Bernardino Vázquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Es triste saberlo, sí, pero es más cruel el negarse a aceptar la verdad. Los 43 normalistas buscados en el estado de Guerrero ya fallecieron. Lo supimos desde el primer momento, desde que fueron interceptados, agredidos y detenidos por policías municipales convertidos en verdugos. Saber en manos de quién cayeron y bajo qué circunstancias hizo a muchos tener la seguridad de una desgracia de grandes proporciones.

Para saber que los muchachos habían sido sacrificados, no era necesario tener mayor perspicacia que el resto de los mortales, ni poseer el don de la adivinación, no consultar una bola de cristal: bastó con saber quiénes se los llevaron. El lugar, el modo, los actores, las circunstancias y la situación de caos generalizado que se vivía y se vive hoy en ese convulso estado no dejaban ninguna duda de la muerte temprana de los estudiantes. Pero aun así, se mantuvo o nos mantuvieron la esperanza con el cruel argumento de que es la que muere al último.

Negarse a aceptar que los jóvenes han sido asesinados, rechazar que hayan sido víctimas de la barbarie y la estupidez humana no nos lleva a nada. Insistir en creer que siguen vivos, empecinarse en una búsqueda que todos sabemos que es infructuosa, repetirnos hasta el cansancio que están vivos y que así los estamos esperando es una cruel burla a la realidad. No, los estudiantes no están vivos ya, no lo están desde las pocas horas en que fueron capturados… no aceptarlo nos está haciendo mucho daño.

Los muchachos no están ya entre nosotros y de esa tragedia vergonzosa para la nación y para el poder en TODOS sus niveles, debe hacernos reflexionar, modificar nuestras actitudes y conductas, mirar en retrospectiva y hacer lo que a cada cual le corresponde para que una situación similar JAMÁS se vuelva a repetir. La realidad que algunos se negaban a aceptar y que finalmente nos alcanzó nos grita, nos exige CASTIGO para todos los que por acción o por omisión, permitieron que esa aberración ocurriera.

El pueblo de México EXIGE castigo para el ex gobernador Ángel Aguirre Rivero que cedió la paz, el territorio y la vida del pueblo a los mercenarios. Exigimos castigo para el aberrante ex presidente municipal de Iguala. Urge la aplicación de la ley para los policías de a pie y para sus jefes… pero no nos deben hacer creer que eso es todo. También hay culpas en el gobierno federal pues nadie se cree eso de que ignoraban lo que realmente estaba pasando en Guerrero y también para ellos el pueblo de México exige justicia.

Exigimos castigo para los funcionarios de los más altos niveles del gobierno que aunque lo nieguen, supieron de la relación del poder con la delincuencia organizada, la que despachaba en los palacios de gobierno y de los municipios y la que mata y secuestra y deja un baño de sangre en donde sea que exista.

Los normalistas están muertos y malditos son aquellos que en su nombre repiten la violencia que les quitó la vida, que se enriquecen pidiendo dinero en nombre de quienes lo único que exigen es justicia, que evaden su responsabilidad desde las siglas de los partidos, que intentan tergiversar la verdad con declaraciones estúpidas y aquellos que orillaron a los chicos a llegar hasta donde llegaron para convertirse en victimarios y víctimas.

A los mexicanos nos duele esta desgracia pero nos lastima mucho también el ver la indiferencia oficial a problemas que son caldo de cultivo y receta para tragedias similares. La inmensa mayoría de ciudadanos nos avergonzamos del discurso vacío del poder que se vanagloria de logros y avances y crecimiento existente sólo en su torcida mente, mientras la realidad no restriega en la cara todos los días la triste realidad: estamos mal y las cosas se ven peor.

No compartimos la visión del poder porque la casta privilegiada del país ignora de la forma en que viven millones de mexicanos. No lo saben con esos salarios de ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con esos bochornosos salarios de Consejero del INE, con el ofensivo sueldo de los diputados y senadores y con la corrupción e ineptitud convertidos en el nombre y apellido de TODOS los niveles de gobierno.

Así las cosas, el sistema se sostiene de su propio discurso y reitera su mentira para convencerse y tratar de convencernos de que siente nuestro dolor y hasta se hace como que trabaja para que una situación similar nunca tenga que repetirse… su problema es que no le creemos. No le creemos a los partidos políticos, ni a los políticos, ni a los jilgueros del sistema.

El poder, cualquiera que sea su color, su nivel y sus siglas no ve ni entiende lo que la sociedad sí: hay un profundo desencanto del pueblo por sus gobernantes, hay un peligroso resentimiento hacia el gobierno y en especial hacia la policía y hacia el poder judicial… y no se vislumbra que desde ese mismo poder haya intentos por dejar su arrogancia.