Alberto Méndez Aguilar

El éxito y las macetas

La prestigiada marca de coches Nissan está llamando a revisar 150 mil de sus modelos 2011 a 2013 ante el eventual y peligroso mal funcionamiento de sus bolsas de aire.

La proveedora Takata, fabricante del dispositivo, también lo surtió a las firmas Honda, BMW, Toyota, Chrysler y VW, mismas que revisarán unidades aunque en menor cantidad que la firma japonesa.

Ford y Chrysler, entre otras, también han sorprendido a la opinión pública convocando, en el pasado reciente, a revisar miles de unidades por algún fallo registrado.

No es la primera vez y, por tanto, no sorprende. Nomás cae gordo.

Si de algo sirven las marcas es que funcionan como el código incuestionable de las bondades del producto que apadrinan: prestigio, eficiencia y servicio son la insignia por la que los usuarios pagan más. Entonces ¿por qué fallan de ese modo tan grosero las grandes marcas de autos?

Hallo un inicial consuelo: no sólo empresas mexicanas fallan: no sólo Mexicana de Aviación se fue a la quiebra; no sólo Pemex es altamente ineficiente; no sólo . . .

Este asunto contrasta con una pedagogía que ha invadido en los últimos años a las empresas nacionales en las que se ha emprendido una pesquisa: detectar, estudiar y replicar los casos de éxito.

Se supone que las empresas instruyen y motivan a sus empleados, comenzando por los gerentes, para que, con eficiencia y mística –probablemente con más trabajo-, olisqueen al menos las mieles de la clase mundial.

Tantos casos de éxito que hay por replicar que acaso olvidamos los casos de fracaso, de los que también podríamos aprender. Desafortunadamente para el discurso exitista, las malas conductas de altos directivos, la voracidad y el desprecio por los clientes suelen ser causa de fracaso empresarial en diversa escala.

Ahora nos ocupamos de Nissan porque esta información se publicó la semana que recién finalizó. Pero en los últimos años se han registrado tantos malos ejemplos que nuestro modo de ver la exitosa realidad empresarial exitosa podría hallar nuevos matices.

Una firma muy conocida de los mexicanos es Avon, gigante de los cosméticos que debió soportar una investigación por soborno y gastar más de 300 millones de dólares en una indagación propia. En estos días la calificadora Standard & Poor's bajó la deuda de Avon a la categoría de “basura”, pese a haber recortado 400 millones de dólares en costos para 2016. Auténticamente en picada.

Pero si de escándalo se trata, el de Lehman Brothers se lleva las palmas. Es el caso que desencadenó la crisis mundial del 2008 y sobre el que el especialista Arturo Bris ha escrito un lapidario resumen: “el colapso de Lehman fue la consecuencia de una fatal combinación de intrincadas reglas contables, derivados complejos, avaricia, apalancamiento excesivo y la complacencia de las agencias calificadoras”. Con ese cocktail nos fuimos todos a la recesión.

Para no ir tan lejos por casos de fracaso, tenemos en México el de Jorge Vergara, dueño de la poderosísima firma Omnilife, que compró al equipo de futbol más popular del país –el Guadalajara- y se construyó un monumental estadio. El equipo, luego de pocos años, ha perdido afición y prestigio, lucha en los últimos lugares de la competencia y está al borde del descenso, lo que equivaldría a la pérdida de la franquicia. El estadio, además, nunca se llena. ¿Dónde quedó la eficiencia y sabiduría del CEO de Omnilife?

Es cierto, don Jorge Vergara no está solo en esto de las metidas de pata. Cuenta la prensa internacional cómo la marca Zara –dedicada a la moda textil- debió retirar del mercado una camiseta para niños por su parecido extraordinario con el uniforme que hacían portar a los judíos en los campos de concentración nazis. De ese tamaño los genios del Design y del MKT.

Para culminar por ahora este recuento, está el caso de Victorias  Secret, que debió cambiar su eslogan “El cuerpo perfecto” ante el alud de críticas por su claro acento discriminador. La firma de lencería debió cambiar el lema a “Un cuerpo para todas”. Algún sagaz dirá que ese era el chiste: causar revuelo, corregir y quedar posicionado. Un argumento deudor del mito de la infalibilidad de las grandes empresas.