Nadie sabe y quizá ni los protagonistas mismos, en qué acabará la guerra que se han declarado. Lo cierto es que igualmente nadie conoce o ha previsto los alcances de esa confrontación fratricida publicitada en todos los medios y seguida con preocupación por la sociedad incrédula y con malestar por los hombres y mujeres de bien.

El conflicto surgido de la ceguera y la cerrazón entre Héctor Ortiz Ortiz y Mariano González Zarur, hermanos de madre (Beatriz Paredes Rangel) y surgidos del mismo molde (el PRI), amenaza con salirse de control pues en su afán por hacerse daño lesionan la imagen del estado al que juraron servir por encima de colores, siglas y pasiones y así, someten al desprestigio a las instituciones que sirven de soporte a la civilización.

Es muy probable que Héctor Israel Ortiz desconozca los alcances de sus respuestas y que no sopese sus propias reacciones cuando contesta al actual mandatario estatal. Quizá en su propósito protagonista no entienda que ya no es gobierno y que no cuenta con la misma fuerza y poder de cuando tuvo la máxima responsabilidad y honor que pueda ostentar un tlaxcalteca y, por ende, puede salir mal librado en una confrontación con Mariano.

Y por el lado del gobernador, quizá no cuente, en todo su gabinete, con alguien la suficientemente inteligente como para llamarlo a la cordura y para poner ante sus ojos los riesgos que implica iniciar, sostener y continuar una confrontación con su antes amigo, colega, correligionario y compañero Héctor. El rencor lo ha cegado y no alcanza a vislumbrar el riesgo de una lucha personal.

Y digo personal porque si fuera legal, si tuviera que ver con la comisión de actos delictivos, si tuviera que ver con el daño patrimonial al pueblo de Tlaxcala, el escenario de esos amagos y amenazas no sería la prensa por medio de la cual únicamente se pretende desprestigiar, sino los tribunales, que es en donde se deben dirimir esas acusaciones.

El gobernador actual y el pasado han determinado tomar como rehén a los tlaxcaltecas y han decidido enlodar el nombre del estado y sus instituciones en una guerra entre hermanos que deben sostener en otro nivel, en otro momento, en otras circunstancias…

Al ciudadano de a pie, el campesino, el obrero, el jornalero, poco o nada le importa qué, cómo y cuándo se faltaron al respeto Héctor y Mariano o qué es lo que le debe a quién. Pero sí le importa que el actual mandatario pierda el tiempo, que debe emplear para servir, en dirimir sus problemas personales con quien le antecedió.

La gente común está harta de las confrontaciones mediáticas pues de ella sólo resume que es un problema entre dos pero que tiene como escenario el nombre de Tlaxcala. Ante ello, pide que si en verdad hay algo de qué acusar a alguien, que se presenten las denuncias correspondientes y las pruebas necesarias para que enfrente a la justicia, pero que no con ese argumento o pretexto se pretenda involucrar a la sociedad.

Si acaso el anterior gobierno cometió actos constitutivos de delito y se le pudieran acreditar con pruebas con estricto apego a la ley y lejos del protagonismo, el odio y el revanchismo político, no sería sólo Héctor el culpable pues en su administración de seis años pasaron dos legislaturas en las que el PRI, que ahora gobierna, fue oposición y tuvo diputados en el Congreso estatal. Desde ahí se debió, en su tiempo, detectar y detener el presunto abuso del gobierno azul con corazón tricolor.

La omisión también es delito y pecado y el PRI cometió ambos. Es PRI guardó sospechoso silencio en el gobierno del PAN.

Ahora en PAN es oposición en el congreso y desde ahí, debe vigilar al actual gobierno y señalar alguna forma de desvío y no esperar a que el gobierno de Mariano González Zarur sea historia para sacar a la luz presuntos fraudes, desfalcos y robos en un afán protagónico y oportunismo político.

Los diputados de ahora tienen mucho que hacer en el congreso y no actuar sumisamente ni en complicidad como lo hicieron los pasados legisladores; a menos que se dobleguen ante el poder o les lleguen al precio…