Los mexicanos ya no necesitamos tantas leyes, sino crear los mecanismos para que las ya existentes se obedezcan. Los legisladores ya no deben centrar su esfuerzo o tratar de justificar su existencia legislando como a destajo sino procurar que las normas ya creadas, se acaten, se lleven a cabo, sean verdaderos instrumentos que rijan la vida de las personas en lo individual y en lo colectivo.

Porque antes de crear nuevos ordenamientos de obediencia general, lo primero que tenemos que hacer como sociedad es despertar a la consciencia, es tener la certeza de que somos la parte más importante en el concierto global, de que somos en lo individual y grupal el sector vital de cualquier sistema de gobierno y de que somos la parte patronal de los empleados por nosotros dentro del gobierno de cualquier nivel.

Las mujeres deben primero, para luego exigir sus derechos y tener derecho a exigir, tener la conciencia cierta de que son el puntal que sostiene a toda la sociedad, de que son el inicio, el presente y futuro de la vida en el planeta y de que son la parte más fuerte tanto física como psicológica de la raza humana.

La mujer no debe creer que la violencia, el menosprecio, la humillación y la falta de oportunidades por cuestiones de género son normales. La mujer debe estar consciente de que el entorno, la familia, la economía familiar y nacional y las oportunidades dependen de ella y que ella debe por derecho propio insertarse con dignidad en esa sociedad que ahora le cierra las puertas y la condena a vivir en condiciones de esclavitud aceptada, permitida, consciente…

Pero para revelarse, debe primero reflexionar en que el papel que actualmente desempeña no es el que se merece, ni el que le espera en el futuro, ni el que sirve para algo o para alguien; entonces, al despertar, debe exigir respeto, igualdad, más y mejores espacios en el gobierno, mejores y certeros niveles económicos pero sobre todo, derecho a la justicia cuando es agredida por su pareja u otros familiares.

Para ello, no se requieren leyes nuevas ni discursos, sino lograr que la mujer tome conciencia y luego, que las leyes se cumplan.

Lo mismo pasa entre la gente que forma el grueso de la sociedad que es, la que con su voto, por libre decisión, por hacer uso de su derecho a elegir, lleva a otros al poder.

La gente debe primero despertar a la conciencia que quienes están sentados en algún puesto por encargo de las mayorías, son precisamente empleados del pueblo, que están a su servicio, que tienen como encomienda facilitarles un trámite y la existencia misma, que son depositarios de la confianza y los bienes adquiridos con los impuestos de todos los mexicanos; si la sociedad no está consciente de ello, creará monarquías, grupos privilegiados, regímenes dictatoriales, desorden, caos.

La sociedad debe valorar su voto y jamás ponerle precio. Cualquiera que sea la forma del intento. Debe impedir que los candidatos le pongan precio a su dignidad si la sociedad es finalmente quien los lleva al poder y este no les es dado porque lo merezcan, sino porque se considera primero, que serán buenos administradores y luego, porque alguien debe jugar ese papel.

Pero la sociedad debe primero estar informada, formada, orientada y sobre todo, consciente de que su dignidad y su voto no se venden porque no tiene precio. El elector no debe creer que marcar en la boleta al candidato de su confianza cuesta una cubeta de 5 pesos, un sobre con 100 o 200 pesos, una gorra o un mandil… cemento o lámina galvanizada, si acaso.

El ciudadano debe estar informado respecto a la lógica y viabilidad de las propuestas de los candidatos, debe entender la realidad de su entorno inmediato y debe estar atento a rechazar a quien intente burlarse de sus necesidades, de su anhelo por democracia.

Así, lo que necesitamos es una sociedad informada, orientada, CONSCIENTE, participativa, culta, incluida… y no leyes que nadie obedece pero que todos invocan a conveniencia.