La industria de la fe

*Bernardino Vázquez Mazatzi

De acuerdo a la opinión de los viejos de los pueblos, es más fácil ofrendar más vidas a los dioses de la pirotecnia que poner fin a los usos y costumbres.
Resulta que quienes inocularon el fanatismo en los pueblos lo hicieron de tal modo que la fe distorsionada se les convirtió en sombra, rostro, identidad, elemento insustituible de vida y más recientemente, en industria generadora de empleo…
La idiosincrasia de los pueblos no permite separar el fanatismo de la fe ni ubicar en sitios diferentes lo que puede o debe ser, lo que dentro de la legalidad se tiene permitido o no y lo que puede ser causa de muerte o vida.
La explicación dada por los tiachcas por ser herencia milenaria es que Dios es el dador de vida y muerte y que esta última no es responsabilidad de vivos ni de autoridades ni de cohetes ni cuerdos o sabios.
Visto así, los pueblos de Tlaxcala tienen ya sobre la piedra de los sacrificios a otras decenas de mártires que habrán de mojar la tierra con su sangre en aras de una fe extraviada y con el afán de alimentar a la hambrienta fiera que la defiende y hiere al mismo tiempo.
Quienes son proveedores de las iglesias y de sus templos, quienes basan su economía, su futuro y renombre en el consumismo religioso, saben que tratar de cambiar las costumbres de los pueblos es tanto como querer reinventar la historia.
Quién en su sano juicio podría pensar que sólo porque algunos cuantos inocentes murieron en Natívitas acabará la industria de la pirotecnia.
En Tlaxcala todos los días se queman cientos y cientos de cohetes, bombas japonesas, castillos, cohetes de trueno y luz, toritos y fuegos artificiales con o sin permiso de la Sedena, con el conocimiento o desdén de Protección Civil con o sin precaución pero sobre todo, con muchos riesgos y mucha fe.
La industria que surte de bienes y servicios a las religiones desde hace décadas se encuentra estable… en la medida en que los creyentes se nieguen al cambio, en la medida en que el fanatismo sustituya a la razón y la autoridad (i) responsable sea omisa, esa industria seguirá boyante y esa sí, sin riesgos.
Así, las festividades diarias emanadas de fiestas patronales, mayordomías, misas de santos, navidades y años nuevos, sábados de gloria y diciembres guadalupanos y hasta días de muertos seguirán demandando pólvora, vino de consagrar, hostias, cirios, ceras y velas pero sobre todo, cantidades industriales de cerveza y ron, toneladas barbacoas, de tamales y tortillas y litros inmensos de mole y salsas.
En los pueblos de Tlaxcala se tiene perfectamente claro que nadie, absolutamente nadie, tiene la calidad moral ni la autoridad suficiente para hacerles cambiar sus usos y costumbres aunque la mayoría de las veces estas no sean más que abusos y malas costumbres.
Con la impunidad que esto significa, los mayordomos, fiscales, devotos, hermandades, feligreses, encargados y ministros, continuarán distorsionando la fe y continuarán en la idea de que primero muertos que cambiar.
La sola idea de que es equivocada su forma de demostrar su fidelidad a su creencia o religión les ofende. Decirles que no es necesario el sacrificio humano en aras de una fe que exige nuevas ¿o reales? formas de adoración es una provocación que puede conllevar al asesinato… en materia religiosa, tratar de inducir el cambio, dicen, es pecado.
* Escritor y Periodista