¿VALE LA PENA VOTAR?

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

¿Vale la pena votar por diputados y senadores? La respuesta es: no. Quizá no se trate de la respuesta o reaccion más acertada, pero sí la más viable, posible y deseable. Porque no vale la pena votar por una persona que en campaña representa una ideología política en la que basa su oferta para que luego, ya en el poder, simplemente cambie de partido, de bancada, de colores y siglas y se acomode según los caprichos y necesidades del sistema en turno.

En Tlaxcala tenemos claros y vergonzosos ejemplos de diputados locales que en la presente legislatura, se han movido y se mueven de partido conforme lo requieran las exigencias del momento, conforme le convenga a quien o quienes mueven los hilos del sistema.

No vale la pena votar por quien no tiene lealtad a una ideología o a una doctrina partidista. Hoy, de tal partido, se dice defensor de las causas más nobles y luego, renuncia y reniega de quien lo parió para desde ahí denostar lo que defendió en un principio.

Los electores, fieles hasta la ceguera y la ignominia, escucharon el discurso del candidato a diputado local o federal y coincidieron con su percepcion de la realidad y de las cosas pues, finalmente, eran correligionarios, compañeros de partido y militantes convencidos. Ese convencimiento fue el que los llevó a votar por su partido y su candidato.

Pero no sabían los electores (muchos siguen sin saberlo) que ser diputado local o federal no se trata de ideologías, de defender una postura ante la situación de la pobreza, la violencia y la desigualdad de las que tanto hablaron en su campaña, sino de intereses. Y estos están muy lejos de las buenas intenciones, de la retórica, de las necesidades de los pobres entre los pobres, de lo que le hace falta a la nación. Ya en el poder el diputado baila al son que le toca quien le paga.

Afortunadamente y a Dios gracias, no todos los diputados son igual; hay quienes sí son leales, primero, a sí mismos y al pueblo y finalmente a su partido.

No hay que negar que por culpa de unos, de quienes no tienen dignidad, ni ideología definida, ni vergüenza, el resto de los legisladores son contaminados con la sospecha y se vuelven proclives a la desconfianza, al rumor y a los malos entendidos. Así, si se pone mucha atención y se dispone de tiempo para la observación el ciudadano común notará que hay diputados locales y federales que provienen de una ideología socialista pero del socialismo no tienen ni idea.

Lo mismo pasa con quienes abanderan causas y doctrinas democráricas y revolucionarias y en su actuación, en su discurso y resultados, de ello no tienen nada. Es más, en el más claro ejemplo de contrariedad y para que no quede duda del absurdo, renuncian al partido por medio del cual llegaron al poder y se unen al que atacaron en campaña. Simplemente porque esos son sus intereses reales y así traicionan al pueblo que los puso y a quien se deben.

No vale la pena votar porque en la realidad, sus propuesta, su oferta, su discurso, sus juramentos y ofrecimientos están a años luz de lo que de ellos espera el pueblo. Y para que no tengan que rendir cuentas, para no tener que dar explicaciones pues no las tienen, mejor se ausentan, mejor olvidan convenientemente su promesa de regresar a la tierra de quienes los eligieron. Esa es una más de las mentiras, y la más recurrente.

Porque… ¿alguien nos puede decir sobre qué calles de su distrito federal vieron recientemente caminar a Oralia López Hernández, a Julián Velázquez Llorente, a Rosalía Peredo Aguilar? No hay quien lo diga porque nadie los ha visto. A ellos y a muchos otros de nuestros carísimos diputados y senadores que sólo regresan para volver a pedir el voto en la búsqueda de eternizarse en el poder y vivir del pueblo, nadie los han visto.

En Tlaxcala la danza de los diputados en torno a colores ajenos a los suyos es un asunto normal. Indigno, pero normal.

Cosa que no les preocupa. La sociedad, y eso lo saben muy bien, tiene una memoria muy corta. En tres años han olvidado traiciones, promesas incumplidas y apoyos nunca entregados. Entonces vuelven con el mismo discurso y demagogia pues saben que la gente ha olvidado y los volverá e encumbrar. De eso están convencidos, eso lo creen firmemente, eso han escuchado, con esa versión les han endulzado el oído.

Pero en realidad, crece cada vez más la idea de que no vale la pena votar por diputados y senadores. Son cada vez más los ciudadanos desengañados, frustrados, molestos, indignados por la actuación de pasados y actuales legisladores que cambian de partido y de bancada como cambian de calcetines y tobilleras.