Alberto Méndez Aguilar

Las cachetadas de la percepción

Todos o casi todos lo vieron. Los asiduos de internet. La masa de televidentes. El puñado de lectores de periódicos.

Se habrán registrado las más diversas reacciones: ¡qué poca. . ! , pobre cab. . . Seguro se lo merecía. . .Ya se fastidió el güero . . .

La cachetada del gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, a uno de sus empleados ha dado de qué hablar y lo seguirá haciendo porque se trata de uno de los políticos perfilados para competir por una candidatura a la presidencia del país. Porque se le ha fabricado una imagen de joven maravilla y porque gobierna una de las entidades pobres de México, lo que no parece corresponder con la muy amplia exposición mediática y propagandística del mandatario.

Además Velasco es un ser humano, con méritos y defectos y con sentimientos tan transparentes que todo mundo sabe de su romance con la cantactriz Anahí, con quien, parece ser , quiere repetir la fórmula mágica que le funcionó al presidente Peña Nieto: político-estrella de la tv.

Y como ser humano que es, Velasco seguramente se contrarió, las cosas no salieron como debían y abofeteó al responsable. Nada más. Pero nada menos porque, como se estila ahora, toda conducta queda registrada en video y el desliz lo presentó como un iracundo. Mal para el joven maravilla de novia encantadora y futuro venturoso.

Su gobierno, luego de publicitado el lance, se dio a lo que se conoce como control de daños. Para ello fabricó una circunstancia pretendidamente simpática: en un mitin, el gobernador Velasco ofrece disculpas al abofeteado quien, risueño, lo abraza y le devuelve la cachetada y además con pilón. JA JA JA  (como escriben mis conocidos en Facebook).

El asunto aparentemente está arreglado pero aún los genios de la mercadología saben que no hay remedio perfecto.

La imagen de la cachetada es fuerte, de por sí. Ni siquiera cabe el atenuante de que el golpe no fue tan severo. Pensemos en el reglamento de futbol y el criterio de los árbitros respecto del penalti: con que haya contacto hay sanción. Los comentaristas ilustran diciendo que no hace falta que el defensivo le rompa la pierna al atacante para que el penalti se marque. Exactamente. Es un criterio –hecho norma- que ataja la alevosía y la ventaja.

La cachetada fue leve pero fue. Y además en público. Humillación total. Es maltrato laboral, por donde quiera que se vea.

Es muy probable que la inmensa masa poblacional de nuestro país sepa o sospeche que el maltrato laboral no es tan excepcional, que no se sancione y que, mucho menos, prospere ante los tribunales.

El gobernador chiapaneco ha mostrado la cara más contrastante con su imagen pública, dulzona, glamorosa, diríase moderna. Exhibió a un  gobernante dado a la cólera y capaz de llegar a tales extremos con sus subalternos.

No faltan los que ya ensalzan el “control de daños” y hasta divulgan  que Velasco ganó más simpatías con la disculpa, el abrazo y el desquite fingido de su víctima. Según esta lectura, no importa lo que hizo sino qué bien lo arregló.

El liderazgo  de Velasco ha perdido unos puntos. Los ciudadanos, la capacidad de asombro.