismo estado de cosas; quien va a protagonizar un escándalo (financiero, por supuesto) que supere al anterior. Quién –como el PAN, por ejemplo-  va a detentar el poder durante ¡12 años¡ para que las cosas no mejoren; para que nadie extrañe a ese partido.

Y encima, el espionaje da cuenta de reales o muy probables episodios de corrupción en todos los partidos, entre los candidatos más sonoros.

Todo eso sucede aderezado por capítulos de violencia como nunca habíamos visto y una crisis de derechos humanos que es ya distintivo –o por lo menos llamativo- a nivel mundial.

En ese plano los mexicanos van a sufragar el domingo, acaso con motivaciones menos macro que las aquí apuntadas. Los del voto duro, a sabiendas, con disciplina y hasta con algo de mística; con organización, con “operadores”. La “clientela”, que recibió o espera recibir bonificación por su voto: despensas, pantallas, dinero. El ciudadano (casi personaje de Lotería) que cívicamente cumple con su deber y ejerce su derecho. Y paremos de contar.

El pronóstico está a la baja. No se esperan grandes cifras de votantes para el Congreso de la Unión aunque en estados donde las gubernaturas son muy disputadas el nivel despunte sobre el promedio nacional.

La mayoría de las encuestas –sector en creciente descrédito luego de los errores hasta por 10 puntos en la presidencial inmediata anterior- prefiguran una victoria del PRI para el Congreso, ayudado por votos del Verde, con lo que navegarían sin sobresaltos hasta el final del sexenio.

Pero, contra lo que pareciera, ése no es el final. No. Los dirigentes partidistas apenas están haciendo rounds de sombra porque lo que verdaderamente los convoca es la próxima elección presidencial. Así como se oye.

Una elección más. Justo lo que hace falta a este país.