Alberto Méndez Aguilar

Yo también hablo de Lorenzo

El desastroso episodio en el Instituto Nacional Electoral, provocado por la difusión de una charla privada de su titular, Lorenzo Córdova, ha motivado en la prensa diversas reflexiones.

Lo mismo críticas mesuradas que peticiones de hoguera para Córdova, se han visto en múltiples espacios informativos. La gran duda sigue siendo si la gran masa, rehén de la tv abierta, está al tanto del asunto y de todas sus aristas.

Por supuesto que en lo básico está enterada pues nada tan suculento para el mundo del espectáculo como una conversación telefónica privada puesta a los cuatro vientos. Delicioso como fisgonear al vecino.

Aunque el contexto del episodio –las multas al partido Verde, las amenazas contra delegaciones del INE en los estados, etc. – más bien se pierda en la nebulosa de la información sesgada, parcial y tendenciosa, la miga del asunto está en boca de todos y, probablemente, por un factor ajeno a la política.

Es el tema racial en el que está en el tuétano de la infausta charla entre el consejero presidente del INE y uno de su equipo.

En nuestro país no hay discriminación, suele decirse de dientes para afuera. Empero todos sabemos la verdad. Que basta un ligerísimo aclaramiento en el pantone moreno para asumir que se está en otro estatus. Morenos lo que se llama morenos, están en segunda posición.

Las posibilidades del empleo aumentan en función del matiz cutáneo. Los vendedores de todo tipo nos dicen “güerito”, “güerita” para hacernos comprar. Todo mundo lo sabe. Vivimos con ello.

En el México anterior al neoliberalismo aún se discursaba sobre la proeza del mestizaje. Hoy el velo está en el suelo: el país está dividido  por una profundidad que se expresa en nuestros modos de ser, de hablar. El desprecio por los hundidos comienza con la lengua. Y esta es la que ha traicionado a más de uno. Tantísimo peor si resulta una grabación que es filtrada a la prensa.

De la conversación de Lorenzo Córdova no se desprende algún intento de burla contra los indígenas de México. Sí se aprecia claramente un cierto desquite contra una persona, un líder indígena que, aparentemente, presiona al presidente del INE. Éste, desahogándose,  cuenta la anécdota como se cuentan hoy las cosas en las mesas de los bares, de los cafés, de algunos hogares: si güey, no güey; no mames, cabrón, sí cabrón; no güey, sí gúey. No maches. Monofonéticos y procaces.

Como cualquiera que llega a su casa y con su vieja se queja de las envidias y pequeñas venganzas laborales, el presidente de INE se comportó.

Es revelador no de otra cosa sino del modo en que la mayoría vive este país; despreciando, con el lenguaje (es un decir) al enemigo en turno. No hay despectivos en México como el de indio y todas las referencias a su entorno. Lo indígena es propiciatorio de toda vejación. ¡Ah que pinches indios tan alzados!

El pecado de Córdova – me parece- fue no haber sido el buen hipócrita que en público habla de un modo y en privado, de otro. Con la buena imagen y la buena prensa de que gozaba Córdova hasta pudo haber arriesgado la hipótesis del montaje para perjudicarlo. Varios lo hubiéramos creído.

Pero sí, se traba de él. El buen funcionario, la joven promesa. El bien amado de la prensa bien pensante se había expresado como cualquier estudiante universitario, como cualquier ejecutivo de empresa, como cualquier secretaria de dependencia picuda. Como los vigilantes de esas universidades, empresas, secretarías.  Pecado mayúsculo en alguien destinado a resguardar el alma cívica de este sufrido pueblo.

No guardó las formas y fue tal como es. La figura pública, pagó las consecuencias. Córdova fue racista y ofensivo. Aunque la mayoría de los mexicanos lo son, siempre resulta funcional que alguno cargue con la culpa. El resto queda  liberado.