* Bernardino Vázquez Mazatzi
La tragedia desnudó al Estado

Lo ocurrido en Jesús Tepactepec, Natívitas, representa una vergüenza pues como ningún otro acontecimiento, dejó en plena desnudez al Estado y le exhibió sus carencias y debilidades de las que se ufanaba hasta antes del viernes, de carecer.
La tragedia que ha costado la vida de 17 personas y ha causado heridas a más de 150, según el gobierno al que no le cuadran las cuentas, demostró en qué nivel de desorganización se haya el aparato burocrático de Tlaxcala, hasta cuánto se puede carecer de capacidad de respuesta y en qué punto de carencias nos encontramos.
La propaganda gubernamental que se exaltaba en sus logros en materia de salud se derrumbó ante la realidad: no hay capacidad de respuesta, ni la infraestructura, ni la organización, ni el sentido común, ni la tecnología, ni la voluntad para enfrentar una desgracia de estas magnitudes.
Todavía con el olor a pólvora y sangre, en el lugar de los hechos, los funcionarios del gobierno negaban que algunos heridos hubieran sido trasladados a Puebla. En esos momentos de dolor y muerte presumían de la capacidad hospitalaria de Tlaxcala pero ignoraban que en los nosocomios locales reinaba el caos y que era imposible la atención.
Debieron pasar largas y muchas horas para que los titulares de Protección Civil, Salud, Comunicación Social y Seguridad Pública entre otros, se dieran una idea mínima de las reales dimensiones de la tragedia. Pero no fue tanto como para dar a conocer nombres de lesionados, de muertos, de daños, de causas… eso es mucho pedir.
La realidad nos alcanzó. Y se nos mostró de la forma más cruda y cruel: en Tlaxcala no hay capacidad técnica, de personal, científica y de voluntad para enfrentar una situación como la de Tepactepec.
No importa lo que digan los informes de gobierno, no importa hasta cuánto se vanaglorien los poderes o las instituciones de sus presuntos logros, nada significan las cifras, las gráficas, los datos, las buenas intenciones… en Tlaxcala simplemente no se tiene ni la capacidad ni la voluntad ni el nivel que se requiere. La realidad nos ha rebasado.
La sociedad se pregunta en dónde está Protección Civil estatal y municipal cuando en sus narices deambula la muerte en forma de cohetes. La gente muestra su indignación cuando se inquiere en dónde están las patrullas de celosos policías municipales y estatales que se ensañan con los simples borrachitos que orinan en la calle y con los choferes descuidados y que ese viernes no vieron pasar enfrente a la pólvora asesina.
La sociedad quiere respuestas. Y las busca también en el Congreso del Estado en donde los diputados han guardado silencio cómplice; la gente confirmará que es mito eso de la separación de poderes y creerá que es cierta la versión de que el dinero está por encima de los intereses supremos del pueblo en Tlaxcala.
Hay en el estado un sentimiento de ira, frustración y decepción hacia sus autoridades y no se va a calmar con explicaciones que convenzan sólo a quienes las exponen. El pueblo tiene claro que en la tragedia de Natívitas hay culpables y los quiere juzgados y sentenciados.
El pueblo tiene claro que desde el sistema de gobierno hubo fallas, omisiones, mentiras, falta de capacidad, ausencia de sensibilidad y una clara desorganización que no puede quedar en la impunidad; se requiere algo más que explicaciones y se necesita hacer público el nombre y cargo de quienes debieron impedir la tragedia y no lo hicieron, y que son los mismos que ante la desgracia no pudieron informar por ignorar de la trágica realidad.
Cómo hacer creer al pueblo que el gobierno, de cualquier nivel, ignoraba de la peligrosidad de esa manifestación religiosa, cómo explicar que incluso las patrullas abanderaban y daban vialidad a la procesión, cuáles argumentos se requieren para sugerir que no hay culpables, de qué forma se le puede decir a la sociedad que las cosas pasan porque sí… qué explicación se le va a dar a los huérfanos, a las viudas, a los mutilados, a los marcados para siempre con el fuego de una equivocación.
El razonamiento generalizado o individual respecto a lo ocurrido, la exigencia de respuestas y de castigo para quienes hicieron o dejan de hacer, la petición de explicaciones, la urgencia por aclaraciones convincentes y la necesidad de credibilidad no pueden ni van a ser acalladas con gases lacrimógenos, bloqueo a manifestantes ni con el pago de desplegados en la prensa como para hacer creer que en Tlaxcala no pasa nada.
La realidad es que en Tlaxcala si pasa algo. Y grave… la sangre derramada exige respuestas.
* Escritor y periodista