Alberto Méndez Aguilar

Profesionales de la política

La oposición y el rechazo a todas las acciones del  gobierno del PRI tiñen una buena parte de las manifestaciones políticas de la última semana.

Con un entorno económico en picada, una crisis política severa y una palpable baja en la popularidad, la presidencia del PRI no pasa por sus mejores momentos. En este marco, casi cualquiera de sus acciones se mira disminuida por la fuerza y el eco que han ganado las visiones severamente  críticas hacia su gestión.

Y conste que no es menor cosa el par de aprehensiones logradas contra “La Tuta” y el Z 42. Como quiera que se las vea, se trata de dos éxitos del régimen que, de todos modos, se aprecia muy presionando.

Un nuevo motivo de censura contra el PRI-gobierno es el de la actriz Carmen Salinas, nominada como candidata de ese partido a diputada federal, caso al que se  quiere presentar como una designación insensata y frívola.

Lo cierto es que la frivolidad la aportan los medios que hacen grande este asunto y buscan repercutirlo a sabiendas o ignorando –puede ser- que hay temas de mucha mayor importancia como los recortes presupuestales, cuyos efectos aún están por medirse;  el país que fue a presentar EPN al imperio británico, o la ley de aguas nacionales que está por aprobar el congreso y que, todo apunta, recargará la protesta social por conceder a empresas particulares especiales privilegios en la administración de tan vital recurso .

Proviniendo del mundo del espectáculo, la señora Salinas difícilmente será bien vista por la politología de alcurnia (opinólogos incluidos) para cuyos miembros los retos del país son tan mayúsculos que sólo un gobierno de premios Nobel  podría superarlos.

Discutir sobre si una actriz será o no buena legisladora suena a pleonasmo en un país en el que, desde hace mucho, las candidaturas al congreso exigen de los participantes dotes histriónicas y habilidad ante cámaras y micrófonos.  Los candidatos –los políticos,  por extensión- han hecho de la simulación y la apariencia los soportes de su actividad profesional. No son menos actores y actrices que los que aparecen en películas y telenovelas. Hay y ha habido legisladores que no harían mal un Rey Lear, un Darío Fo y otros que no saldrían jamás del Tenorio cómico.

Por otra parte, el respetable público (o los electores, para el caso que nos ocupa) no tendría por qué sorprenderse. En el pasado reciente fueron legisladores  por el PRI Silvia Pinal, Julio Alemán y hasta la Tigresa, Irma Serrano, indudables personajes de popularidad en sus respectivos entonces. Los panistas en algún momento nominaron como su candidata a Laura Zapata y los del PRD llevaron al Congreso a María Rojo, sin mencionar que la “chiquillada” anda buscando a personajes como Carlos Villagrán “Quico” y  el futbolista Cuauhtémoc Blanco para llenar sus listas. Lo cual quiere decir lo obvio: que estos personajes, sean lo que sean y digan lo que digan, jalan votos, es decir, funcionan para el mercado electoral.

Descalificar la candidatura de Salinas casi sugiere que, por contraste, México cuenta en este momento con excelsos legisladores. La verdad es que uno de los méritos de la clase política gobernante –con sus excepcionales excepciones- es que  sus miembros se han formado como profesionales de la política. Y ya sabemos que eso significa, principalmente, picardía para mantenerse en los círculos concéntricos del poder y sus privilegios. Y saltar y saltar y saltar. De generación en generación en generación.

Así que doña Carmen Salinas, me parece, es una ciudadana con un oficio bien conocido, que es un trabajo legal, y que tiene derechos políticos como el de participar en elecciones. Hay que aclarar, por si hiciera falta, que la señora  no representa a los actores o actrices o guionistas o técnicos del cine, teatro y televisión  del país, gremio en el que, tenemos pruebas,  florece la pluralidad.

En muchos sectores –sobre todo los anti Televisa- no hace mucha gracia la candidatura en cuestión pero,  para bien de los maltrechos vientos democráticos, ojalá  hubiera más candidatos no profesionales de la política. No sabemos si los Platanitos, los Lagrimitas o las Corcholatas lo harían mejor. Lo que sí ya sabemos es que con los actuales políticos tenemos el país que tenemos y que, por supuesto,  urge reparar.